www.apostasía.es
Moriscos, hebreos conversos sospechosos de prácticas judaizantes, herejes de toda índole, curanderos, brujas y apóstatas, fueron en tiempos inquisitoriales objeto de especial vigilancia. Los últimos, los apóstatas que abandonaban la religión de forma pública y sonora, despertaban una especial inquina en los retenes de guardia del Santo Oficio. El espíritu ilustrado que sentó sus bases el siglo XVIII, las revoluciones del XIX y el laicismo, lento pero sin pausa, del XX, se olvidaron razonablemente del oscurantismo en eso que llamamos, de forma un tanto difusa, el Occidente de tradición judeo-cristiana. Siguen existiendo en esta parte del hemisferio lagunas de intolerancia ultra ortodoxa y rincones abruptos de insoportable dogmatismo, pero no se lleva a la hoguera a ningún ciudadano que cambia el domingo por el viernes y la Biblia por el Corán, ni al que se olvida del Corán y la Biblia a un tiempo. En algunos países del hemisferio Oriental -llamémoslo así para no despertar susceptibilidades- el laicismo no ha llegado tan lejos, y todavía se condena a muerte a la persona que cambia o reniega de su religión: sólo la solidaridad internacional salvó de la horca recientemente a un afgano que cambió las suras coránicas por los salmos bíblicos. Pero aquí, que sepamos, no suceden las cosas de tal guisa, y cada cual hace de su capa un sayo en materia de fe y creencias. Por eso resulta irrisorio tropezar con una página electrónica, una www.apostasía.es, donde se hace un llamamiento para apostatar masivamente, es decir, abandonar públicamente la Iglesia católica, y protestar así contra el neoconservadurismo religioso que nos invade. Si son creyentes los firmantes del llamamiento, no parece a todas luces demasiado lógica la convocatoria a una apostasía masiva: la religión es algo demasiado personal e intransferible, y merece mucho respeto y tolerancia; una tolerancia y un respeto que sirvan de antídoto frente al galopante neoconservadurismo dogmático. Si no están de acuerdo, como tantos otros ciudadanos, con la parafernalia política y económica, religiosa y turística, derrochadora y ostentosa con la que algunos de por aquí van a acoger al Papa Ratzinger, les cabe siempre la posibilidad de la indiferencia o de la crítica razonada. Y Santas Pascuas. Porque eso de la apostasía ya lo llevó a cabo un grupo de La Plana para poner de relieve las actuaciones ultramontanas, en materia de fe y costumbres, del que fuera obispo de Castellón Reig Pla, y no lleva a parte alguna.
Aquí las llamas ya no queman a judaizantes, moriscos o apóstatas. Hay, eso sí, cabezas mitradas que lanzan anatemas contra toda idea de familia que no sea la tradicional, convencional y mayoritaria, cuyos valores tanta gente asume y respeta, como asume y respeta otros tipos de núcleos de convivencia familiar, llámense como se llamen, que eso es una cuestión de nombres. Y a muchos de nuestros prelados cabría recordarles que tiempo hubo en que los tonsurados vivían sexo, afecto e hijos con sus barraganas, y el pueblo de Dios aceptaba como una realidad más ese tipo de convivencia. Cabría traerles a la memoria también que la moral y las costumbres no son realidades únicas de la cintura hacia abajo, sino que afectan también al ámbito de la especulación, el enriquecimiento rápido, la desconsideraciones hacia las mujeres o la administración de los caudales públicos. Y no estaría fuera de lugar, aquí y ahora en el País Valenciano, mencionarles de pasada la escasa o nula consideración de los prelados, desde hace varios siglos, hacia la lengua con la que tantos valencianos se dirigen al Dios del Sinaí. Su uso actual en la liturgia es pura anécdota, hechas las excepciones de rigor, es decir, las de unos cuantos y escasos párrocos que la utilizan frente a la jerarquía adversa con más valor que José María el Tempranillo. Que en la Iglesia de todos los creyentes, hay sensibilidades diversas, y los pastores del báculo lo han de ser de todas esas sensibilidades para evitar crispación y tensiones. Al menos eso es lo que ha dejado a entender, de forma esperanzadora, Casimiro López Llorente, el nuevo pastor de la diócesis de Segorbe-Castellón.
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