En aras de la competencia
Empeñados en competir con el cine estadounidense (y la verdad es que no les va nada mal, dicho sea de paso), los productores franceses no le hacen ascos al cultivo de géneros añejos, algunos de tan aquilatada tradición como la comedia de enredos, más cercana al vodevil que a cualquier otra forma del espectáculo popular. Lo es ésta: protagonizada por un conocido cómico de origen marroquí y por una bellísima modelo, y confiada su realización a un artesano especialmente relevante en estas lides, El juego de los idiotas (un título que hace más evidente aún el oportunismo de la operación, al menos entre nosotros: se trata de aprovechar viejos éxitos, como La cena de los idiotas, dirigida también por Veber, en lugar de traducir el original La doublure) no contiene apenas ningún ingrediente original: todo aquí suena conocido, visto mil veces... y mil otras olvidado.
EL JUEGO DE LOS IDIOTAS
Dirección: Francis Veber. Intérpretes: Gad Elmaleh, Alice Taglioni, Virginie Ledoyen, Daniel Auteuil, Kristin Scott-Thomas. Género: comedia, Francia, 2006. Duración: 85 minutos.
Trama que mezcla los más altos mundos de las finanzas con la vida de un pobre hombre que pasó por un lugar concreto en el momento menos apropiado (o más, vaya uno a saber), el filme cuenta las andanzas de un multimillonario (Auteuil) que, enamorado de una modelo (Taglioni), utiliza a un don nadie (Elmaleh) para hacer que éste pase por el novio de la bella, ante las mismísimas narices de la esposa del poderoso (Scott-Thomas), que jamás pica con la mentira y crea, a su vez, sus propias artimañas.
Con una ínfima capacidad de sorpresa, la película se proponellegar a un público amplio de una manera directa, y con toda probabilidad lo logra: la mezcla de dinero masculino y belleza femenina siempre ha dado buenos réditos, y más cuando por el medio se mezcla el amor. No es capaz de levantar vuelo más allá de su débil punto de arranque, pero es de temer que estas cosas no molesten a los espectadores potenciales de la función, más interesado en las curvas de Mlle. Taglioni y en la cortante ironía de Scott-Thomas (de lejos, lo mejor de la función) que en pedirle a la película una leve, mínima brizna de inspiración.
Babelia
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