Destilados del gurú
En aquel tiempo (11 de abril), dijo Peter Drucker a sus discípulos: "Escuchar no es una destreza, es una disciplina. Cualquiera puede hacerlo. Todo lo que usted necesita es mantener su boca cerrada". Drucker no ha seguido su propio aforismo; es más, viene acumulando prestigio e ingresos gracias precisamente a mantener su boca permanente abierta, con una prolífica generación de lecciones en su mayoría insustanciales. "Está considerado", dice la solapa de Drucker para todos los días "el más grande filósofo de la gerencia del siglo XX". Por poco que signifique encabezar tan novísimo ranking -¿no son antitéticos los términos management y filosofía?- caben pocas dudas de que Drucker tiene un nombre bien reconocido en el mercado de la trivialidad gerencial dominante en las estanterías.
Drucker para todos los días
Peter Drucker con Joseph
A. Maciariello
Editorial Granica
ISBN 84-7577-760-0
Hay grados de banalidad, que conste. No es lo mismo, por ejemplo, la tabarra estupefaciente de la inteligencia emocional o la insultante invocación a todos los pensadores, o estrategas militares (Maquiavelo, Napoleón, el Sun Tzu, Buda...), como aval de supuestos milagros en la dirección de empresas que las modestas reflexiones de Drucker, alicortas, eso sí, pero nunca fraudulentas. A lo más cabe lamentar el uso inmoderado de los lugares comunes como herramienta para que los directivos tomen conciencia de la importancia de la buena gestión. No está claro que los directivos veteranos aprendan algo en los textos de Drucker, pero sus aforismos y píldoras reflexivas sí pueden sembrar la ilusión entre los ejecutivos noveles de que están recibiendo "sabiduría práctica y penetrante".
Drucker para todos los días está estructurado como un diario que recoge un florilegio de sus reflexiones -una por página- más importantes del gurú; además, al final de cada pensamiento se sugiere brevemente una actividad siguiendo el modelo piense después de haber leído y ejercítese en el management recreativo. Este reader's digest de la gerencia podría haber funcionado si el recopilador o el autor se hubieran tomado menos en serio el alcance de sus reflexiones. Pero como el tono es trascendente y Drucker no es ni Lichtenberg ni Joubert, el resultado final es plomizo y algo confuso. Suena casi todo a déjà vu, como si ya se hubiera dicho mucho antes y mejor.
De hecho, abunda el truco de ofrecer como aguda percepción de la realidad lo que tan sólo es una repetición de sobreentendidos perfectamente integrados en el funcionamiento social. Así dice: "La educación liberal debe capacitar a la persona para entender la realidad y dominarla", asegura Drucker. Pues sí, claro; tal acontece desde la academia platónica y el liceo aristotélico. "Los mejores planes son sólo buenas intenciones, a menos que se conviertan en trabajo", trata de iluminar el autor, con el aire de quien observa admirado que cuando llueve el agua cae desde las nubes hacia el suelo. Totalmente exacto y absolutamente inútil.
Drucker parece especialmente preocupado por el liderazgo en la empresa, aunque puede ser un espejismo producido por la selección de textos. El punto de partida es una apreciación pesimista. "Afortunada o desafortunadamente, lo único predecible en una organización es la crisis. Siempre llega. Entonces, es cuando de veras dependemos de un líder". Está obviamente trasladando a las empresas las experiencias militares -el recuerdo a Winston Churchill ocupa varias páginas del ramillete de reflexiones- del siglo XX; pero de nuevo la iluminación no aparece. Drucker no precisa, y debería hacerlo, que el liderazgo no es una cualidad inherente a una personalidad providencial, sino una función que pueden asumir persona o personas no providenciales, es decir, que no están al acecho de la crisis para demostrar su superioridad directiva.
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