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Entrevista:MAURICIO ROSENCOF | Escritor, tupamaro, director general de Cultura de Montevideo

"Erradicar el hambre es más importante que cualquier resentimiento"

Juan Cruz

Estuvo trece años (del 19 de mayo de 1972 al 14 de marzo de 1985) en "un agujero maloliente" como preso de la dictadura uruguaya y un día, ya libre, se encontró con uno de sus verdugos, en una reunión política en la que se discutían acciones contra la pobreza. Le dio la mano, y luego le preguntaron qué había sentido saludando al que le tuvo torturado en la cárcel. Mauricio Rosencof, El Ruso, tupamaro entonces y ahora, escritor, dramaturgo conocido en todas partes, director general de Cultura de Montevideo, respondió: "Erradicar el hambre es más importante que el resentimiento que yo pueda tener". Es asmático. Lo primero que recuerda de su tiempo en prisión es la falta de aire: "En aquel agujero de 1,80 por 80 centímetros poníamos un papel en medio, y cuando lo veíamos oscilar nos hacíamos la ilusión del aire. Pero era nuestro paso el que lo movía". Con él estaban presos otros tres tupamaros; ahora uno, José Mugica, es ministro de Agricultura del Gobierno del Frente Amplio, que acoge a los tupamaros, y el otro, Eleuterio Fernández Huidobro, es senador, presidente de la Comisión de Defensa Nacional. Y Rosencof es un personaje, se le ve en seguida. Hablamos con él en Montevideo.

"Era una situación terrible; para beber reciclábamos los orines, y se puede hacer: hay que dejar que se sedimenten las sales..."
"Nadie puede negar la eventualidad de la lucha armada en ningún lugar del mundo. Hay horas de combatir y horas de parlamentar"

Pregunta. Debió ser dramático: trece años de cárcel.

Respuesta. Dramático, y no siempre. Fijate que yo escribía las cartas de amor de algún carcelero, un sargento. Me llegó el soldado: "Me ordena decir el sargento si usted es el escritor". Sí lo soy. "Pues me ordena el sargento que le escriba una carta a su novia". A veces le hacía acrósticos, que él llamaba acrílicos. Me daba datos, y yo escribía; ¡seduje a su novia! Él me daba dos cigarrillos. Después escribí más cartas: ¡arreglé matrimonios, incluso!

P. Le serviría para más ese contacto.

R. Sí, un día le pedí al sargento que me dejara la parte de dentro del birome [bolígrafo]. Y hojillas de fumar. En 72 horas escribí una historia de amor y 36 sonetos; y por ese procedimiento escribí en la cárcel, a lo largo de un tiempo, varias obras de teatro. Hacía un tubito con un nailon y lo introducía en el dobladillo de la camisa. Cuando me visitaba mi familia, les avisaba: "Fíjense en el dobladillo". ¡Así salió de allí mi obra!

P. No se daban cuenta.

R. ¡Hasta que se dieron cuenta! Porque mi madre lavó la camisa sin darse cuenta de que llevaba el papelito y se quedó el cerco del birome. Se me jodió el invento.

P. ¿Y cómo se comunicaba con sus compañeros?

R. Reinventamos el morse. Nos comunicábamos con los nudillos, a través de los muros. ¡Nos hicimos mierda los nudillos! Al salir de los calabozos nos juntamos para contar todo lo que nos pasó por la cabeza, y está en un libro de los tres, Memorias del calabozo...

P. ¿Se enteraban de lo que pasaba fuera?

R. De nada. Me enteré de la muerte de Salvador Allende [ septiembre de 1973] tres años más tarde, porque mi padre me lo confió al oído. Entonces también me avisó: "Mataron a Zelmar Michelini" [líder izquierdista uruguayo asesinado en mayo de 1976 en Buenos Aires]. Y añadió: "Ahora estamos muy solos".

P. ¿Siempre estuvieron firmes?

R. Qué va. Hubo oscilaciones, pero decidimos que la meta era resistir. Gobernaba Carter en EE UU, y cada vez que él pedía mejores condiciones para nosotros, la situación se hacía peor. La única alternativa era resistir. Memoricé mucho; memoricé versos que nos estimularan. Ahí tenés: "No hay tiempo que no se rompa/ ni tiempo que no se acabe". Acabaría.

