_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El discurso del melón

Se acaba de celebrar en Valencia el I Congreso Internacional de Paisaje y el consejero de Territorio, Esteban González Pons, ha sintonizado con el evento que le han servido en bandeja para reiterar el manifiesto ecologista con que se presentó en su nuevo cargo. La verdad es que ha estado conmovedor y hasta convincente. "Somos responsables de que nuestro territorio tenga un día de mañana, porque nos pertenece tanto como perteneció a nuestros abuelos y pertenecerá a nuestros nietos". Y también: "El crecimiento urbanístico sin límites y a costa de todo en nuestra región es imposible", pues "no hay más espacio que el que hay". Y es poco, pudo añadir.

Aunque tal declamación era congruente con la oportunidad, no hay que ser muy malicioso para colegir que esta política medioambiental -verde como la sandía, que proclamó en su toma de posesión- conlleva una especie de colleja verbal a su antecesor en el cargo. Y eso resulta evidente, por más que se insista en la bondad de la gestión desplegada por Rafael Blasco y en la continuidad de la misma. Más cierto parece que se pretende sustituir el énfasis que se ponía en el urbanismo y la ocupación del territorio, por más paisajes que se protegiesen, o declarasen naturales parques y parajes, por no hablar de la densa legislación promulgada al respecto.

Resulta obvio que el presidente Francisco Camps ha querido acotar las críticas genéricamente urbanísticas, condensándolas en la etapa blasquista que ha concluido en el último relevo del gabinete. Muerto el perro, debió pensar, se acabó la rabia. O lo que es lo mismo, se desactivan las admoniciones de Bruselas, el informe del eurodiputado Michael Cashman, los correctivos de la Sindicatura de Greuges, la divulgada imagen de un litoral colmatado por el ladrillo y unas ingentes recalificaciones de terrenos al margen de los planes de ordenación urbana destinadas a PAI -en ejecución o trámite- de ni se sabe los miles de viviendas y campos de golf.

Como es lógico, una actuación tan prolongada e intensa como la aludida no puede serle endosada exclusivamente a un departamento, aunque su titular y consejero sea un supermán. Se trata, obviamente, de la política de todo un Consell y de un partido, el PP para el caso. Con la salvedad o atenuante de que tal política urbanística e inmobiliaria no ha sido una perversión o arbitrariedad, sino la resultante de una próspera y larga coyuntura económica que, visto lo visto -nos referimos especialmente al desmadre municipalista-, resulta hasta prodigioso que no haya causado más estropicios al amparo que se le propiciaba por el Gobierno autonómico y los ayuntamientos de toda laya.

Ahora estamos ante un nuevo discurso, cuando menos aparente. El conocido verde por fuera y rojo por dentro. Bienvenido sea. Pero habrá de verificarse mediante iniciativas más allá de la retórica y nos tememos que ya no queda en la presente legislatura tiempo útil para ello. En realidad, nos consolaría que el consejero se limitase a ser coherente con la extensión modesta y fragilidad de este territorio valenciano, que venimos desgobernando -más que otra cosa- desde 1989, año de la primera ley que pretendía ordenarlo, sin que se haya concertado todavía un modelo. ¿O sí, y es sencillamente este?

Si estuviese en su mano, lo aconsejable sería no mover ficha y limitarse a digerir -desarrollando- el mogollón legislativo que alumbró su predecesor, además de aplicarse al medio ambiente, acerca del que perora con entusiasmo. Simple minimalismo político, aunque oportunidades para demostrar su criterio no le van a faltar. Sobre la mesa, y entre otros que quizá no pueda eludir, tiene un problema verde y candente: preservar la huerta de Alboraia, o lo que va quedando de ella, al norte de Valencia. ¿Cederá ante los proyectos del alcalde y de los inmobiliarios echando la culpa a la presión urbana? No inventaría nada, pues ha sido el argumento más recurrido tanto en el litoral como en las áreas metropolitanas. En esta circunstancia constituirá un botón de muestra para pulsar si el consejero es capaz de poner coto al crecimiento "a toda costa" -que él mismo repudia- alineándose con los labradores que no han desertado de la tierra. Veamos ese compromiso con el paisaje y la ecología.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_