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Mucho rock y un gol a 38 grados

Miles de madrileños soportan altísimas temperaturas en la plaza de Colón y en MetroRock

Daniel Verdú

Minuto 16 de la primera parte. Joaquín falla una ocasión en un disparo fuera del área. Cero a cero en el marcador y 37 grados en la plaza de Colón, donde más de 5.000 madrileños siguen en las pantallas gigantes la retransmisión de Cuatro del partido entre la selección de España y la de Arabia Saudí. Echando un vistazo al termómetro a las cuatro de la tarde, ésta última parecía que jugaba en casa. Un minuto más tarde, el Samur atiende al primer afectado por un golpe de calor. Los desmayos y los sofocos se sucederán a lo largo del encuentro.

EL PAÍS estuvo ayer en dos de los puntos más concurridos de la ciudad: el partido de la selección en la plaza de Colón y el festival MetroRock en el parque Juan Carlos I. Durante toda la tarde el termómetro no bajó de 36 grados centígrados y llegó a alcanzar los 38 grados a la sombra. La temperatura máxima oficial ofrecida por el Instituto Nacional de Meteorología fue de 37,2 grados en la Ciudad Universitaria. Muy cercana al récord histórico de la ciudad durante un mes de junio, que fue de 38,1 grados en 1931.

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La Comunidad de Madrid ha decretado el estado de alerta amarilla o de precaución, que se establece cuando las temperaturas máximas previstas para los siguientes cinco días son iguales o superiores a 36,6 grados e inferiores a 38,6 grados. El nivel rojo o de alto riesgo, el máximo establecido, se declara cuando las máximas pueden superar los 38,6 grados.

En la plaza de Colón el sol no tiene piedad con los aficionados. La selección tampoco, y ofrece el partido más aburrido de la primera fase del mundial. Pero la paciencia de los seguidores, de una media de 18 años de edad y de tres cervezas en el estómago, no tiene límite. Abanicos, gorras, botellas de agua... Todo vale para refrescarse y evitar terminar dándose de bruces en el asfalto de la plaza. Como Barbara Merino, de 15 años, que se refresca bajo unos pinos de la plaza tras haberse desmayado tres veces. Mientras tanto, Joaquín vuelve a disparar desde la frontal y obliga al portero saudí a realizar un paradón. Pero nada. Las pinturas de guerra con los colores de la selección en las caras de los aficionados se funden en chorretones de sudor. Al fin, en el minuto 35, justo cuando la temperatura rozaba los 38 grados, Juanito la mete de cabeza.

Luego, descanso. Todos los chavales se refugian en bares o bajo los pinos. Muchas lucen palmito en bikini. Ellos sin camiseta. Sebastián Mora, de 20 años, se cubre el torso desnudo con la bandera española preconstitucional. "Así no me quemo la espalda", dice con el pollo negro estampado en la rojigualda que le cuelga hasta el trasero. Ahí es nada. En el cielo, la otra bandera, la de la plaza de Colón, ondea con la brisa que alivia el calor de la tarde. Casi la más calurosa de la historia del mes de junio.

La segunda parte no da juego. Pero la gente aguanta. Poco fútbol para tantos grados. Incluso caen cuatro gotas de tormenta veraniega. Al final de la plaza, Iván Baeza y Alexander Piqueras ven el final del partido vestidos de rojo y subidos a dos motos de Telepizza. Son repartidores y se están escaqueando. "Hacemos que curramos y cuando podemos nos paramos aquí", dicen sin complejos. Tras el pitido final, como en el anterior partido, todos en remojo en la fuente aledaña.

A las seis y media, en la otra punta de la ciudad, en el parque Juan Carlos I, comienza MetroRock, donde se espera la llegada de 50.000 personas. El mercurio sigue sin hacer concesiones e inaugura el festival a 36,5 grados. A esa hora las entradas todavía están casi vacías, pero los que llegan traen indumentaria parecida a los del fútbol. Por escasa.

Sara Rodríguez se empapa el pelo con agua antes de entrar. Se lo escurre boca a bajo mientras sus amigos se lanzan bolsas de agua. "¿Calor? Ya ves cómo estamos", responde a la absurda pregunta. El Canal de Isabel II ha colocado contenedores con bolsas de agua de un litro en varios puntos. Unos las utilizan para beber y otros se las lanzan entre sí. Ya las echarán de menos.

En el escenario principal comienza el primer concierto. Un judío ortodoxo llamado Matisyahu que hace un reggae bastante evolucionado. El hombre da saltos a un lado y otro del escenario con la indumentaria típica de los hasídicos. Chaqueta y barba poco funcionales para los 36 grados que caen en ese momento. Eso sí, el escenario está a la sombrita. Frente a él, bailan unas 200 personas. La mayoría parece desconocer los riesgos que entraña la combinación del hachís y las temperaturas récord. Pero tuvieron suerte, casi a las ocho de la tarde el Samur instalado en el recinto no había atendido a nadie por los efectos del calor.

Por suerte, unas simpáticas empleadas de una marca de telefonía móvil riegan al personal con unas mangueras que salen de un depósito que llevan a cuestas. "¿Guapa, y ¿quién riega tus margaritas?", le suelta a una un agradecido asistente. Los camareros de las barras, expuestos al sol de forma cruel por los organizadores, también se refrescan todo lo que pueden. El público sigue llegando. Todos con la bolsita de agua en la mano. "Sabíamos que hasta ahora nos coceríamos, pero ya que hemos pagado, lo veremos todo", explicaba Mercedes Fernández para justificar la imprudencia. Pero el sol ya se marchaba. Y de nuevo, el cielo amenazaba de tormenta.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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