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Columna
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Raimon y el veto del PP

Miquel Alberola

Raimon ha regresado al bulevar de los Capuchinos de París cuarenta años después de que su aullido hiciera crujir la caja torácica del Olympia por primera vez. Entonces Ausiàs March era un poeta mediocre, como promulgaban los escasos libros de texto que consignaban su existencia, y Jordi de Sant Jordi, Joan Roís de Corella o Joan Timoneda simplemente no existían porque todavía no habían sido modulados por su voz ni su guitarra. Raimon, igual que ahora, no contaba con ninguna ayuda para cantar en el templo musical de Francia, donde oficiaban con asiduidad Jacques Brel, Léo Ferré, Juliette Gréco, Georges Brassens o Édith Piaf. Llegó por su talento y por la casualidad de que el propietario del local, Bruno Coquatrix, hubiese visto en televisión unas imágenes de sus actuaciones en La Sorbona o en la pista de mítines La Mutualité y le ofreciese un contrato. Cuando Raimon cantó en el Olympia aquel 7 de junio de 1966 sobre el escenario todavía estaba suspendida la nube de humo de marihuana que había dejado Bob Dylan y en el patio de butacas flotaba la impostura de un público que presumía al unísono de hablar inglés y sin embargo no reía los chistes del mito de Minnesota. La mayor parte de los que acudieron a escuchar al cantante de Xàtiva no había oído nunca cantar en valenciano, pero ese no fue un obstáculo para que la prensa francesa valorara más a Raimon que a Dylan. Raimon es desde entonces un clásico que ha cantado en valenciano en Alemania, Suiza, Holanda, México, Rusia, Japón, los Estados Unidos o Inglaterra, y que además ha difundido por el mundo a los desconocidos poetas de nuestro siglo de oro, como acaba de hacer en el Olympia con los versos del Espill de Jaume Roig sobre el restaurante de París que servía sabrosa carne humana. Sin embargo, esos no son méritos suficientes para que pueda cantar en los espacios públicos de Valencia, la ciudad en la que debutó en 1961 y de la que ha sido proscrito. Porque en el odio a Raimon es donde mejor se sustancia el eslabón perdido entre el PP y la dictadura. Es la prueba del algodón para que Franco emerja de debajo del maquillaje liberal. Hoy se da la paradoja de que al PP se le llena la boca con el nombre del edificio de invitados de la Copa del América (Veles e Vents), que es el título de la canción con la que rescató al poeta de Beniarjó del limbo, y sin embargo le cierra las puertas de la ciudad.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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