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Tribuna:Día Mundial del Medio Ambiente
Tribuna
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Celebración con mal ambiente

Se supone que el 6 de junio se celebra el Día del Medio Ambiente. Pero ¿hay algo que celebrar? El ambiente está caldeándose en todos los sentidos, reales y figurados. Hace dos días, miles de ciudadanos celebraron este día de manera responsable pidiendo que cese la avalancha de proyectos urbanísticos que afecta a grandes extensiones del territorio valenciano. Vivimos tiempos revueltos, contradictorios y cambiantes. Los que ven el vaso medio lleno afirman que nunca como ahora se habla tanto de medio ambiente. Nunca ha habido tantas publicaciones, organismos oficiales, leyes, proyectos, anuncios y toda clase de negocios que se reclaman defensores del medio ambiente.

Viendo el mismo vaso desde otra óptica, jamás se llegó al nivel actual de artificialización del medio. Batimos cada año récords en consumo de energía, agua y otros recursos naturales. La deforestación de los bosques tropicales sigue avanzando, las masas de hielo polar siguen inexorables su fusión, la emisión de gases de efecto invernadero continúa creciendo.

Este modelo depredador del medio ambiente y del territorio genera una grave hipoteca para el mañana
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Lo curioso es que las dos versiones son ciertas: la destrucción del medio ambiente es ahora mayor que nunca y, tal vez por ello, la preocupación y los esfuerzos para remediarlo son mayores que nunca. El problema es averiguar cuál de los procesos va más deprisa. En el País Valenciano los procesos de degradación del medio han pisado el acelerador a fondo. Como contrapartida, la publicidad oficial intentando convencernos de lo contrario también.

La manifestación en defensa del territorio del sábado pasado eligió con acierto su tema central. El proceso urbanístico que padecemos, sin precedentes, no sólo implica la destrucción directa de paisajes, ecosistemas y valores naturales. Es una bomba de relojería ambiental. Construir cerca de millón y medio de nuevas viviendas, como está previsto, significa multiplicar las demandas de agua, energía y materias primas, es decir, de recursos escasos cuya consecución, aun cuando fuera posible, será a un costo muy elevado y originando nuevos impactos ambientales. Duplicar la población valenciana, como resultaría de materializar los proyectos urbanísticos en marcha, implica también multiplicar la emisión de contaminantes atmosféricos, hídricos y sonoros, así como la generación de residuos sólidos urbanos y también los peligrosos. Hacer frente a esta polución implica costes ambientales inevitables y elevadas inversiones económicas.

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La Administración del PP ha optado por este modelo de ¿desarrollo? sin tener en cuenta los efectos ambientales, sociales y económicos a medio y largo plazo (o al menos sin exponerlos). ¿Alguien ha hecho las cuentas de lo que esto va a suponer en términos económicos? El hecho de que nuestra economía dependa básicamente de dos sectores como la construcción y el turismo residencial, mientras que no avanzamos en sectores tecnológicos innovadores y mientras los sectores productivos tradicionales se desmantelan, ¿es una buena noticia? Los nuevos desarrollos urbanísticos generan una demanda incrementada de toda una serie de servicios y dotaciones que no pueden crecer al mismo ritmo y son muy costosos: educación, sanidad, comunicaciones, transporte, seguridad... Si las deficiencias actuales ya son preocupantes, ¿qué pasará si se duplican las demandas en diez años, con un déficit público galopante y una degradación ambiental generalizada?

Este modelo depredador del medio ambiente y del territorio genera una grave hipoteca para el mañana. La Administración no se cansa de mostrar los beneficios, pero resulta inmoral no efectuar un detallado balance de los costes. Doblemente inmoral por que no habrá un reparto equitativo de los beneficios y los costes. El gordo de los pelotazos urbanísticos sólo toca a unas pocas grandes empresas. La pedrea de las reclasificaciones de suelo beneficia a un grupo más amplio de ciudadanos, pero no da para hacerse ricos.

Sin embargo, los costes del modelo los pagaremos todos, incluyendo los que no obtienen nada del gran bluff urbanístico, los que ven cómo se destruye su entorno, los que comprueban cómo se encarecen los servicios y se degrada su nivel de vida. Los que no pueden acceder a un piso decente, los que no pueden trabajar de albañil o de camarero. Por no hablar de aquellos daños que, por irreversibles, no tendrán reposición, como son muchos de los impactos ambientales.

Hay otros modelos de desarrollo más racionales y equilibrados, pero no son los que promueve el PP. Hay maneras de progresar sin degradar tanto el medio ambiente. Se pueden fomentar economías más eficientes basadas en tecnologías emergentes, más diversificadas, que potencien la agricultura ecológica, la energía solar, la depuración y reutilización del agua o el reciclaje máximo de los residuos. Hay modelos de turismo respetuosos con la conservación del paisaje y la protección de los ecosistemas. Hay sociedades que invierten mucho más en investigación, innovación y nuevas tecnologías y en proyectos duraderos, a largo plazo. Hay pueblos que protegen su territorio y su patrimonio cultural y ambiental, porque saben que no tiene repuesto y si lo pierden se quedan sin nada.

La conciencia de que es posible hacer las cosas de otra manera y de que es necesario salvar nuestro patrimonio de la destrucción, nos da ánimos, a mucha gente, para buscar un acuerdo amplio entre las fuerzas sociales y políticas que no desean padecer otra legislatura de destrozos ambientales al ritmo que marca el PP. El año próximo, por estas fechas, tenemos la posibilidad de celebrar un cambio muy deseado, no sólo de dirigentes políticos, sino de modelo de desarrollo. Un cambio vital hacia la sostenibilidad.

Carles Arnal es diputado en las Cortes Valencianas de Els Verds-Esquerra Ecologista.

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