Viaje a través de los túneles
Los palestinos usan el subsuelo para pasar armas y alimentos
La asediada Gaza es un territorio de 365 kilómetros cuadrados inundado de armas. Desde hace 10 meses, tras el desmantelamiento de las colonias judías y la retirada de los soldados, las milicias palestinas hacen acopio de fusiles automáticos y munición de todo calibre. Aseguran que disponen de cohetes de más largo alcance, de explosivos de mayor potencia, de nuevos misiles antitanque, como los empleados ayer en el ataque a la base israelí. Es la frontera sur de Gaza con Egipto, los 14 kilómetros del corredor Filadelfi, el coladero por el que entran los pertrechos. La mayoría, a través de túneles.
Aparentemente, apenas hay vida en este erial salpicado por los montones de escombros de los cientos de casas derruidas por el Ejército israelí hace dos veranos. Sólo algunos críos hacen volar sus cometas. Pero bajo tierra hay trasiego. Lo saben bien Jalil y Abdelhadi, dos jóvenes que trabajan en los pasadizos por los que discurre el contrabando: armas, hachís, alimentos, personas... Los brutales destrozos de los soldados israelíes acabaron con la época más floreciente de los contrabandistas, cuando las bocas de los pasadizos se abrían a cielo abierto. Ahora parten desde viviendas. Se adaptan a las circunstancias en la frontera más profunda.
"Bajo tierra, el trabajo es duro. Llevamos cargamentos de hasta 80 kilos", cuenta Jalil
La primera línea de casas, en el campo de refugiados de Rafah, se alza hoy a 200 metros del muro de hormigón y metal que separa ambos territorios. Jalil, de 23 años y ropas muy sucias, conoce desde los 17 estas vías clandestinas. "Adoro la niebla", asegura. La ausencia de visibilidad le permite saltar el muro y hacer su trabajo a pie, aunque se haya topado más de una vez de bruces con un tanque. Pero las nubes no caen con frecuencia y lo habitual es convertirse en un "topo", como otros 500 jóvenes de Rafah.
"Bajo tierra", cuenta Jalil, "el trabajo es muy duro. Llevamos cargamentos de hasta 80 kilos. Te destrozas las rodillas. Es necesaria una cadena de cuatro personas y dos horas para recorrer los 700 metros del túnel". Hasta agosto de 2004 funcionaban a pleno rendimiento los 24 que llegaron a ser perforados.
Ahora hay muchos menos. Pero Abdelhadi comenta que "las milicias palestinas disponen de sus propios pasadizos dedicados exclusivamente al armamento". Nadie, salvo sus usuarios, conoce su emplazamiento. Es el secreto mejor guardado. Aunque por los túneles de los cuatro clanes locales que controlan el comercio ilegal también pasan armas. El servicio secreto israelí asegura que desde que abandonaron la zona han pasado a Gaza 11 toneladas de dinamita, tres millones de balas, 10.000 fusiles automáticos, 1.600 pistolas, lanzamisiles portátiles y 500 lanzagranadas.
Podrán ser taponadas estas vías subterráneas y serán rehechas. Cuestión de tiempo. "Para construir uno se necesitan 15 personas. Los ingenieros tienen que jurar sobre el Corán que no revelarán la ruta. Lo primero es tener claro el lugar de salida en Egipto. No caben errores. La bajada vertical al túnel se construye con barriles y en los tramos horizontales, a 15 metros de profundidad, se colocan arcos de madera", explica Jalil.
Siempre fue Rafah estratégica para el comercio entre la cuenca del Nilo y Palestina. Pero los acuerdos firmados entre la OLP y el Gobierno israelí en 1995 prohíben el comercio con Egipto. Gaza y Cisjordania son cautivas de la economía israelí y de la voluntad del Gobierno hebreo, que ha mantenido clausuradas las aduanas la mayor parte del año. Los palestinos pagan por la gasolina e infinidad de productos precios israelíes.
Desprecian el riesgo estos chavales. El derrumbe de los túneles es frecuente y, en ocasiones, militares egipcios han lanzado gas para asfixiarles. Pero asumen el peligro porque la ganancia es enorme. "Cobramos unos 1.500 dólares por viaje. Aunque se han dado casos de 5.000 por dos horas. Gente muy pobre, que no tenía ni para tabaco, conduce hoy vehículos cuatro por cuatro". Son los dueños de los pasos subterráneos. "Sé de alguno que ha ganado 40.000 dólares por un transporte". Una bicoca que lleva a los contrabandistas a no hacerse preguntas. "Sólo conozco a mi contacto en Egipto y no me interesa saber cómo consigue las mercancías. Tampoco me importa a quién ayudo a pasar. Eso sí, de drogas no quiero saber nada", comenta Jalil en un arrebato de pretendida honestidad.
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