"Con los 300 euros de la policía, volveré a España"
Uno de los senegaleses devueltos el sábado a su país ya piensa en intentarlo de nuevo
Cuando Gala Gay apareció en su casa la madrugada del sábado pasado, su mujer lo recibió con un reproche: "¿Qué haces aquí? ¡Deberías estar en España!". Gala acababa de ser repatriado, junto a 34 compatriotas, en el último de los siete vuelos secretos que despegaron la semana pasada con 189 inmigrantes irregulares desde Canarias a Senegal. En las manos sólo llevaba un auto del Juzgado de Arona (Tenerife), una orden de expulsión del Ministerio del Interior y un sobre con 300 euros que le habían entregado los policías españoles que le escoltaron en el avión. Ayer, sentado a la puerta de su vivienda en Dakar, junto a su esposa y sus tres pequeños atacados por las moscas y por la sarna, Gala anunciaba: "Utilizaré este dinero para volver a España". Su determinación es compartida por otros compañeros de infortunio consultados por este periódico.
La casa de Gala es una habitación de seis metros cuadrados con una cama y un bidón de pintura amarillo a modo de mesilla. No hay más. En otras dos habitaciones similares viven su suegra y el resto de sus cuñados, primos y sobrinos. En total, 20 personas. Hay también una cabaña anexa; está construida con tablones podridos, pero Gala la vendió para conseguir los 500 francos CFA (unos 770 euros) que le costó el viaje a Canarias.
La vivienda está situada en Hann-Pècheurs, un laberíntico arrabal del sur de la capital en cuyos callejones de arena la sarna salta de los lomos de las cabras a las cabezas de los niños.
Gala tiene 36 años. Es bajo y fuerte. Al igual que la mayoría de los hombres del barrio, es pescador. Pero no ganaba suficiente para mantener a su familia. Habló con su mujer, Marian, de la posibilidad de emigrar. Ella estuvo de acuerdo. El 6 de mayo embarcó con otras 80 personas en un cayuco. Hacía 10 días que había nacido su hijo pequeño, Adamo, que ahora tiene dos meses.
Con ayuda de un GPS y una brújula, los inmigrantes alcanzaron la costa sur de Tenerife el día 16. Los centros de internamiento de la isla estaban saturados, por lo que la policía les trasladó en avión a Fuerteventura. Allí, en el complejo de El Matorral, alimentaron la esperanza de que pasaran 40 días, al cabo de los cuales serían trasladados a la Península y puestos en libertad con una orden de expulsión imposible de cumplir. "Los policías españoles nos trataron bien", cuenta Gala. "Nos pusieron vacunas y algunos nos dijeron que ojalá no nos devolvieran a Senegal".
Por fin, la noche del sábado los esposaron con lazos de plástico, los llevaron al aeropuerto, los subieron a un avión y, ya abordo, les dijeron que los iban a devolver a Dakar. "Nos quitaron los lazos y nos dieron de cenar. Nadie se rebeló. Teníamos el corazón roto". Cuando aterrizaron en el aeropuerto de Dakar, la policía local les preguntó si los españoles les habían tratado bien. "Todos dijimos que sí".
Han pasado sólo tres días. Sentada junto a Gala en la puerta de su casa, con el bebé Adamo en brazos y sus otros dos hijos, Bigue, de tres años, e Idi, de cinco, Marian se niega a darse por vencida: "Quiero que Gala vuelva a España", dice, "porque aquí no hay nada para comer".
Los 189 repatriados han convocado para mañana una asamblea frente a la casa de Gala. Como éste, cada uno de ellos tiene una familia numerosa a las espaldas. Y como la suya, todas les presionan para que vuelvan a emigrar y manden dinero. Los repatriados no tienen dudas a la hora de señalar al culpable de su situación: todos echan pestes contra el presidente del país, Abdoulaye Wade, a quien acusan de haber permitido que España les devolviera al punto de partida y de no hacer nada para remediar su miseria.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.