Espontaneidad y frescura
Hace cuatro años, cuando andaba por los 30, actuó en el Auditorio de Madrid. Su carrera ha sido, desde entonces, fulgurante y ahora se codea con los más grandes del piano. Paul Lewis es de Liverpool. En sus primeros pasos fue autodidacta. Después se dejó aconsejar por maestros como Alfred Brendel. Su primer gran éxito de prestigio a nivel internacional vino con Schubert, especialmente con las últimas sonatas del compositor austriaco. En la actualidad está dando el salto a Beethoven, y es natural que así sea.
El pasado sábado -un guiño- ofreció el mismo programa que anteayer expuso en Madrid en la Schubertiade de Schwarzenberg. Un programa ambicioso, sin concesiones, de los que definen la categoría y musicalidad de un pianista, con una Hammerklavier, de Beethoven, como punto máximo del atrevimiento, y con dos sonatas tan hermosas como la 15 y la 29 para abrir boca. Salió airoso del desafío, digámoslo de entrada.
Ciclo de grandes intérpretes
Sonatas para piano números 25, 15 -Pastoral- y 29 -Hammerklavier-, de Beethoven. Organizado por la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, 13 de junio.
Dejarse llevar
En primer lugar, por la naturalidad con que se enfrenta a las diferentes obras. La musicalidad sobresale por encima del virtuosismo. Hay en sus acercamientos una madurez casi me atrevo a decir que impropia de su edad. Un cierto desparpajo, incluso. La limpieza en la ejecución está a la altura de la comprensión global. La espontaneidad, la frescura, la sensación de facilidad, sobresalen. La sorpresa es total en una sonata como la 25 en sol mayor, ya desde el Presto alla tedesca. Se llega a la número 15 en re mayor, apodada Pastoral, con la tranquilidad de la confianza, con la seguridad de que la versión va a ser equilibrada y vital. Y, en efecto, lo es. El melodismo fluye con un sentido tan cercano que arrebata. Lo mejor es dejarse llevar. Lewis no defrauda.
La sonata número 29, conocida por Hammerklavier, es un miura de los de leyenda. Creo que era Brendel el que decía que está un pianista preparándose media vida para tocarla, y cuando está en condiciones para hacerlo con soltura ya se le ha pasado la edad. En estos ciclos de grandes intérpretes la han bordado en los últimos años Aimard y Pollini. Paul Lewis hace una buena versión pero no llega de momento a la altura de estos hitos interpretativos.
Especialmente en los dos últimos movimientos perdió esa claridad de ideas que le había acompañado el resto del concierto y todo se volvió más previsible y menos inspirado. Menos nítido, incluso. Ello no obstaculiza la alta valoración artística del recital. Incide en la valoración del pianista desde otras perspectivas. En su pelea con lo imposible, por ejemplo. Fue en conjunto una gran tarde de piano.
Babelia
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