El vicio inglés
La victoria sobre Paraguay no oculta el deprimente juego del cuadro de Eriksson, que privilegió a Crouch, un espárrago de dos metros
Un mal entrenador convierte al peor de sus jugadores en la pieza esencial de su equipo. Un mal entrenador equivoca los papeles de sus mejores futbolistas. Un mal entrenador es firme partidario del vuelo gallináceo. Un mal entrenador obliga a pensar a la gente en clave pesimista. Si Eriksson no es un mal entrenador, cada día lo parece más. Inglaterra, que llegó con grandes expectativas al Mundial, salió perjudicada del duelo con Paraguay. Ganó y sus hinchas derrocharon cerveza para celebrarlo en Francfort. Sin embargo, pocas veces una victoria ha dañado tanto a una selección. Los ingleses fracasaron ante un rival de medio pelo, con varios futbolistas que están para jugar partidos playeros, no para disputar un Mundial. Gamarra, Acuña y Santa Cruz utilizaron sus galones para actuar por decreto. Paraguay fue Valdez y nada más. Es difícil saber lo que fue Inglaterra, un equipo sin relieves, plano en todos los aspectos, con soluciones groseras y contaminantes. Eriksson decidió convertir a Crouch, un espárrago de dos metros, en la referencia constante del juego. La ingeniosa idea devolvió al equipo a los peores días del pelotazo al delantero tronquete, el famoso vicio inglés. Lo más penoso es que Crouch, cuya única cualidad es medir dos metros, ni tan siquiera tiene la intimidante presencia de los viejos arietes ingleses. Es un hombre que invita a darle proteínas, no la pelota.
RESULTADO
Inglaterra 1 - 0 Paraguay
El fútbol es un juego sencillo, pero no fácil. Los buenos equipos se distinguen por tomar las decisiones correctas, no las simplistas. Son matices que colocan a Eriksson en una posición desairada. Mientras se cura el pie de Rooney, Gerrard es el mejor jugador de Inglaterra. ¿Qué necesita? Espacio para moverse, un pretoriano que le libere de grandes obligaciones tácticas y las circunstancias más adecuadas para aprovechar sus mejores cualidades: el dinamismo, la precisión en los remates y sus poderosas llegadas al área rival. ¿Dónde jugó Gerrard? De medio tapón, casi de quinto defensa, encorsetado en una función que no sabe, ni desea conocer. Una manera flagrante de desaprovecharle. ¿Qué requiere Lampard? Un fiable centrocampista defensivo que le proteja en sus incursiones. Gerrard no es ese jugador, de manera que Inglaterra se encontró desde el principio con las versiones más mediocres de dos estupendos centrocampistas. Eso, a la cuenta de Eriksson, que condenó a dos figuras y privilegió a Crouch, una pésima inversión.
Durante años, los equipos ingleses dedicaron todas sus energías a lo más pelma del fútbol: catapultar la pelota desde cualquier parte del campo a una viga de delantero. Convirtieron un recurso en una monótona fórmula, mientras se mataba la creatividad y el fútbol se reducía a la nada. Cabezazos, rechaces, faltas al borde del área y un desprecio olímpico por la inteligencia. En su perversidad, la idea encontró apóstoles que pretendían pasar por científicos del juego. Un tal Charles Hughes, importante personaje de la Federación Inglesa, resumió este ideario en la Biblia del fútbol peñazo: The winning formula (la fórmula ganadora). Tiró de estadísticas para proclamar que la mayoría de los goles se producían tras rechaces, remates desde ciertos lugares situados al borde del área y el aprovechamiento de los saques de falta. Del juego no dijo ni palabra. Muchos años después, Eriksson ha redescubierto a Hughes y su desagradable legado. Mientras Klinsmann se atreve a una pequeña revolución en Alemania, Eriksson regresa a la caverna. Y eso que pasa por sofisticado.
Inglaterra ganó porque Gamarra marcó un gol en su portería. En el arranque del partido, además. Desvió hacia la escuadra un centro de Beckham. El área estaba defendida por los once jugadores paraguayos. Uno de ellos hizo de inglés. Gamarra no está para jugar en un Mundial. Cometió errores infantiles porque está demasiado mayor. El gol debería servirle como aviso definitivo. Son señales del fútbol. A Acuña le pasa lo mismo. Y a Santa Cruz, un futbolista prometedor que no sale de la enfermería. Paraguay se repuso por invitación de los ingleses. Con un equipo mal diseñado y una fórmula que produce adicción por simplista, Inglaterra comenzó a olvidarse del juego y a repetirse en los pelotazos a Crouch, delantero que no remató en todo el partido.
Es fácil y muy cómodo volcar la pelota una y otra vez sobre un gigante, pero tiene un efecto desastroso sobre las neuronas. La reiteración se impone a la inteligencia, y luego no hay manera de recuperarse. Sólo Joe Cole se resistió a la grosería. Aunque también juega fuera de su sitio natural -es el clásico media punta-, mostró destellos de jugador en varias acciones por la banda izquierda. No encontró la ayuda del otro Cole. Las lesiones han dejado al lateral a años luz del jugador que entusiasmó en la Eurocopa de Portugal. Paraguay equilibró el partido por la torpeza de los ingleses. No fue más allá. Valdez hizo lo único destacable de su equipo. Paraguay fue víctima de sus limitaciones. Se sabían. Lo que no se sabía era el interés de Inglaterra por convertirse en una vulgaridad.
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