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Reportaje:

"Las mentiras cabrean mucho a los secuestradores"

Agentes del Cuerpo Nacional de Policía intervienen como mediadores para liberar a españoles secuestrados en el extranjero

A las dos de la mañana sonó el móvil de David Gude: "Busquen en el puente de Alipio Ponce, en la primera cuadra a la izquierda. Lleven una ambulancia, rápido". El policía español que acompañaba a David para negociar el rescate de su padre, secuestrado en Lima, recuerda que entonces cometió el único fallo de toda la operación: "Después de 11 días, con una presión brutal, al recibir la llamada que nos decía dónde estaba Andrés, ya libre, no preguntamos más detalles. Colgamos y salimos pitando hacia Alipio Ponce, convencidos de que estaría allí. No fue así".

El inspector que habla es Alberto, Jefe del Grupo de Secuestros de la comisaría general de la Policía Judicial, que prefiere ocultar su apellido por razones de seguridad. Su equipo investiga los secuestros en España y desde enero se desplaza al extranjero cuando un español es raptado allí. Los cuatro inspectores que forman parte de esta unidad han viajado a Panamá, Perú y Serbia en los últimos seis meses. Otro caso, en Shanghai lo resolvieron desde España. "Se ha formado un equipo muy efectivo. Y desplazarse al exterior es sin duda provechoso. De hecho, tenemos un éxito del 100%", asegura Ángel Luis Galán, Comisario jefe de la Unidad Central de Delincuencia Organizada a la que pertenece este Grupo.

"Tenemos a tu papá y está malo. Se resistió y tiene dos heridas de bala", dijo el raptor

El Grupo de Secuestros colabora con la policía de cada país para resolver el caso. Su labor principal es auxiliar al pariente que, en el extranjero, rodeado de hostilidad en un país que no conoce, debe negociar con una banda que retiene al familiar y que no lo devolverá vivo sin una suma de dinero por determinar de por medio.

"No vamos por filantropía ni altruismo. Vamos porque con nosotros el familiar tiene más confianza, está más seguro de sí mismo y así puede negociar mejor", afirma el inspector. La petición inicial suele estar por las nubes y si el familiar acepta, la banda creerá que tiene más dinero del que pensaban. Y pedirán más. "A veces, por los nervios, el familiar accede a pagar una suma imposible de reunir. Tarde o temprano saldrá la verdad y a los secuestradores les cabrea mucho que les mientan", afirma Alberto.

"Lo más urgente, además de recuperar al secuestrado, es 'negociar con la familia', convencerles con argumentos de que sólo es posible si se trabaja en equipo con especialistas en secuestros. No es una compraventa, aunque parezca un negocio, ni es un intercambio seguro. Hay reglas que sólo los secuestradores y los especialistas conocen. Y estas acaban conociéndolas la familia", afirma la comisario jefe de la brigada de delincuencia organizada, María Marcos.

El caso más peligroso al que se enfrentó este grupo arrancó el 29 de marzo. Ese día, en un cruce del barrio de Callao, en Lima, el empresario pesquero español, Andrés Gude, de 56 años, veía cómo dos coches se interponían al suyo. Varios individuos, vestidos de policías, se dispusieron a apresarlo. Gude se resistió y recibió dos balazos, uno en una pierna y otro en un brazo. Horas después, en Ribeira (A Coruña), el móvil de David Gude recibía una llamada de Perú. Y un mensaje: "Tenemos a tu papá y está malo. Se resistió y tiene dos orificios de entrada y uno de salida". Los secuestradores exigían tres millones de dólares. A Lima, además de David, el hijo, se desplazaron un Inspector de los GEO y el Jefe de este Grupo de secuestros. "Durante casi 10 días estuvimos en la habitación de un hotel, esperando y respondiendo las llamadas. La presión era mucha, porque al llegar, y pasar las grabaciones de las llamadas a la policía peruana, ésta reconoció al interlocutor: Jonnhy Martín Vásquez Carty, 'La Gata", asegura Alberto. La Gata trabajó durante años en la policía contra secuestros de Perú (la DIVISE). La prensa limeña le describe como "experto en seguir a personas, maneja cualquier tipo de armas y explosivos, sabe efectuar interrogatorios, y en Israel recibió cursos de negociación de rehenes".

El perfil de La Gata hacía que la negociación resultara ardua. Posiblemente tenía contactos en la policía, no empleaba nunca más de tres minutos en hablar, ya que conocía perfectamente las técnicas de localización. Además, sabía que había policías asesorando a David. En una conversación le increpó: "Dile al huevón que tienes al lado que deje de decirte huevonadas".

El inspector español adiestraba a David antes de cada llamada: "Preparábamos un guión, con diferentes posibilidades y varias respuestas". Y luego añade: "Cuando hablaba, un policía peruano con mucha experiencia en secuestros y yo oíamos lo que La Gata decía y pasábamos notas a David en las que le indicábamos qué decir y, en algunas ocasiones, qué hacer: llorar, chillar, enfadarse... No siempre es conveniente estar tranquilo".

La Gata presionaba recordando lo que David no había olvidado en ningún momento: que su padre estaba herido de gravedad. Los secuestradores llegaron a amenazar con enviar una pierna del rehén. Al final, según aseguran los periódicos peruanos, el precio que se acordó del rescate fue de 87.000 dólares. La fecha, el 11 de marzo, la madrugada de la primera vuelta de las elecciones peruanas. El lugar vendría dictado sobre la marcha. La entrega fue muy complicada; además de la precaria salud de Andrés había que montar un dispositivo policial con agentes novatos, para estar seguros de que La Gata no los conocía", relata Alberto.

