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Columna
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Paisaje después de la batalla

Antón Costas

Ocurre con la mayor parte de las cosas que emprendemos o nos ocurren en la vida, especialmente aquellas que no acaban de forma totalmente satisfactoria. Si una vez finalizadas tuviésemos que volver a empezar, seguramente no haríamos lo mismo y evitaríamos cometer los mismos errores. Pero no volvemos a empezar. Procuramos aprender de la experiencia, de los fallos cometidos, saber cuáles son los límites de lo que podemos y no podemos hacer. Pasamos página, y seguimos adelante. Porque, qui dia passa, any empeny.

Es sobre una actitud que creo que se levantará la participación y se construirá el mayoritario en el referéndum del próximo domingo. Nadie en Cataluña está contento con el Estatuto; especialmente, con el proceso que se ha seguido en su elaboración. Hay cansancio y fatiga, y la mayoría no quiere repetir esa experiencia agotadora.

Quizá donde mejor se ha captado este estado de ánimo haya sido en el lema de Convergència i Unió (CiU) para el referéndum. No es mala cosa que vayamos a votar sin demasiada euforia. No salimos de una dictadura, sino que buscamos, al menos la mayoría, mejores instituciones e instrumentos políticos y jurídicos para afrontar los nuevos problemas y construir el futuro común. Y el Estatuto los tiene.

Nunca segundas partes fueron buenas. Volver a empezar a partir de cero es una actitud frustrante y peligrosa. Es querer construir sobre tierra quemada. La historia política comparada nos dice que aquellos países que siguen ese curso de acción se abocan al fracaso, al estancamiento económico y al enfrentamiento social y político, porque después de un intento de partir de cero acostumbra a venir otro, pero en sentido contrario. Es el principio de la acción y la reacción.

Eso fue el trágala con el que a lo largo de nuestra historia política del siglo XIX y primeras décadas del XX cada fuerza política quería obligar a la otra a comulgar con sus ruedas de molino. Un curso de acción política que nos abocó al estancamiento, al retraso en todos los órdenes y, lo que ha sido más dramático, al enfrentamiento civil y político sistemático.

El proceso de elaboración del Estatuto ha tenido algo de guerra civil, pero por otros medios. Una guerra incruenta, pero política y socialmente agotadora. Los pactos políticos y los excesos doctrinales del comienzo expulsaron a unos del proceso (el PP de Josep Piqué); y los retrocesos posteriores necesarios para encajar el texto en la Constitución dejaron finalmente a otros al margen del acuerdo (ERC).

Ha sido una experiencia agotadora, que en algunos momentos ha tenido visos de trágala y de viaje al borde de precipicio. Pero ahora, rectificado el rumbo, cuando se vislumbra el final, conviene analizar cómo queda el paisaje después de la batalla para saber en qué zonas se debe moderar el impulso y, en su caso, rectificar.

En este sentido, la experiencia comparada de políticas de reformas ofrece una lección valiosa. Una vez aprobadas, todas las reformas radicales inician su rodaje con un periodo de rectificación de los excesos y adaptación a la realidad. Por eso convendrá saber en qué ámbitos se han excedido los límites que pueden dificultar que la política cotidiana transcurra por caminos socialmente pacíficos y políticamente eficaces.

Vista la experiencia por la que hemos pasado, parecen existir al menos dos paisajes en los que será necesario algún acomodo a la realidad. Uno es el paisaje estatutario relacionado con las libertades, derechos y deberes, que da un aire muy invasivo de los poderes públicos en la esfera individual y familiar. El otro, el de la relación con el resto de españoles.

Quizá donde más se ha reflejado el espíritu intervencionista del Estatuto en la vida privada y social de los ciudadanos es en su título I, titulado Derechos, deberes y principios rectores. El que haya tenido la curiosidad y la paciencia de leerlo habrá visto que lo de "deberes" es puramente retórico porque todos los capítulos, desde el 15 al 36, comienzan por la palabra "derechos de...". A partir de ahí, el resto de los artículos de este título I establecen obligaciones de los poderes públicos que tienen que ver con derechos, no con deberes. Su lectura me hace rememorar aquella conocida frase del presidente Kennedy cuando dijo a los americanos que no se preguntasen qué es lo que América podía hacer por ellos, sino lo que ellos podían hacer por América.

Posiblemente este título I es una manifestación de esa errónea forma de pensar que las leyes sirven para cambiar la sociedad, en vez de servir para dar cobertura jurídica a los cambios que previamente se han producido de forma autónoma en su seno. Probablemente este título es un estertor de la generación del 68, un producto fuera de su tiempo.

El otro ámbito donde habrá que recomponer cosas es en el de la relación con los otros, con el resto de españoles. En algunos momentos el miedo a la ruptura, a la quiebra política y sentimental, fue algo real para muchas personas. Quizá por eso, la famosa foto de La Moncloa produjo aquella intensa sensación de alivio. Una foto que ya ha dado muchos beneficios a Artur Mas, y que aún le dará más, tanto en España, donde el nacionalismo catalán ha vuelto a ser funcional para la gobernabilidad del Estado, como en Cataluña, porque ha devuelto a CiU las esperanzas de volver al poder cuando suponía que pasaría una larga travesía por el desértico paisaje de la oposición.

A partir del 19-J habrá que recomponer el deteriorado paisaje dejado por la batalla del Estatuto. Para ello habrá que cambiar algunas reglas de la política catalana. Hasta ahora se ha utilizado la regla del mínimo común múltiplo; es decir, la suma por superposición de deseos, intereses y planteamientos doctrinales en muchos casos contradictorios. Además, se pretendió dejar todo atado y bien atado blindando las competencias y los acuerdos para evitar posibles conflictos con los poderes del Estado. A partir de ahora, al gestionar su puesta en marcha, convendría utilizar la regla del máximo común divisor. Buscar lo que nos une. Aunque a algunos les sepa a poco, es como mejor se avanza, aun cuando los destinos finales no sean compartidos.

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