Seis bailarines
En recuerdo de una gran sorpresa ante un espectáculo de un grupo de danza
Sé algo de vacas y de motocross y sé algo de las palabras, pero apenas sé nada de danza moderna. Cito estos tres saberes míos (incompletos, por supuesto) porque cada uno de ellos guarda con la danza una relación secreta particular. Observen, si no, las pezuñas de una vaca, o a un piloto de motocross en el aire. Escuchen a Lorca.
Hace mucho tiempo, pasé cerca de un año dibujando y pintando en los ensayos de la Sadlers Wells Ballet Company de Londres. No es que me atrajera especialmente el ballet, sino que sentía un respeto apasionado por Degas y por su fascinación por la belleza física de un tipo de agotamiento que, sin embargo, ha sido vencido (se puede ver algo similar en la expresión de los pilotos después de una carrera). Me parecía que la danza clásica pertenecía a los palacios reales, y por eso no era una forma artística con la que me resultara cómodo relacionarme.
Lo que me sorprendió fue la vida de sus cuerpos. Así de simple. Los observé como un perro
Prefieren el suelo al aire. Y no quieren que quienes los observan vean mensajes
Años después vi que había mucho escrito sobre la danza moderna y posmoderna (diferenciándolas de la clásica). Entrevistas y artículos de sus fundadores, como Merce Cunningham y otros bailarines y bailarinas contemporáneos. Quería verlos moverse, pero encontraba sus palabras curiosamente insustanciales. Gran parte de la práctica y de la teoría de la danza moderna tienen su origen en Estados Unidos. ¿Podría deberse a que ésta ofrecía un lenguaje común no escrito a quienes habían perdido los suyos, en su forma escrita?
Sus palabras me parecían tan imprecisas, tan fláccidas que pasaba las páginas sin leerlas realmente. Claro que para los bailarines y las bailarinas esas mismas páginas suponen sin duda algo distinto, pues en su caso pueden deslizar en el texto sus propios sustantivos: los sustantivos que la práctica les lleva a encontrar en sus cuerpos.
Digo todo esto para expresar la sorpresa que me produjo la experiencia que he tenido recientemente en Girona con los seis bailarines y bailarinas de la compañía Mal Pelo.
María Muñoz y Pep Ramis me invitaron a colaborar con ellos porque en las primeras fases de dos o tres de sus creaciones más recientes -que empezaron siendo meras improvisaciones y terminaron en espectáculos sutilmente afinados- se habían inspirado en unas líneas mías acerca de los animales. Es cierto que en el establo los animales tienen algo de bailarines entre bastidores.
Lo que me sorprendió fue la vida de sus cuerpos. Así de simple. Los observé como un perro. Cocinan, charlan en la sobremesa, consuelan a un niño que llora, se tumban a descansar, y hagan lo que hagan, tienen dos cuerpos. Lo que quiero decir es que cada uno de los seis cuerpos, ya sea femenino o masculino, es como una pareja. Pero no es una pareja sexual. No tiene nada que ver con el género. Tampoco es una pareja amo/criado. Ni la formada por el dolor y el placer. Ni uno es el expresivo y otro el inexpresivo. ¡Ni tampoco son cuerpos siameses! Sin embargo, cada cuerpo es una pareja. Es extraño. Nunca los ves a los dos al mismo tiempo. Se turnan. A veces, cada pocos segundos. A veces, tardan diez o treinta minutos. El invisible, cualquiera de los dos, da al visible cierto patetismo (como una sonrisa triste o irónica).
Me pasé un buen rato intentando averiguar cómo se llamaban o inventándoles un nombre (los dos nombres serían los mismos para las seis parejas). Terminé llamándolos, aunque sin mucho convencimiento, Presencia y Ausencia. Los dos calzan el mismo número; los dos tienen la misma manera de comerse la tostada del desayuno; los dos forman el mismo ángulo cuando se apoyan en la pared. Y siempre se retiran cuando se acerca el otro. Suele ser Ausencia el que se acerca.
Pero ¿de qué demonios estoy hablando? Hablo de seis bailarines y bailarinas que han llegado a conocer su cuerpo tan profundamente que pueden elegir, sin necesidad de pensarlo, estar dentro de él, delante de él o más allá de él. Y esto les permite a sus cuerpos ser ambas cosas: oferente y ofrenda.