P. ¿Estuvieron siempre en la misma prisión?

R. Recorrimos todo el país, pero no sabíamos dónde estábamos. Una vez vino a visitarnos el Goyo Álvarez

[general que luego sería el último presidente de facto de la dictadura]; nos vio por la mirilla, con el médico. Yo me fijé en mi estómago: ¡tenía tan solo una piel, y me la levantaba, parecía la carpa de un circo! El médico le susurró: "Sería más humano fusilarlos". Era una situación terrible; para beber reciclábamos los orines, y se puede hacer: hay que esperar que se sedimenten las sales...

P. Y sobrevivieron...

R. ¡No estoy muy seguro, ja, ja, ja!

P. ¿Cómo es eso de que no guarda ningún resentimiento?

R. ¿Con respecto a los torturadores? Porque somos militantes políticos, no vengadores. Ahora queremos cambiar la sociedad; no hay tiempo ni para odios ni para venganzas, no está en la raíz de nuestra voluntad.

P. Ustedes eran rehenes.

R. Sí, esa era nuestra condición. Si había acciones afuera, podíamos ser fusilados. Nos mantuvieron en las peores condiciones; hasta que nos llevaron a unas celdas (el Penal Libertad, fijate, ¡el Penal Libertad, sólo los militares uruguayos podían juntar esas dos palabras!) en las que teníamos el excusado en la cabecera de la cama. ¡Yo creí que era el Sheraton!

P. ¿Y los siguieron torturando?

R. Siguieron. Un coronel (que hoy es general) había dicho: "Ya que no los podemos matar los vamos a volver locos".

P. Acabó la dictadura. Salieron.

R. No, aún no. Tuvo que venir mucha legislación; nos mandaron a Montevideo, al calabozo; nosotros escuchábamos a la gente gritar en la calle: "¡Tupa, hermanos, aquí los esperamos!" Nos mandaron a un convento franciscano. Y después, a la justicia civil.

P. ¿Cargos?

R. Todos, menos atentado al pudor, ja ja ja. En el convento me di cuenta de que había perdido reflejos. ¡No podía abrir puertas, me quedaba petrificado!

P. ¿Y al salir?

R. Fui a ver a mis padres; estaban en un hogar de ancianos. ¡No creían que fuera yo, tan mal me vieron! Finalmente, mi madre, desde la cama, me preguntó lo que pregunta una madre: "¿Comiste?" Y mi padre, viejo bolchevique, me dijo al oído: "Viejo Bolche, sentate acá. Ahora que saliste me vas a tener que explicar qué diferencia hay entre comunista y tupamaro".

P. ¿Y usted qué le respondió?

R. "Y, mirá, viejo, los tupamaros son los comunistas". Y él me dijo, sordo, viejito, señalándome con el bastón: "Ah, entonces ellos son los tupamaros".

P. ¿Sintió que aquel tiempo en cárcel fue un tiempo perdido?

R. Era otro tiempo. Algo dañino para la condición humana es lamentarse mientras ocurren las cosas. Acordate de esos versos: "Cuando hay vino beben vino, y cuando no hay vino, agua fresca"... Nosotros mirábamos las arañas: fijate cómo tejen, cómo enamoran, hasta que la hembra mata al macho... ¡Si les ponían una mosca la rechazaban!

P. Y ahora están ustedes en el poder.

R. En el poder no estamos. Estamos en el Gobierno, que es diferente.

P. ¿Cuál es la diferencia?

R. Gobernar es un acto administrativo, con posibilidades de algunos cambios. El poder implica disponer de la fuerza para acelerar o impulsar los cambios.

P. Y le han convertido a usted en una especie de Malraux de la situación, al frente de la cultura en Montevideo.

R. Queremos llevar la cultura a todas las esquinas, y de hecho nuestro programa más ambicioso se llama Esquinas. La cultura tiene que afirmar la identidad nacional. Y lo haremos sin dinero.

P. ¿Y cómo lo van a hacer?

R. Pidiendo.

P. Siguen siendo tupamaros, pero ya no hay lugar para la lucha armada...

R. Según las horas, nadie puede negar esa eventualidad en ningún lugar del mundo. Hay horas de combatir y hay horas de parlamentar.

P. ¿Y en qué hora están?

R. Son las doce menos veinte, ¡ja ja!... En serio, cuando salimos de la cárcel lo dijimos bien claro: salimos a integrarnos en la lucha institucional, sin cartas en la mano. Acá estamos.

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