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Reportaje:FERIA DEL LIBRO DE MADRID

En la red científica

Javier Sampedro

Como esto es un suplemento de libros, voy a pasarme medio artículo hablando de la web, porque ni la ciencia profesional ni su comunicación pública se pueden concebir ya sin ella, y porque ha sido la guerra desigual con la red la que, paradójicamente, ha impulsado un renacimiento del libro científico hasta unas cotas de calidad -de claridad, de interés, de altura conceptual- que sólo tienen precedentes aislados, pero que sólo ahora nos alcanzan con el vigor de un signo, de una señal del cambio.

No busquen la información científica en las casetas. Está toda en la pantalla de su ordenador, actualizada al minuto, a menudo gratuita y en todo caso más barata que una llamada a la pitonisa, y eso sin tomar en cuenta la relación calidad-precio. En estas casetas ya no venden información. Venden entendimiento. Esos libros que ven ahí son obras de grandes creadores, nuevas miradas sobre grandes sectores del conocimiento, nexos recién descubiertos entre el lenguaje técnico y el lenguaje punto.

El verdadero poder no está en saber lo que hace la gente, sino en saber entenderlo
El lector sale ganando, tiene una oferta de conocimiento científico sin precedentes

Esos libros no quieren transmitir datos, sino un mensaje: que la ciencia es comprensible, que su finalidad es precisamente comprender el mundo, y que una ciencia que no se hace entender está coja, inacabada, o aún peor: acabada. Deprimida y mecánica. Ése es el espacio actual del libro científico, un noble espacio en verdad, libresco en un sentido estricto que sin duda sabrá estar a la altura de la ocasión.

Siempre hubo libros científicos así, por supuesto, pero nunca fue la tónica, y si ahora lo es hay que agradecérselo al enemigo, a Internet, que ha vaciado de sentido -por no decir de contenido- a casi cualquier otro tipo de volumen encuadernado. Éste es el reajuste al que parece dirigirse el sector en estos tiempos inciertos: como no se puede competir con la web en extensión ni en tiempo, la única dimensión que queda disponible es la profundidad.

El lector, en cualquier caso, sale ganando en todos los soportes, y tiene a su alcance una oferta de conocimiento científico sin el más remoto precedente histórico. Pero lo más importante es que los guías han evolucionado tan deprisa como los territorios y que, por lo tanto, el volumen de información parece abrumador pero no abruma, porque ya tenemos nombres que poner a sus pautas, y a las pautas de sus pautas, y todos esos Terabytes acaban entrando en un libro por su nombre, como siempre ha ocurrido.

En eso consiste el progreso del conocimiento, no en acumular datos sobre las cosas, sino en dar con una metáfora que capture sus relaciones ocultas, en vislumbrar un concepto que las abarque pese a ser mucho más simple que ellas mismas: justamente, en descubrir cómo se llaman, en ponerles un nombre. El mundo no tendría por qué ser comprensible -que lo sea, opinaba Einstein, es lo único verdaderamente incomprensible-, pero el caso es que lo es, y ello implica que cualquier estudiante actual, y no de los más brillantes, entiende la realidad mucho mejor que Leonardo, sin que importe lo más mínimo que esté rodeado de especialistas. De peores cosas estaba rodeado Leonardo, si nos paramos a ver.

En el fondo no se acaba de entender muy bien a qué viene tanta envidia proclamada al hombre del Renacimiento. La teoría del todo, francamente, pierde mucho magnetismo cuando todo son cuatro cosas de las que tres no despegan y la cuarta no aterriza, y el modelo del mundo que pudo alcanzar a formarse el hombre del Renacimiento, ese crisol de las culturas que tanta envidia parece suscitar, no serviría hoy ni para cruzar una calle. Puestos a ser un hombre del Renacimiento, no hay mejor época que el siglo XXI.

La sobredosis de información

de la que tanto nos quejamos no es un problema nuevo, ni es un problema en absoluto: la realidad es una sobredosis de información permanente, confusa e inútil en su abrumadora mayoría, y nunca hemos tenido el menor problema para filtrarla, ignorar casi todo y quedarnos con un boceto que no pesa nada y lo dice todo: un concepto, o una ecuación. No hay que ser un hombre del Renacimiento -ni siquiera el hombre de Cromañón- para salir airoso de este tipo de situaciones. Poco adiestramiento puede requerir cerrar los ojos, y es un arte que nunca se olvida.

Es cierto que la tecnología reclama cada vez más especialistas, gente que sepa "cada vez más sobre cada vez menos hasta saberlo todo sobre nada" (cita aproximada, fuente olvidada o seca), pero lo que importa es que también tenemos cada vez mejores teorías, ideas que valen por mil jergas y por un millón de datos. El Big Brother era un catafalco. El verdadero poder no está en saber lo que hace la gente, sino en saber entenderlo. Y de eso, del entendimiento, es de lo que trata la ciencia. Lo demás son dificultades técnicas que deben resolver los especialistas, en sus horas de trabajo y sin hacer mucho ruido a ser posible.

