Escándalo en la piscina
1. ¡Pero si ya sabemos que cuando muere alguien las cosas continúan existiendo, encantadoras e indiferentes: el sol, el fluir del agua, el susurro de las hojas mecidas por el viento! ¡Pero si ya sabemos que nada revela tanto la pérdida de un individuo como la continuación de la vida en el mundo, que se aleja cada vez más de los ojos que ya no lo pueden mirar!
Entonces, ¿cómo explicar tanto asombro, el otro día, ante la actitud de los bañistas de Lleida que continuaron bronceándose en una piscina pública a escasos metros del cadáver de un inmigrante ahogado? De no ser un inmigrante, creo que habría ocurrido lo mismo. La gente habría continuado allí, fuera el muerto de donde fuera. Un muerto es un muerto, y la vida es la vida y sigue, continúa existiendo, encantadora e indiferente. ¿No comentamos siempre en los entierros que debemos seguir viviendo?
El hecho es que el miércoles 14 de junio, hacia las tres de la tarde, unos bañistas seguían tomando el sol en una piscina municipal de Lleida en el barrio de Pardinyes, a pesar de encontrarse a pocos metros de ellos, y de forma bien visible, el cadáver del joven Nasry, de 21 años y origen magrebí, muerto posiblemente por un corte de digestión. Al pobre Josep, que fue el socorrista que buscó desesperadamente salvarle la vida, se le acercó un bañista (cuando más desolado estaba por el fracaso de su inútil intento) y le pidió cambio de un euro. Otros, los pocos que decidieron marcharse de la piscina (seguramente se iban a comer, eran las tres de la tarde), pidieron que se les devolviera el dinero de la entrada.
Estamos ante un escándalo intolerable, de acuerdo, pero que no viene dado únicamente por la inmoral actitud de los bañistas, sino por algo más amplio. Yo diría que ese escándalo intolerable es el de la muerte misma. La muerte sí que es un escándalo. La muerte lesiona, hiere. Recuerdo que Claudio Magris ha hablado de "la herida misma de la muerte que no puede cerrarse y sigue escociendo y apestando el aire". Se pueden pensar todo tipo de cosas sobre ella, sobre la muerte, pero está claro que es imposible que logremos aminorar el escándalo que su famosa guadaña arrastra siempre consigo: la obscenidad absoluta del sufrimiento humano. Ante el fallecimiento de alguien querido (pero también debería sucedernos lo mismo ante la de un desconocido, por qué no) sentimos un estupor indecible y ese dolor de que todo continúe como antes, alejándose del que muere, la cruel indiferencia de todo sobrevivir...
2. Precisamente, el propio Magris comentaba en el verano de 1997, en su artículo periodístico Foto de agosto, un suceso acontecido en la costa de Barcola, en Trieste. Un hombre se ahogó mientras estaba nadando en esa costa. Hasta que fue evacuado, el cadáver quedó tumbado en la orilla y cubierto por una toalla. Una fotografía publicada por el periódico Piccolo de Trieste mostraba el cuerpo sin vida en medio de los bañistas que, pegados los unos a los otros, como ocurre en las abarrotadas playas de verano, no se inmutaban lo más mínimo y continuaban bañándose, bronceándose, hinchando la colchoneta... Decía Magris que el muerto (que habría tenido que ser al menos durante cinco minutos protagonista de una tragedia y centro de atención y consternación) no pasaba de ser un personaje marginal, irrelevante en esa imagen de verano; los cuerpos en torno a él querían disfrutar del sol y el mar: y el suyo, que ya no podía disfrutar ni amar, quedaba apartado como un desecho. Las preguntas que a continuación se hacía Magris se parecen a las que sugiere el caso de la piscina de Lleida: ¿qué habrían podido hacer aquellos bañistas: levantarse, irse a casa, trasladarse unos cien metros más allá? "Desde luego, se podía, por ejemplo, rezar. Pero rezar en público es difícil: casi nadie se atreve. También la oración, como la carne, provoca escándalo".
Concluye Magris que en una humanidad fraterna y libre, esa fotografía de la playa triestina podría ser incluso una imagen positiva, la imagen de una solidaridad entre los vivos y los muertos: un intento de integrar a la muerte en el camino, como hace Eros, que no teme a la muerte porque sabe abrazarla. Pero en aquella orilla de la costa de Barcola, como en la piscina de Lleida, nadie abrazaba al muerto, sino que se procuraba no verlo. Creo que a veces nuestra vida está cada día más por debajo de la vida.
3. De buena mañana, en la hora ideal, leo Travesías del ausente, recorro geométricos poemas de Luis Izquierdo mientras invento recuerdos (como si hubiera sido testigo de todo aquello) de los días de juventud en los que Izquierdo, que después sería mi profesor de literatura, estudió precisamente con Magris. Y quedo pronto inmerso en sus versos, en sus ejercicios de arte, ejercicios cada día más necesarios para que nuestras vidas dejen de estar tan por debajo de la vida. La brisa matinal está presente para el ausente, y es vida: "El mar al fondo, estrecho/ entre los árboles,/ y el aire enternecido en la mañana/ breve que se demora en la mirada./ Y estar / por un momento eterno ahora,/ y como nunca".
4. Con tantos crímenes perpetrados por delicados nazis que amaban la cultura y con la amarga frase de Adorno sobre "la poesía después de Auschwitz", creo que durante demasiado tiempo hemos contado con la coartada perfecta para cruzar los brazos y permitir el avance de la televisión y de la política en su versión más zafia y no volver a plantearnos algo esencial que podría empezar a evitar que nuestra vida siguiera estando cada día más por debajo de nuestra vida: tratar de salvarnos mediante la justicia, la virtud y la inteligencia y -no olvidarlo- mediante el ejercicio del arte.
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