El baile de la convicción

Joaquín Grilo bailó con convicción. Y bailó bien, aunque ocasionalmente -en el segundo de sus bailes- sacara de nuevo su antiguo vicio de pasearse por el escenario. Bailó bien, repito. Convencido de lo que hacía, que era baile de buena ley, vigoroso, impregnado de flamencura.

Un baile en el que Joaquín Grilo -aunque comenzara algo artificiosamente, sentado en una silla- se encontró en todo momento seguro, teniendo algo que decir en cada composición suya, donde puso a contribución sus recursos bailaores. Tuvo siempre el gesto adecuado, marcando con justeza los ritmos y las pausas, pues fue un baile en que los silencios también tuvieron su importancia.

Este Joaquín Grilo ha mejorado notablemente del que recordábamos hace años. Todos sus pasos son medidos, exactos, y los da sin vacilación alguna. Su primer baile, sobre todo, fue ejemplar en continuidad y determinación, lo supo vender de manera excelente a la audiencia, que aplaudió con fervor.

Su segundo baile -siguiriyas terminadas en bulerías- no fue menos excelente pese a sus paréntesis de paseos. Un baile con no pocas dificultades conceptuales, que Joaquín Grilo supo ver agudamente.

Terminó la noche con unas variaciones sobre bulerías de soberbia factura, acompañado por el cante de El Zambo y el de la Morena, quienes habían cantado en la primera parte del espectáculo.

Los dos habían dejado nota de su buen hacer cantaor. El Zambo hizo tonás, bulerías por soleá, soleares y bulerías; el de la Morena, trillera, siguiriyas, fandangos y bulerías. Cantaron con sobriedad y jerezanismo, pues son cantaores que tienen el cante de Jerez metido en los tuétanos. Cantaron con grandeza y jondura, haciendo gala de ese título de Jerez jondo que llevaba la sesión de esta noche, que resultó, en definitiva, muy agradable.