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Reportaje:Motociclismo | Gran Premio de Italia

Borgo Panigale, fábrica de pasiones

Los dos pilotos de Ducati llevarán hoy monos especiales en el 80º aniversario de la marca

Oriol Puigdemont

El circuito italiano de Mugello se encuentra en un valle de la Toscana, en el pueblo de Scarpería, a unos 80 kilómetros de la fábrica que la marca italiana Ducati posee en Borgo Panigale, en las afueras de Bolonia. Allí se han ensamblado las Desmosedici GP6 que Sete Gibernau y su compañero de equipo, Loris Capirossi, situaron ayer en lo más alto de las tablas de tiempos de los entrenamientos oficiales del Gran Premio de Italia. Este año se cumplen precisamente los 80 de la fundación de la marca y para celebrarlo los dos lucirán unos monos de cuero con una decoración especial en la carrera de hoy.

La de Bolonia es la única fábrica que posee la marca italiana en el mundo. Desde ella Ducati vende mucho más que motos. Vende pasión e incluso un modo de entender la vida. En Terra di Motore, como así denominan los italianos a esta región donde cohabitan las factorías de Ferrari, Lamborghini o Maserati, se han ensamblado todas las motos Ducati que, a día de hoy, tiñen el mundo de rojo, el color de la pasión, insignia de la marca desde que en el decenio de los veinte así les correspondió, por decreto del organismo que entonces regulaba las competiciones de motor, a las fábricas italianas.

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Lo que para la mayoría supone un incómodo traqueteo, para los ducatistas es el poderoso pálpito jamás oído en un vehículo de dos ruedas propulsado: el del motor Desmodrómico, montado por vez primera hace medio siglo. Este característico propulsor y el chasis tubular han ejercido siempre como sus señas de identidad y se representan en todos los rincones de la fábrica-museo de Borgo. En el interior, una simple puerta, evidentemente roja, separa las líneas de producción de las motos que se construyen en serie -entre 130 y 170 cada día- del departamento Ducati Corse, el que se encarga de la competición.

Una vez dentro del laboratorio de competición, todo sufre un tremendo vuelco. Mientras en las cadenas de producción los elementos permanecen a la vista, unas lonas, también rojas esconden todos los secretos del nuevo motor de 800cc que Ducati está desarrollando para la GP7 que el próximo año competirá en el Mundial de MotoGP. En uno de los bancos de pruebas, un ingeniero no se despega del ordenador al que está conectada la MotoGP que, en la cámara insonorizada, encuentra el límite de sus componentes. "Estas pruebas las realizamos con neumáticos de calle porque la posición de la moto, completamente erguida, podría hacer explotar los compuestos de las carreras", asegura Corrado Cechinelli, vicepresidente de Ducati Corse.

Aunque en el interior de esta división cualquier indiscreción se protege con infinito recelo, en la marca italiana procuran demostrar que las motos que cualquier aficionado puede adquirir en un concesionario oficial atesoran en su interior la herencia de las carreras. "Las evoluciones que realizan nuestros ingenieros en MotoGP son posteriormente trasladadas al Campeonato del Mundo de Superbikes para que las más viables sean llevadas después a las motos de serie", asegura Federico Minoli, presidente de Ducati Motor Holding. "Ésta es la escalera que centra nuestra filosofía", atestigua el máximo dirigente de la casa italiana, convencido de esta transposición. "Somos una fábrica mucho más pequeña que Honda. Mientras ellos producen unos nueve millones de motos al año, de Borgo sólo salen anualmente unas 40.000 unidades. Lo que ocurre es que nosotros vendemos otro concepto. Vendemos pasión", conviene Minoli. E ilustra: "Los mil trabajadores de la fábrica son apasionados de Ducati y están las 24 horas del día pensando en las motos".

Sólo así se entiende que en la entrada al complejo exista una zona privilegiada, a escasos metros de la puerta principal, donde se exhiben las Ducati que los trabajadores que lo desean emplean para desplazarse hasta su puesto de trabajo.

"Nuestras motos pueden ser percibidas por tres de los cinco sentidos que el cuerpo humano es capaz de identificar", predica uno de los trabajadores mientras degusta un expresso en la cafetería de la fábrica. Es cierto: las líneas de una moto Ducati se reconocen a la legua. El ruido de su motor bicilíndrico -sólo las motos de MotoGP montan un propulsor de cuatro cilindros- se diferencia del suave zumbido de los motores japoneses y, al abrir el comando de acelerador, el tacto al aumentar las revoluciones es inconfundible.

A pesar de todo ello, son las fábricas japonesas -Honda y Yamaha- las dos primeras del sector de las dos ruedas. "Por esta razón nuestros triunfos son tan preciados. Cuando logramos ganarles la partida a los japoneses, nos sentimos como David tras vencer a Goliat", abunda Minoli.

De momento, y tras colocar las Ducati de Gibernau y Capirossi por delante de la Yamaha de Valentino Rossi, el David italiano se adelanta en los preliminares al Goliat japonés.

Dos operarios de Ducati ajustan una moto.
Dos operarios de Ducati ajustan una moto.

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