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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Paseo electoral

Dice Ferran Adrià que el Estatuto ha estado mucho tiempo en la cocina -¿demasiado?- y ya es hora de degustarlo. O sea, de zampárselo. Es momento, pues, de bajar a la calle y mirarse la propaganda, que es la carta que cada opción política presenta para el festín del 18 de junio. Este itinerario empieza al azar en el mercado de Hostafrancs. Los mercados son escenarios muy queridos por los homínidos políticos en temporada electoral, pues resumen brillantemente el topos del pueblo llano desarrollando tareas de acumulación de stocks para la supervivencia. Pero esta mañana nada cabe reseñar más allá del habitual intercambio comercial. Ningún cartel ni comentario cazado al vuelo sobre el Estatuto. La cooperativa Abacus de la primera planta despacha los últimos artículos para el fin de curso. Ante la fachada del mercado una pancarta amonesta de lado a lado de calle: Ara toca no. Los republicanos se han vuelto pospujolianos: del ara no toca al ara toca no. El caso es decir siempre lo que toca y lo que no, ese punto Louis de Funes que se nos pone a los catalanes cuando ejercemos de catalans emprenyats. Bueno, lo que está claro es que el centro de Hostafrancs es territorio republicano total. Aparte de la pancarta, hay pasquines por las paredes.

Calle de Tarragona arriba, plaza de Sants: ni una sola alusión al Estatuto. Es normal, son zonas de paso, cuando este texto, dicen, llega con voluntad de quedarse unos 30 años. Lo que empieza a mosquear es que la avenida de Josep Tarradellas, con un nombre tan sólido como el que lleva, siga en el mismo plan. De la plaza de Sants a la de Francesc Macià, uno se topa con dos únicas alusiones al proceso electoral en curso: un aislado cartel de CiU, con la pregunta 1979 o futur? y la graciosa niña tocada con un gorrito ante un seiscientos, que más remite al final de la década anterior que a la de la aprobación de la carta de Sau; y un prisma triangular arropando el poste de una farola, en el que se advierte que es un espai destinat a propaganda electoral. Como esto no se anime, vamos listos.

Pero se anima. A partir de Francesc Macià en dirección al Besòs, la Diagonal se convierte en una verbena de airosas banderolas. Abren el corteo las enseñas verdes ecosocialistas, con banderolas pareadas, donde la de la izquierda lleva una gran s y la de la derecha una gran i, y bajo esta última se halla el complemento de tan rotunda afirmación, a l'Estatut, de forma que hay que leer SÍ a l'Estatut. Pues bueno. El panorama cambia de golpe al cruzar Aribau. Convergència y Unió despliega toda su batería de imágenes para situarnos en 1979. A la niña del seiscientos se añaden ahora un teléfono de disco, una máquina de escribir eléctrica y un billete de 100 pesetas con la enjuta efigie de don Manuel de Falla. La campaña hubiera podido incluir algún fotograma de Verano azul, ahora que TVE nos recuerda la gran serie de Antonio Mercero. En los carteles convergentes, la respuesta 1979 o futur? obtiene un triple sí, al futur, a l'Estatut, a Catalunya. Voto tres en uno.

Los mensajes enrarecen repentinamente a partir del llapis. En Pau Claris las banderolas que descienden hacia el puerto piden digues no tras haberte exhortado a pensar en Cataluña y haber considerado filosóficamente que "nuevo no quiere decir mejor" (hombre, los coches de ahora algo mejores que el entrañable seiscientos resultan, las cosas como son). De la propaganda estática del PP soprende el tamaño de la firma, apenas una mosca con la doble p coronada por la gaviota en el margen inferior del cartel. Pero lo dicho: a partir de ahí, la Diagonal se convierte en un sorprendente agujero negro que absorbe todas las energías políticas. Hasta Aragó, donde CiU retoma sus ocurrencias de Aribau. Pasada la calle de Lepant, durante un breve tramo antes de Glòries se produce una situación curiosa: el lado oscuro de la Diagonal -el lado mar, así lo bautizó Vila-Matas en una célebre crónica de hace años, ponte bien, amigo- lleva banderolas del PP, mientras que el lado luminoso las lleva de Esquerra. Curiosa asociación: ¿representa la esquizofrenia clásica, invariablemente conservadora, del català emprenyat, medio Josep Pla medio senyor Floïd? ¿O un simple azar en la distribución de los espacios electorales sobre el callejero?

En todo caso, se habrá notado que hasta este punto, y llevamos ya algunos kilómetros, ni rastro de mensajería socialista. ¿Dónde está Wally? ¿Tal vez le econtraremos si vamos a la playa, oé-oé-oé, por la rambla del Poblenou, arteria central de un barrio de izquierdas? Nada de nada. Y llega la playa, el territorio clásico de la abstención electoral cuando el calor aprieta. Hasta cruzado el puente sobre el Besòs la consigna política brilla por su ausencia, mientras se despliegan casi todas las modalides del ocio moderno, desde el skating hasta todas las variantes del surf y la vela, pasando por la exhibición de cuerpos más o menos cubiertos al sol y por la oferta musical del Primavera Sound, que mantiene cerrado el parque del Fórum como en los tiempos en que había que dejar el bocata fuera. Finalmente, allí, en la orilla izquierda del río, ante el parque del Litoral, flanqueada por la térmica y la incineradora, una gran valla bicolor de los socialistas anuncia en rojo: Sí, guanya Catalunya, y en negro: No, guanya el PP. El rojo y el negro, lo crudo y lo cocido: el Estatuto ha salido por fin de la cocina, como dice Adrià. Habrá que hincarle el diente.

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