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De nuevo, los traidores

"El PP utilizará tu no contra Cataluña". Con este eslogan los socialistas catalanes responden a la irracionalidad del Partido Popular que les acusa de romper España. Ahora es el PSC quien denuncia que los populares quieren atacar a Cataluña. La elección del PSC es una proposición negativa: es imperativo votar porque pedir no perjudicará a Cataluña. Y, ¿qué buen catalán querría hacer daño a su nación? Pero, ¿qué es Cataluña en la nueva concepción socialista para que se le pueda causar quebranto a través de una elección legítima? En un sistema democrático, acusar a un partido de hacer daño a su propio país debiera ser un asunto grave. De ahí a proclamar que es enemigo de la patria sólo hay un pequeño salto dialéctico. Es casi una acusación de traición, un concepto medieval que las legislaciones modernas se reservan para quien colabora con el enemigo en situación de guerra. ¿Acaso existe una guerra contra Cataluña promovida desde España y/o una guerra emprendida en Cataluña para arruinar España? Recuerdo que cuando yo era niño, en la resaca de la victoria franquista, creía que los "rojos", perdedores de la Guerra Civil, eran extranjeros y españoles traidores porque así se les trataba en las conversaciones a las que yo tenía acceso.

Para sorpresa de quienes creíamos que el PSC era un partido socialista, profundamente catalanista y promotor del pluralismo en una sociedad democrática, libre y moderna, acaba de optar por monopolizar los intereses de la nación catalana y denuncia que otros enfoques atacan esa realidad. Es obligado colegir que esta posición es netamente nacionalista. ¿Ha modificado su doctrina el PSC y nos lo ha comunicado con un simple eslogan electoral?

El nacionalismo se asienta en una concepción monolítica del país donde se constituye; no admite interpretaciones contradictorias. Los nacionalistas se erigen en representantes exclusivos y totalizadores de la identidad y los intereses de la nación, y denuncian como enemigos a quienes discrepan de esos fundamentos. Sólo hay continuidad entre el partido que forman y la nación que pretenden representar. En la mayoría de los casos, es la reclamación de una revancha simétrica a un sometimiento histórico desde otro nacionalismo superior que se convierte en el espejo convexo y opuesto en el que proyectan sus ensoñaciones.

Durante la transición española se constituyeron las autonomías como la gran apuesta por una nación democrática capaz de conjugar la solidaridad efectiva de los españoles con el respeto, el aprovechamiento y la potenciación de los valores y culturas existentes en cada una de sus regiones o nacionalidades. Para que la fórmula inventada hubiera tenido una fuerza definitiva habría hecho falta una concepción profundamente democrática de España cuya enunciación, símbolos y proyecciones no estuvieran lastrados por la sombra incandescente del franquismo. Por eso, probablemente, el alcalde socialista de Barcelona no acepta que la bandera de España ondeé junto a la catalana en el castillo de Montjuïc. Me imagino que Joan Clos tiene miedo que alguien piense que no es suficientemente catalán o que es excesivamente español.

El PSC ha aceptado la dialéctica que les plantea Mariano Rajoy. Si ellos consideran al PP una amenaza para Cataluña, ¿cómo negarle legitimidad al PP para que les considere a ellos un peligro para España? Con esta dinámica están garantizadas dos resultantes dramáticas: una, el renacimiento y radicalización de los nacionalismos periféricos, reforzados por partidos que antes no eran nacionalistas. De otra parte, el Partido Popular tendrá la oportunidad de monopolizar una pretendida defensa de España mediante la exaltación de un nacionalismo español que estaría siendo atacado desde la periferia. La izquierda española, por dejación, está consagrando las posibilidades del viejo nacionalismo franquista al inhibirse del fortalecimiento y desarrollo del Estado de las Autonomías.

Nada de esto sería posible sin el beneplácito de José Luis Rodríguez Zapatero, que está demostrando ser un posibilista de la política. Su liderazgo permite formulaciones difícilmente identificables con el socialismo. Ha demostrado su exaltado sentido de la oportunidad con el nuevo Estatuto catalán. Pero no es éste el único territorio para sus experimentos. Su última ocurrencia ha sido lanzar la idea de que las víctimas del terrorismo sean homenajeadas en la Carta Magna. Propone una reforma constitucional en un mitin de su partido. ¿Pretenderá que el Partido Popular secunde esta ingeniosidad, formulada en un acto de agitación partidaria? Si el PP se opone a esta propuesta, ¿se le podrá considerar enemigo de las víctimas del terrorismo como ellos consideran al PSOE sólo por dialogar con ETA para acelerar su desaparición? La política española termina por ofrecernos una sola imagen reflejada de manera invertida en el espejo cotidiano.

Da la impresión que el presidente del Gobierno desconoce que los actos políticos, como los mercantiles, exigen un cálculo de costes. Su utilitarismo le permite manejar los conceptos políticos como si no tuvieran consecuencias encadenadas. El sistema le funcionará mientras el PP siga echándose al monte, porque esa alternativa insufrible hace que el PSOE siga siendo el único puerto con una seguridad razonable. De momento tenemos garantizado un terrible retroceso a un hemisferio político en el que vuelven a tener su sitio los traidores. Un espacio que creíamos extinguido.

Carlos Carnicero es periodista.

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