Una piña colada, por favor
Desde la azotea del Palau del Mar se pueden contemplar todos los matices de una ciudad en eterna transición entre el todo y el más allá. Ese marco idílico para los voyeurs usuarios del catalejo fue el elegido por Joan Saura y Jordi Miralles para celebrar, junto a Antonia Gil (USOC), José María Álvarez (UGT), Joan Coscubiela (CC OO) y Dardo Gómez (Sindicat de Periodistes), el desayuno con los sindicatos, acto que servía para manifestar el apoyo de éstos al sí promovido por los ecosocialistas. A pesar de que en el plano nutricional el desayuno fue algo más parecido a un ágape de balneario especializado en diabéticos acelerados -sobre la mesa, zumo de naranja, Vichy Catalán y agua mineral-, el encuentro tuvo un valor incuestionable: manifestar a los votantes la unidad sindical en favor del Estatuto.
Como un grupo de mosqueteros, los seis convocados se hicieron la fotografía hombro con hombro al grito de "todos para uno, uno para todos"; un hecho, el de funcionar como un equipo, que quedó patente en sus discursos monocordes, los cuales giraron en torno a un mismo objetivo: sensibilizar a la clase trabajadora sobre las bondades de un Estatuto elaborado por y para ella. Ante esa evidencia cartesiana, si la nueva ley es un paso decisivo e histórico en la mejora de los derechos sociales, ¿qué otra opción les queda al trabajador y a la trabajadora si no ejercer afirmativamente su legítimo derecho al voto? Ninguna.
Lástima que mucha gente no esté convencida de las amabilidades de la nueva ley, pese a que Dardo Gómez elogiara, de manera especial, el artículo 52, en el que se defiende el derecho de los ciudadanos a estar informados. Y es que algo no les cuadra. Un buen número de catalanes tienen la amarga impresión de que les han colado un gol en el corto paréntesis que va de septiembre a junio y, entre los abrazos de los estatutopositivos y las dentelladas de los estatutonegativos, les ha quedado cara de tontos.
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