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OTRA MIRADA | Alemania 2006
Columna
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Zeta de Zidane

Si lo pensamos bien, el España-Francia ha terminado de una manera, pero podría haber terminado justo de la contraria y, en el fondo, hubiese dado igual, porque lo más importante de ese partido no era el resultado, sino saber si se trataba del último de Zinedine Zidane o no. Les voy a pedir que lo piensen dos veces antes de no estar de acuerdo con lo que acaban de leer. Porque, ¿no es fantástico que aún exista gente como él en este mundo en el que los resultados suelen valorarse por encima del talento, el beneficio que producen las cosas por encima de su valor y la fama de una persona por encima de sus cualidades? Mi opinión se la digo dentro de dos palabras: no me ha extrañado en absoluto que el director del estadio de Leipzig pretenda guardar como un tesoro la puerta rota en la que Zidane dio una patada al final del partido Francia-Corea, que había acabado con un frustrante empate a uno, para exponerla en el futuro como una reliquia. ¿Ustedes no guardarían un piano de cola que tuviese en la tapa un mordisco de Mozart? Pues para mí es lo mismo.

El fútbol es, exactamente, como todo lo demás, y por lo tanto hay dentro de él un millón de aspirantes a genio a los que para ser Picasso les falta audacia y para ser Van Gogh les sobra una oreja. Zidane no él siempre fue otra cosa, un tipo que jugaba como una enciclopedia, paraba el balón como una universidad y lo pasaba como si explicase un tratado de arquitectura. Y lo mejor es que todo eso lo era sólo por dentro, porque por fuera lo que podía verse era un hombre demasiado grande para la armonía, excesivamente pesado para la delicadeza y que, en resumen, era un engaño delicioso: pero si le restabas a todo lo que no parecía todo lo que era, te salía el equilibrio. Mira a Zidane y te darás cuenta de que al fútbol sólo juegan con las piernas las medianías: los genios juegan con lo mismo que pintaba Picasso sus telas o tocaba Mozart su música: con el cerebro.

Yo nunca me he creído al otro Zidane, al que no llevaba ropa con un número en la espalda. Porque, ¿de verdad se puede ser tan tímido y tan humilde fuera del campo y tan majestuoso dentro? Claro que ha habido otros número uno que tampoco parecían atletas de manual, incluido su maradonísima Diego Armando; pero delante de un micrófono eran lo mismo que en el campo: locuaces, orgullosos, con un punto de insolencia. A Zidane nunca le han hecho falta modelos de césped hacia fuera, y las influencias las ha dejado para dentro del campo: ahí sí que es, ha sido y será alguien que ha conseguido en el fútbol lo que exigía para la literatura T. S. Eliot, según el cual un gran poema debía ser, antes que nada, "una imitación de toda la poesía en general." Eso es Zidane, no un inventor, sino un sabio capaz de compendiar lo mejor de los mejores y convertirlo en algo único. Que a nadie se le ocurra retirar el número cinco de la camiseta del Madrid, o el diez de la de Francia. Yo propongo que se retire la zeta del diccionario de la RAE.

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