¿Qué ofrecen? O, formulando la pregunta de otra manera, ¿qué sucede cuando actúan?
Les intriga más la caída que el salto (por supuesto, hacen las dos cosas). Van buscando impulsos más que símbolos (en realidad, evitan los símbolos). Prefieren el suelo al aire. Y no quieren que quienes los observan vean mensajes, sino que reconozcan necesidades.
Los niños reconocen sus necesidades infantiles de una forma natural; los adultos muchas veces ignoran sus necesidades de adulto. Si exceptuamos la vulnerabilidad, no hay nada infantil en los espectáculos de Mal Pelo. Y emparejada (sí, otra pareja) con esta vulnerabilidad viene una invitación. Una invitación a la humildad. Extrañamente -porque son jóvenes, desinhibidos y, cuando es necesario, descarados-, más de una vez me encontré pensando en el San Jerónimo de Ribera, despojado de todo salvo de lo que queda de su cuerpo. Me parecía ver la misma renuncia, pero -¡claro!- en el caso de Mal Pelo no se percibe al fondo el peso insufrible de la Inquisición.
Hay un momento en el espectáculo, cuando Pep Ramis se queda completamente inmóvil con un perro sujeto a una correa, que ejemplifica perfectamente la humildad que intento describir. Permanece inmóvil como sólo pueden hacerlo los bailarines. Ese momento se extiende más allá de un tiempo compuesto de momentos. El perro se mueve y finalmente se echa. El hombre sigue inmóvil. Y poco a poco uno empieza a preguntarse cómo hace el tiempo para disolverse en la eternidad. Nada se mueve. La humildad de un bailarín: quedarse quieto.
Pero hay que distinguir la humildad de la pasividad. A ese momento le sigue una gran actividad. En los dúos o los tríos, estos bailarines se funden en una sola entidad de una manera que yo no había visto nunca.
Se apoyan, se alzan, se transportan, ruedan, se ensamblan, se separan, se cubren y se refuerzan de tal modo que los dos (o tres) cuerpos se transforman en un cobijo: igual que el bosque es cobijo para los animales; el cielo, para los ángeles; y una célula viva, para las moléculas y los mensajeros corporales. Y lo logran, creo yo, por lo adecuado de sus innumerables respuestas a las necesidades y a las carencias del otro, al modo de devenir del otro en ese momento.
Utilizo el adjetivo "adecuado" en el sentido que le da Spinoza: para describir la cualidad de una respuesta que ignora las presunciones y las convenciones y se concentra en lo que circula como afecto (en el sentido filosófico y psicológico del término) entre dos cuerpos dotados de inteligencia física. Puede que la práctica cotidiana de la danza haya agudizado en ellos esa inteligencia. Quién sabe. Spinoza concluye que el hecho de ofrecer esas respuestas (de hacer tales opciones) constituye la única experiencia válida de libertad.
Y sucede algo más. En el cobijo, la pareja de cuerpos que hay en cada uno de los seis cuerpos deja de turnarse. Los dos cuerpos aparecen simultáneamente y los dos se transforman en una presencia; ya no hay ausencia. Así que vemos un fragmento de la eternidad.
En un espectáculo suyo de hace algunos años titulado L'animal a l'esquena, había un pequeño diálogo:
"¿Y cuándo crees tú que desaparece una persona?
Bueno, cuando llegas aquí y no está.
Piensa, piensa...
Es cuando te cansas de buscar.
Y a partir de ese momento las cosas empiezan a venir solas.
La gente también. Es increíble.
Fíjate, me he parado, y entonces has llegado tú".
Ha terminado el ensayo. Los bailarines y las bailarinas se han esfumado. Encendemos la radio. Y volvemos a los tiranos que están dispuestos a vender hasta el último recurso del planeta, a las crueldades de las que nadie se hace responsable, a la pequeña ilusión en los ojos de quienes en alguna parte esperan que salga el pan del horno, a las heridas abiertas, a la fuerza de un ¡No! masivo. Y, sin embargo, ya no somos los mismos. Nuestras esperanzas se han hecho un ápice más grandes.
Texto escrito sobre el espectáculo de danza del grupo Mal Pelo Testimoni de llops, en cartel en el Teatre Nacional de Catalunya, en Barcelona, hasta el 28 de mayo. Traducción: Pilar Vázquez.
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