Empecemos, pues, por lo que no debe usted buscar en las casetas de la feria: la mera información científica. La encontrará mejor y más barata en la web. Allí están los 3.000 millones de letras químicas que forman el genoma humano, media docena de virus capaces de destruirlo, otros tantos capaces de reconstruirlo y una tupida red de tutores virtuales cuyo material didáctico podría entender un niño de cinco años ("que me traigan a un niño de cinco años, a mí esto me parece chino", pensará con Groucho algún padre). La última ocurrencia para explicar en clase el principio de Arquímedes, la mejor foto de un paramecio en división y la discusión que mantienen ahora mismo 15 físicos sobre dos partículas que todavía no han visto, todo está en la red. Seguro que su profesor de geometría es el mejor de la ciudad, nadie lo duda, pero siempre habrá algún otro en un pueblo de Hungría que explique mejor que nadie los elipsoides de revolución -lo que no es difícil-, y seguro que habrá colgado la lección magistral en su web para ilustrarnos.

Hablo en serio (aunque los elipsoides húngaros son ficticios). En otras áreas puede ser más complicado evaluar la solvencia de las fuentes, pero casi todas las fuentes científicas fiables están integradas en páginas de universidades o institutos de investigación, y esto hace posible -o más bien inevitable cuando uno usa un buscador- obtener la información del mismo investigador que la descubrió.

Una red tan amplia como la realidad tiene el mismo problema que la realidad -todo está nadie sabe dónde-, pero esto ya no es un problema en ciencia. El mismo Google (www.google.es) puede ser un buen punto de entrada, siempre que después uno pinche las páginas fijándose en la dirección: que sea de una universidad o instituto de investigación.

Una opción más afinada es Wikipedia (www.wikipedia.org), la enciclopedia libre, entre otras cosas porque muchas veces no hace falta seguir navegando. Nature, una de las revistas científicas de referencia, encargó el año pasado a un grupo de especialistas que compararan las entradas de términos científicos de Wikipedia con los de la Enciclopaedia Britannica (o su versión electrónica www.britannica.com). Hicieron el experimento en condiciones de doble ciego -nadie sabía qué artículo pertenecía a qué enciclopedia-, y el dictamen fue de empate técnico. En todo menos en una cosa: la Britannica es de pago.

Es el signo de los tiempos. La Britannica se ha mantenido más de un siglo como el número 1 con una receta muy simple: alquilar a los mejores cerebros y editarles sin piedad hasta que se expliquen. Y lo sigue haciendo, pero ahora siempre parece haber algún otro cerebro no peor dispuesto a escribir una entrada de una calidad similar, sin cobrar, sin firmar y sin esperar seis meses a que salga el anuario. La edición centralizada de Wikipedia es solvente, y un millón de ojos perdonan pocos deslices. Los farsantes profesionales han preferido hasta ahora colocar sus artículos de pega en soportes más convencionales.

Wikipedia es una enciclopedia, pero también un posible punto de entrada a las webs científicas. A partir de ahí todo está interconectado, y los nodos principales son las revistas científicas. Sus artículos son el record de la práctica científica, su certificado de existencia y la presentación de lo que cualquier otro laboratorio debe hacer si quiere reproducir los resultados. Tienen por tanto un contenido muy técnico y sólo merece la pena consultarlos si se busca una información muy especializada. Pero hay unas cuantas excepciones muy importantes, porque miran hacia el futuro. Las revistas Nature, Scientific American y The Scientist mantienen unas magníficas páginas de información científica general, actualizadas a diario y con (al menos) buena parte del material gratuito. Las direcciones son www.nature.com, www.sciam.com y the-scientist.com.

El otro punto importante es que las revistas científicas tradicionales están soportando una fuerte presión procedente de amplios sectores científicos de todos los países que defienden el acceso libre y gratuito para todo el mundo a toda la información científica, incluidos los artículos recién publicados (en Nature, por ejemplo, que es una empresa privada que vive de vender la revista a las bibliotecas de las universidades). El estandarte de este movimiento es el pujante grupo de publicaciones científicas Public Library of Science (www.PLoS.org). Son artículos técnicos, pero se ve que el "libre acceso" pretende serlo en todos los sentidos, porque se entienden mejor de lo habitual. Pruébelos. Si no hay manera, vuelva a Wikipedia hasta que el "acceso" se haya hecho verdaderamente libre.

Bueno, pues ya está: ya tiene usted la misma información que los científicos. Ahora es cuando necesita el libro, también como ellos.

Un grupo de paleontólogos y antropólogos excava en el yacimiento de Gran Dolina, en la sierra de Atapuerca (Burgos).
Un grupo de paleontólogos y antropólogos excava en el yacimiento de Gran Dolina, en la sierra de Atapuerca (Burgos).MABEL GARCÍA

Neófitos

http://www.fisicahoy.com/

http://www.colorado.edu/

physics/2000/index.pl

Para jugar con la física:

http://www.fisicarecreativa.com/

Para entender el cielo:

http://www.iac.es/

gabinete/index.htm

DÍAS DE LIBROS

65ª Feria del Libro de Madrid

Lugar: paseo

de Coches del

Parque del Retiro de Madrid.

Fecha: del 26

de mayo al 11

de junio.

Horario: días

laborables de 11.00 a 14.00 y de 18.00

a 21.30.

Fin de semana

y festivos

de 10.30 a 14.30

y de 17.00 a 21.30.

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