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Hacer teología en España es llorar

Juan José Tamayo

Cuando leí la Instrucción Pastoral Teología y secularización en España. A los cuarenta años del Concilio Vaticano II, de la Conferencia Episcopal Española, enseguida me vinieron a la memoria esas cartas que llegan a sus destinatarios varias décadas después de que fueron escritas, cuando la situación ha cambiado y nada tiene que ver con el momento en que se redactaron. Ese recuerdo me tranquilizó porque imaginé que aquí había sucedido lo mismo: llegaba a los cristianos y cristianas del siglo XXI un documento episcopal escrito cuatro o cinco décadas atrás. Pero la tranquilidad se tornó desazón cuando reparé en la fecha de su redacción, 30 de marzo de 2006, y en las notas a pie de página, de fecha reciente. Porque, efectivamente, la Instrucción responde a preocupaciones religiosas y morales que muy poco tienen que ver con las cuestiones de fondo que se plantean hoy en el debate teológico y son ajenas a las inquietudes de los cristianos y cristianas de hoy. Y, sin embargo, acaba de contar con la felicitación del Vaticano, que va a publicarlo "en diversas ediciones en lengua vernácula" de su órgano oficial L'Osservattores Romano como ejemplo de ortodoxia doctrinal para toda la Iglesia católica.

El documento es una agresión en toda regla contra la teología crítica y contra algunos de sus cultivadores, a quienes se nos cita con nombres y apellidos, sin una sola referencia literal a los escritos que se condenan, sin rigor intelectual alguno y con una falta de respeto rayana en el insulto. Todo en los teólogos críticos es desviado, desorientador: "han sembrado la agitación y la zozobra en el corazón de muchos fieles", sus enseñanzas "dañan la unidad e integridad de la fe, la comunión de la Iglesia", propagan "dudas y ambigüedades respecto a la vida cristiana", dicen los obispos. Me recuerda al Syllabus, de 1864, recopilación de errores condenados por Pío IX, y al decreto del Santo Oficio Lamentabili, de 1907, que condena el modernismo con una virulencia verbal hoy renacida.

La Instrucción concede el mismo valor a los Padres de la Iglesia, por ejemplo, a Ireneo de Lyon y a Agustín de Hipona, que a un documento de la Comisión para la Doctrina de la Fe del episcopado; al concilio Vaticano II que a una Encíclica; al Evangelio que a una declaración de la Congregación para Doctrina de la Fe; a Tomás de Aquino que a un discurso de Juan Pablo II. Cita documentos del pasado fuera de contexto y los aplica miméticamente a la situación actual. Un ejemplo, el más llamativo y anacrónico de todos: las varias referencias a Adversus Haereses, de Ireneo de Lyon, del siglo II, contra los herejes, aplicadas a los teólogos actuales. Eso se llama fundamentalismo. Como lo es citar los textos bíblicos sin la mediación de los métodos histórico-críticos.

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Capítulo aparte merece el lenguaje del documento, que es el de la vieja dogmática católica, clerical, ahistórico, de difícil comprensión, cargado de afirmaciones rotundas, de verdades seguras, sin atisbo alguno de duda. Y todo ello en tiempos de incertidumbre, de perplejidad, de pensamiento complejo, de cambio de paradigma en los distintos campos del saber y del quehacer humano. Cuando nos sabíamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas, y los obispos erre que erre, anclados en el pasado, sin quererse enterar del cambio de paradigma. Pondré tres ejemplos del anacronismo cultural y de la desmesura verbal episcopales: el análisis de la situación sociorreligiosa, el juicio sobre las religiones no cristianas y la moral.

1. El análisis de la situación sociorreligiosa no puede ser más negativo, rayando en lo apocalíptico. Los obispos ven por doquier la extensión del ateísmo y del agnosticismo, la privatización de la fe, un "exasperado pansexualismo", que consiste en la desfiguración y perversión del "auténtico significado de la sexualidad humana", la "imperante mentalidad laicista" y una "mentalidad hedonista propia de la cultura de la muerte". Todo ello desemboca, a su juicio, en relativismo moral. Más que de la descripción de la realidad estamos ante una construcción ideológica que no resiste la confrontación con los hechos.

2. Los obispos se sitúan de espaldas al nuevo clima de diálogo interreligioso e intercultural y siguen defendiendo el excluyente principio "fuera de la Iglesia (católica) no hay salvación". Absolutizan el catolicismo, al que consideran única religión verdadera, y minusvaloran las otras religiones como caminos de salvación, a las que acusan de contener "lagunas, insuficiencias y errores acerca de las verdades fundamentales sobre Dios, el hombre y el mundo". Reconocen a Jesucristo como "el único Salvador de todos los hombres" y devalúan la tarea liberadora de otros guías religiosos de la Humanidad. Critican las teologías del pluralismo religioso, cuando se trata de una de las propuestas que cuenta con mayor plausibilidad en amplios sectores de las distintas religiones.

3. En cuestiones morales, la jerarquía católica se mueve en el paradigma de las prohibiciones. Lo que se esconde en el fondo es un dualismo platónico y un pesimismo agustiniano. Todo es pecado mortal en materia sexual. Al menos la moral católica tradicional distinguía entre pecado mortal y pecado venial. Sólo una virtud es elogiada, la castidad, "a través de la cual se logra la integración de la sexualidad en la persona". Los noes en esta materia dominan el documento: a los métodos contraceptivos, a la masturbación, a las prácticas homosexuales -que califica de pecados graves y coloca al mismo nivel que "la fornicación (y) las actividades pornográficas"-, a las relaciones prematrimoniales, al matrimonio homosexual, al divorcio, al aborto, a la eutanasia. La obsesión por la sexualidad parece grabada a fuego en las mentes episcopales. Ni siquiera la moral clásica era tan prohibitiva y represiva.

Con documentos como éste nada tiene de extraño que los jóvenes se alejen de la Iglesia (según la encuesta de la Fundación Santa María, menos del 50% de los jóvenes españoles se declaran católicos) y que los teólogos se sientan cautivos. El "escribir en España es llorar" de Larra hace casi dos siglos bien podría traducirse hoy como "hacer teología hoy en España es llorar". La Instrucción episcopal se encuentra en las antípodas del concilio Vaticano II, cuyo 40 aniversario quiere conmemorar. ¡Una contradicción en toda regla!

Juan José Tamayo es profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Dios y Jesús. El horizonte religioso de Jesús de Nazaret (Trotta, Madrid, 2006, 4ª edición).

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