Y continúa: "Después de llegar al puente de Alipio Ponce sin encontrar a su padre, David se vino abajo. Yo mantuve el tipo porque era mi obligación, pero también comencé a desesperarme. Buscamos por todos lados, y no aparecía. David salió en la televisión para pedirle a los captores que soltaran a su padre".

Mientras esto ocurría, un vecino que tiraba la basura en un vertedero próximo descubrió, bajo una montaña de desperdicios, un cuerpo desnudo y encapuchado. Andrés Gude aún tenía una bala alojada en una pierna rota, llevaba 11 días sin comer, casi sin beber y sin cambiar de postura. Pero estaba vivo. Y volvió a Galicia. Desde hace unos días, su familia está aún más tranquila: el 31 de mayo la policía peruana detuvo a La Gata. El caso de Serbia (un camionero retenido) y Shanghai (un empresario raptado) fueron más sencillos: en los dos casos bastó que la policía de ese país, alertada por los agentes españoles, se personara en las inmediaciones del lugar del secuestro para que los delincuentes huyeran liberando al rehén. "En Shanghai lo tuvimos que hacer por teléfono, desde aquí: no había tiempo a desplazarnos", explica el inspector.

Lo ocurrido en Panamá no fue tan fácil ni tan rápido. Al contrario. El 20 de enero José Vicente Colastra enseñaba a su hijo, Sergio, el hotel de eco-turismo que construía en la zona del Darién, en la frontera con Colombia. Las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) tenían otros planes para ellos. Ocho de sus integrantes, fuertemente armados, llegaron ese día a la playa en lanchas motoras llevándoselos a la selva.

Una semana después la novia de Sergio, recibió la primera comunicación en la que le pedían todo el dinero que tuvieran por las víctimas. Su pareja respondió que podrían darles unos 7.000 dólares; ellos reclamaron 100.000. El acuerdo quedó pendiente. La mujer viajó a Panamá, donde se reunió con la pareja del padre, y reanudaron la negociación. En un primer momento, se las arreglaron solas. No muy bien. "Pensaban que si había buen rollo con el secuestrador y que si éste era amable, no pasaría nada. La realidad es que el secuestrador lo único que quiere es saber cuánto han reunido. Puede ser muy amable pero si no consigue la suma que espera, las cosas puede salir mal", afirma el investigador de la Policía Judicial que las acompañó desde el 20 de febrero y que permanecería con ellas durante los siguientes 45 días.

El secuestro de los Colastra tenía un elemento muy distinto al del Perú. Las FARC controlan un amplio territorio de la selva colombiana. Tienen todo el tiempo del mundo para negociar. Por eso los secuestros de las FARC suelen ser largos (la ex senadora Ingrid Betancourt lleva secuestrada desde febrero de 2002). "Hacían llamadas de 15 minutos, no les importaba que localizáramos el teléfono desde el que llamaban [como de hecho ocurrió], pues no podíamos entrar a buscarles", narra el inspector.

Los últimos diez días fueron muy tensos. Los secuestradores dejaron de llamar. "Estaban desesperadas, pensaban en comunicarse con ellos a través de la prensa. Les aconsejé que no lo hicieran porque entonces no sólo tienes que lidiar con una banda, sino con 300 que aseguran tener al familiar para sacar dinero", añade.

Al final, fueron las distintas presiones diplomáticas las que liberaron a los españoles. No hubo pago ni rescate. Tras 76 días de cautiverio y 13 llamadas de teléfono entre la novia de Sergio y los miembros de las FARC, los Colastra fueron liberados el 7 de abril, en una playa cercana adonde les secuestraron.

Sergio Colastra, tras ser liberado de su secuestro en Panamá, el pasado abril.
Sergio Colastra, tras ser liberado de su secuestro en Panamá, el pasado abril.EFE

Negociadores privados

"El secuestrado es una mercancía para sus captores y si no negocias bien o pagas el rescate no devuelven la mercancía en buen estado", reflexiona Bruce Goslin, Director General de Kroll España.

En el sórdido mundo del secuestro afloran los negociadores privados que van desde charlatanes, cómplices de los secuestradores y a empresas serias. Entre estas últimas se encuentra Kroll, una compañía de inteligencia comercial estadounidense que entre otras cosas se dedica a la negociación de secuestros para personas o empresas que contratan esa cláusula en sus pólizas.

La empresa estadounidense, que cotiza en Bolsa, cuenta con una decena de ex agentes de los servicios de inteligencia que se desplazan a todo el mundo cuando es necesario. "Solo actuamos en países en donde está regulada esta actividad, pues hay legislaciones que, en su afán de contener este tipo de delitos, prohíben o penan el pago de rescates", apunta Goslin. "Siempre", subraya, "colaboramos con las autoridades locales, del más alto nivel".

El equipo de Kroll no negocia directamente con los secuestradores, prepara a las familias para las llamadas de los secuestradores. "Es preferible que los secuestradores negocien con una persona que conozca el país y el idioma. Si los secuestradores saben de nuestra presencia, eso les da a entender que el raptado tiene recursos y pueden incrementar las exigencias económicas".

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