120 millones de entendidos
La afición brasileña, convencida más que nunca desde 1970 de la superioridad de su equipo, sólo teme al exceso de confianza
Ocurre cada cuatro años, es verdad; con características nítidas y permanentes. Pero esta vez la rutina se rompió. Cuando Carlos Alberto Parreira anunció los nombres que integrarían la selección brasileña para el Mundial no hubo discrepancias, no surgieron tesis para comprobar la oportunidad perdida por un entrenador necio como todos los demás o teorías para justificar la innecesaria pasión por el riesgo.
Esta vez los debates son casi serenos y giran alrededor de un mismo eje: los peligros del favoritismo absoluto. Cuando la gran preocupación es saber si Ronaldo está o no demasiado gordo o si las ampollas de su talón son o no culpa de las botas Nike, algo se perdió en el encanto del fútbol. Ninguna voz se alzó para reclamar por la convocatoria del seleccionador, nadie se empeña a fondo en discusiones tácticas, ningún nombre despierta maldiciones. Hay una rara y peligrosa tranquilidad en ese aire superior de los brasileños frente a los demás.
Nunca hubo tanta oferta con los colores verde y amarillo, de la alta moda a la venta callejera
Reunidas, las 23 estrellas de la selección de Brasil valen alrededor de 430 millones de euros. Los titulares significan casi 300 millones. Sobre la espalda de cada uno de ellos, desde los más veteranos hasta los que se estrenan en el Mundial, desde los más caros hasta los que se encuentran en el principio o el final de su carrera, recae un mismo peso: corresponder a la ansiedad de millones de compatriotas que, al otro lado del océano, esperan como mínimo exhibiciones brillantes y, claro, victoriosas.
Con riguroso humor, los brasileños suelen decir que su país cuenta con 180 millones de especialistas en fútbol. Se trata, evidentemente, de una exageración: no todos los habitantes del mayor país latinoamericano mantienen discusiones y debates de alto nivel en torno al balón. Un sondeo cuidadoso indicaría, con razonable margen de seguridad, que el número de brasileños efectivamente volcados en esa pasión nacional no supera la marca de los 120 millones, incluidas las mujeres, que, en las últimas semanas, se empeñaron en cursillos intensivos para saber identificar adversarios o los nombres de todos los integrantes del equipo nacional.
En las discusiones de víspera del estreno, algunos de los favoritos -Alemania, Inglaterra, Argentina- estuvieron en el centro de las atenciones. Las actuaciones más bien flojas de alemanes e ingleses frente a adversarios débiles no hicieron más que reforzar el favoritismo de los brasileños. Los argentinos, más que rivales, son considerados enemigos jurados de muerte. Pero superables, claro está.
Equipos considerados respetables, pero de expresión menor, como los de Portugal, la República Checa o la siempre inestable Holanda, tampoco llegan a asustar a los optimistas observadores del Mundial.
Entonces, el único problema sería el exceso de confianza. Al fin y al cabo, un equipo que se reserva el lujo de tener a Robinho en el banquillo tiene la obligación indiscutible de conquistar, por la inédita sexta vez, el trofeo más ambicionado del mundo. Aún más: ya no se contentarían los millones de brasileños altamente especializados en fútbol con una victoria mediocre como la de 1994, cuando Brasil conquistó por cuarta vez un Mundial. Lo mínimo que se espera es algo que supere todo lo visto en Mundiales anteriores.
La ansiedad de la víspera del estreno, hoy frente a Croacia, ha sido contagiosa en el país de Pelé. Además de las calles, adornadas con banderas, el clima futbolero se adueñó también del comercio. Nunca antes hubo tanta oferta con los colores verde y amarillo, de la alta moda a los vendedores callejeros. La venta de televisores de última generación experimentó un aumento de un 40% desde mediados de abril. Falsificaciones baratas de las zapatillas Nike Mercurial Vapor III, las mismas que provocaron las ampollas en los pies alados de Ronaldo, aparecieron en el mercado pirata por sólo 70 reales (unos 23 euros), la décima parte de lo que cuestan las auténticas.
A falta de temas polémicos, lo que se discute es el distinto tipo de humor que divide a los integrantes de la selección. Si con Ronaldinho y Ronaldo, la alegría está asegurada, si con Robinho se preserva el aire juguetón del fútbol de los niños de suburbio y si Roberto Carlos tiene un repertorio infinito de bromas, la responsabilidad por mantener el equilibrio en la cancha reposa sobre los mediocampistas, en especial Kaká y Emerson. La experiencia y la serenidad de Cafú son consideradas esenciales.
En el fondo, y más que nunca, carnavales incluidos, en las cuatro semanas que terminan el día 9 de julio, lo que se verá en Brasil es la ansiedad absoluta de un pueblo que necesita creer a cada segundo que la felicidad existe y depende exclusivamente de la danza mágica de once brasileños sobre el césped.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.