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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Después de Maragall, ¿qué?

Josep Ramoneda

EL ESTATUTO CATALÁN ya se ha cobrado una segunda pieza. ¿Habrá una maldición del Estatuto? Primero fue Esquerra Republicana, ahora Pasqual Maragall. Cuando entre en vigor, ¿quedará alguno de sus promotores en pie? Maragall ha dicho que renunciaba a la reelección porque ya ha cumplido todos los objetivos que se cifró al inicio de esta aventura. Ha logrado el nuevo Estatuto, por supuesto, pero sembrando muchas minas por el camino, que primero hicieron estallar al tripartito y ahora le han alcanzado a él mismo. Ha conseguido la alternancia, ciertamente, aunque está por ver si habrá sido un simple paréntesis en la larga marcha del nacionalismo conservador. Ha puesto en marcha un proyecto conjunto de las izquierdas catalanas que, de momento, se ha distinguido por su carácter efímero y ha dejado muchas dudas sobre su viabilidad. Ha intentado cambiar las prioridades de la política catalana, pero, con tanta música identitaria de la mano del debate estatutario, no parece que la sociedad haya tomado conciencia de este giro. Ha abierto el camino de la España plural, y, a juzgar por la rapidez con que otras autonomías se han apuntado a la subasta, quizá se pueda pensar que ha sido su mayor éxito. Y ha hecho del PSC el primer partido de Cataluña, pero en realidad ya lo era: ningún otro partido ha alcanzado las cotas del PSC en las legislativas, sólo faltaba y sigue faltando que los traslade a las autonómicas. O sea que los logros que Maragall reivindica son ensayos pendientes de transformación.

Hace un año que Zapatero tenía decidido que no quería que Maragall repitiera como candidato. Zapatero hoy tiene muchísimo poder. Y Maragall ha sido razonable al no desafiarle. En el plano personal, además, el alcalde de los Juegos y el presidente del Estatuto ya tenía poco que añadir a su currículo. Se dice que en Cataluña el PSC pone los candidatos y el PSOE pone los votos. La sorpresa que incluso fuera de Cataluña produce que el PSC pueda optar por Montilla es una muestra de lo arraigados que están los tópicos del nacionalismo y que son además compartidos por todos los nacionalismos. Que a un español le extrañe que un andaluz pueda ser presidente de Cataluña sólo quiere decir que tampoco entendería que un catalán pueda ser presidente de España. O sea que las exclusiones por razón de origen están tan bien repartidas como los nacionalismos en la piel de toro.

La candidatura de Montilla -al que fundamentalmente se le critica el envoltorio, es decir, los recursos comunicativos exigibles para funcionar como candidato- abre significativamente el juego en Cataluña, que es precisamente lo que se esperaba de la gestión de Maragall. Y podría ser una señal de que la operación Estatuto no era tan absurda: ya no hay exclusiones implícitas. Por primera vez, el PSC irá a las autonómicas con un candidato que no proviene de los sectores nacionalistas del partido. En vigilia de las elecciones del 99, tuve ocasión de asistir a un almuerzo en el que, tres días antes de la votación, Felipe González dijo a la cúpula del PSC de entonces que era imposible que ganaran porque, para "su gente", Pujol y Maragall eran lo mismo. Montilla no se parece en nada ni a Pujol ni a Maragall. Y, sin embargo, en las formas se parece algo a Artur Mas: los dos son fríos, cerebrales y poco dados a expresar pasiones o estados de ánimo. El PSC hace, con retraso respecto a todos los demás partidos, el cambio generacional. Y Mas hará su primera campaña sin la sombra de Pujol. De modo que el debate electoral ya no será entre dos discursos de la Cataluña mítica, sino entre un nacionalista con acentos liberales y un socialdemócrata de vocación federal. El mapa del referéndum señala que Montilla tendrá que trabajar a fondo para demostrar que con otro tipo de candidato el PSC puede arrastrar a las urnas a su amplia bolsa de abstencionistas.

Aunque cuando la temperatura de las campañas suba cualquier disparate es posible, es de esperar que desde el nacionalismo no se recurra a la infamia de desacreditar a Montilla por su origen. Sería probablemente un bumerán para el que se atreviera. Pero ya se ha empezado a oír el discurso del sucursalismo, la dependencia de Zapatero. Me permito una consideración: la consolidación de Artur Mas ha venido a partir de su pacto con Zapatero que es, en sentido estricto, un acto de sucursalismo: la aceptación de la realidad de las relaciones de fuerza entre España y Cataluña. Y ha tenido premio.

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