Picasso en Madrid

La coincidencia de aniversarios -el 125 del nacimiento y el 25 de la llegada del Guernica a España- han puesto en actualidad la figura de Pablo Picasso, sin duda el artista universal más representativo del siglo XX. Es, por tanto, muy oportuno que los dos museos nacionales más importantes, respectivamente, de arte histórico y contemporáneo, el Prado y el Reina Sofía, se hayan asociado para celebrar, por primera vez de manera conjunta, estas efemérides sobre el español más universal de la pasada centuria, y que lo hayan hecho a través de una exposición temporal que se puede calificar como un hito histórico.

Es la primera vez, por ejemplo, que un museo histórico -el Museo del Prado, del que Picasso fue director durante la Guerra Civil- acoge una retrospectiva de un artista del siglo XX, poniendo en evidencia que la tradición y la vanguardia no son en absoluto irreconciliables, como parecía a muchos hasta hace poco. Si este hecho es excepcional desde un punto de vista artístico, lo es también desde una perspectiva ética, por el encuentro en el Reina Sofía de Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya, con la secuencia de los cuadros inspirados por esta declaración de la victoria moral de los vencidos, entre los que están La ejecución del emperador Maximiliano, de Manet, y, naturalmente, La masacre de Corea, El Osario, Los españoles muertos por Francia y, sobre todo, el Guernica, todos de Picasso. Ambas muestras son, pues, únicas e irrepetibles y ponen en evidencia, sin un ápice de complacencia nacionalista, lo mejor de la actitud creativa y antropológica de nuestro país, que encontró en el genio del artista malagueño el mejor espejo de su memoria como persistencia frente a los avatares de su dignidad. El paso del tiempo es ineluctable. También para Picasso, que nació en el siglo XIX y murió hace más de tres décadas. Para sus compatriotas jóvenes es ya una figura histórica. Como Goya. Pero Madrid muestra ahora que sigue alumbrando nuestro presente y futuro.