Invitación al río
Todos los libros son lugares, zonas de libre encuentro entre la escritura y la experiencia lectora, pero hay libros que son lugares físicos más que otros. L'Ebre (Ebro en versión castellana, Montflorit Edicions, 2006, 18 euros) es un libro con mucha información y es a la vez una carta geográfica, un desplegable de cerca de tres metros de longitud que ilustra los 928 kilómetros que separan las fuentes de Fontibre, en Cantabria, del delta, en la llamada quinta provincia catalana. En realidad, sus orígenes no están del todo claros y algunos sitúan el nacimiento del río en la sierra de Labra del sistema Cantábrico. Ocurre lo mismo que con las estirpes de regaimbre: hay una humedad primigenia en la cabecera responsable de largo curso generado, pero esa humedad no tiene por qué ser noble. Claudio Magris sitúa uno de los posibles nacimientos del Danubio en un prado encharcado de Fürstenberg en medio del cual hay un grifo oxidado: imposible dar con un origen de humedad más humilde. En cualquier caso, ese difuso inicio del Ebro acaba luego concretándose en la tercera cuenca hidrográfica del Mediterráneo, tras las del Nilo y el Ródano. Y pese a ello el río ha vivido olvidado hasta fechas recientes. El progreso tiende invariablemente a alejarse de la humedad-humildad de origen, prefiere siempre el ambiente seco y estable, posiblemente con fragancias a pino. Las ciudades -París, Lyón, Zaragoza, Sevilla- dan sistemáticamente la espalda a sus cursos fluviales, su empeño principal está en colonizar las márgenes, olvidando las exigencias de las aguas que de vez en cuando se toman la justicia por su mano y dan sustos muy notables. Las cuencas del Este europeo llevan algunos años en este plan.
Pero volvamos al libro-mapa de Montflorit. Lo presentó hace unos días en la librería Laie Josep Maria Riera, acompañado de sus hijos Quira y Eduard, que constituyen el núcleo duro de la editorial, una editorial pequeña, como se ve, nacida al calor del libro de André Schiffrin La edición sin editores. Josep Maria, hermano del escritor Ignasi Riera, era jefe de publicaciones de la UAB, pero se aburría mortalmente. En 2002 decidió montar la editorial, que en la actualidad lleva publicados unos 40 títulos de narrativa y poesía. El nombre de resonancias medievales proviene del barrio de Monflorit de Cerdanyola, donde la empresa tuvo sus humedades primordiales, un barrio con bautizo literario, pues así lo nombró nada menos que la escritora Víctor Català.
La editorial de los Riera publica el premio Cristòfol Despuig de Tortosa y mantiene relaciones de afecto con el Ebro. Es significativo que el libro-mapa recién publicado lleve por subtítulo Lo riu és vida (Agua y vida, en la versión castellana), la consigna que fijó el renacido orgullo fluvial a raíz de las manifestaciones antitrasvase de los pasados años. "Sin todo aquel movimiento, no se nos habría ocurrido nunca hacer este libro", concede Riera. Aquella amplia contestación vino a representar en efecto la reconciliación con la humedad, como los Juegos Olímpicos lo fueron con respecto al mar barcelonés. La ecología, con sus horrísonas cifras -escribe el poeta tortosino Gerard Vergés en el prólogo que el caudal, otrora de 600 metros cúbicos por segundo al paso por la ciudad, hoy ha quedado reducido a una sexta parte-, está creando una nueva conciencia mítica de las humedades-humildades de nuestros orígenes. Y a ello ha contribuido la gran voz literaria de Jesús Moncada, que bajo las aguas del pantano de Mequinensa, actualmente llamado Mar de Aragón, nos ha descubierto la memoria estremecida del Honorat del Rom, la Carlota de Torres, el viejo Nelson, patrón del llaüt Verge del Carme, y los parroquianos del Cafè del Moll, cuando la ciudad era la capital de la cuenca minera y el río la gran vía comercial sólo apta para gentes del oficio que conocían palmo a palmo las profundidades de las aguas y la fuerza de las corrientes. Sin Camí de sirga el libro de los Riera muy probablemente no habría visto nunca la luz. Porque esa memoria también ha estado en la base de la renacida dignidad fluvial. Pero el libro publicado por Monflorit no pretende competir en terreno literario con memorias como la de Moncada o paseos como el de Josep Maria Espinàs, que siguió el curso montado en un humilde velo-sólex, antes de descubrir que a pie iría mucho más cómodo. Ni tampoco este Ebre es exactamente una de las guías turísticas al uso, pues no contiene indicaciones de carreteras o direcciones de hoteles y restaurantes. Simplemente es una invitación a mirar el río y a disfrutar descubriendo su patrimonio natural y cultural, a reconciliarse con la humedad-humildad primigenia aunque hoy haya que buscarla entre los practicantes de los deportes fluviales y muy especialmente entre los alemanes amantes de la pesca del siluro de los que tanto se reía tras su barba canosa Jesús Moncada. Si la aventura del Ebro les va bien, los Riera piensan estirar el filón con otros grandes ríos, como el Guadalquivir o el Tajo. De momento, Josep Maria se conforma si esta primera incursión resiste a "un traslado de piso", es decir si se conserva como obra útil cuando se limpia la biblioteca con motivo de una mudanza. Es un objetivo humilde y húmedo como el propio río.
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