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Necrológica:EN MEMORIA DEL PERIODISTA HUBERTUS CZERNIN
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

La noble conciencia histórica

A principios de este año, la prensa de todo el mundo informaba de que el Museo del Palacio de Belvedere de Viena perdía cinco de sus cuadros del pintor Gustav Klimt, parte de su mejor tesoro. El Estado austriaco devolvía dichos maravillosos cuadros a Maria Altmann, la sobrina de Ferdinand Bloch-Bauer, el propietario judío al que los habían incautado los nazis. Lo que no sabíamos ni quienes le conocíamos y admirábamos es que esta histórica decisión era la última gesta victoriosa de Hubertus Czernin, ese gran periodista y excepcional persona que falleció el sábado en Viena, con tan solo 50 años, a causa de una rarísima enfermedad celular degenerativa a la que ha resistido durante más de un lustro.

Como nadie de su generación, Czernin ha llevado al Estado y a la sociedad de Austria a afrontar su oscuro pasado bajo el nazismo y sin duda forma parte ya, con nombres como Simon Wiesenthal o Friedrich Torberg, de las autoridades morales sin las cuales es imposible explicar la Austria moderna.

Nació Hubertus en el seno de una de las grandes familias de la alta aristocracia del Imperio Austro-húngaro, con palacios, honores y cargos por toda Centroeuropa durante siglos. Y lo hizo en 1956, un año después del renacimiento de la República austriaca, tras una década de ocupación aliada, de los escombros del Tercer Reich, proclamada Estado neutral entre los dos grandes bloques, precisamente en el Palacio Belvedere.

Sus intereses estaban muy lejos de los círculos cerrados de las grandes familias. Estudió Historia, Arte y Ciencias Políticas. Y no tenía aún 30 años cuando se convirtió en el periodista más buscado, celebrado y odiado de Austria. Fue en 1986, cuando lanzó su primera gran bomba sobre la conciencia austriaca al revelar la presencia de Kurt Waldheim, hasta entonces prestigioso ex secretario general de la ONU y candidato conservador a la presidencia de la República, en unas unidades de las SS conocidas por sus matanzas en los Balcanes.

En aquella época nos veíamos mucho y era difícil andar por Viena con él. Los insultos le llovían. Unos le llamaban traidor, otros "enemigo de Austria", nada menos que a un Czernin.

Desveló las andanzas de Waldheim y ante todo sus mentiras y sus disculpas. Como ya había hecho antes denunciando las complicidades del partido liberal (FPÖ) con criminales de guerra como Walter Reder pero también con miembros del propio partido irredentos veteranos de las SS como Friedrich, a los que por desgracia y cálculos políticos había encubierto y defendido el propio Bruno Kreisky, leyenda socialista austriaca hasta entonces intocable.

Fue quién hizo ver al mundo la verdadera cara de Jörg Haider, un supuesto yuppy liberal que en realidad alimentaba los peores instintos del nazismo y las complicidades con sus viejos depositarios. Ascendió a director del semanario Profil hasta que su irreverencia hacia el poder, en este caso hacia la gran coalición le supuso el cese por parte de la empresa. Aquello le inmutó muy poco. Inició entonces su carrera como editor de libros, primero con Fritz Molden, leyenda viva también, después por su cuenta, ya enfermo, siempre impecable con su toque de distinción y jamás demostrando un mínimo gesto de dolor ni la sugerencia de una queja por su suerte.

Hostil a la melancolía, de agudeza de bisturí y lucidez rompedora, con su acento de vienés de intramuros, Czernin no dudó en desvelar también miserias de la propia familia como la obsequiosidad hacia los nazis de un tío suyo que le regaló el Jan Vermeer El artista en su estudio al propio Hitler. Hubertus se lanzó hace 10 años sobre el vergonzoso capítulo del saqueo nazi del arte. Su labor investigadora y divulgativa en este campo será siempre ejemplo y escuela.

Su despacho en la Stallburggasse, junto a las caballerizas de los Habsburgo, encima del Café Bräunerhof, estancia cotidiana de otro austriaco polémico, Thomas Bernhardt, era un laboratorio de información y memoria y, como otra oficina a unos centenares de metros más allá del Graben -el despacho de Wiesenthal-, una forja de dignidad y conciencia histórica.

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