Bruce Merrifield, premio Nobel de Química
Era catedrático emérito de la Universidad Rockefeller de Nueva York
Nacido en Fort Worth (Tejas) en 1921, la infancia y adolescencia de Merrifield, en plena depresión americana, estuvieron marcadas por frecuentes traslados familiares por motivos de trabajo. La familia recaló finalmente en Los Ángeles, donde Merrifield estudió química y pudo así contribuir a la economía doméstica con un empleo en una industria local. Sin embargo, una decidida vocación científica le impulsaría pronto a ampliar horizontes con una tesis doctoral en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Contaba Merrifield que, en tres días consecutivos del verano de 1949, defendió su doctorado, se casó con su novia de toda la vida, y cruzó Estados Unidos de costa a costa a bordo de un modesto Ford. En el Instituto (luego Universidad) Rockefeller de Nueva York le esperaba su primer contrato de investigador, como colaborador de Dilworth Wayne Woolley, un legendario bioquímico cuya total ceguera no le impedía seguir trabajando en el laboratorio, estar totalmente al día en su área científica y dirigir un equipo numeroso y competitivo. Woolley tuvo un profundo impacto sobre Merrifield, que siempre admiró la tenacidad, la ausencia de autocompasión y el entusiasmo que a pesar de su minusvalía Woolley sabía transmitir.
El proyecto que Woolley asignó a Merrifield resultó notablemente arduo. Consistía en preparar varios péptidos (proteínas de pocos aminoácidos) por métodos clásicos de química orgánica. El desafío que ello suponía en los años cincuenta se comprende mejor teniendo en cuenta que, por la misma época y a sólo una manzana del Instituto Rockefeller, un nutrido y competente grupo de investigadores de la Universidad Cornell había conseguido sintetizar oxitocina, una hormona peptídica de sólo nueve aminoácidos, tras largos años de esfuerzo, debidamente recompensado con el Nobel de Química (1955). Frustrado por la lentitud de su propio proyecto y convencido de que debía existir una manera mucho más rápida y eficaz de desarrollarlo, Merrifield ideó un método de síntesis en el que uno de los extremos de la secuencia se inmovilizaba sobre microesferas de poliestireno. Sobre ese extremo se iban añadiendo los restantes aminoácidos hasta completar la secuencia deseada. Como otros grandes inventos, el método de la fase sólida destaca por su sencillez conceptual: el producto, unido durante su fase de ensamblaje a las partículas de poliestireno, es fácil de separar, por filtración, de los reactivos, disolventes y subproductos implicados en las diferentes etapas sintéticas. El proceso global resulta así mucho más rápido, sencillo y, tal como su creador había intuido, relativamente fácil de automatizar. Merrifield describió sus resultados en 1963 en un artículo del Journal of the American Chemical Society que es el quinto más citado en toda la historia de esta prestigiosa revista. Seis años más tarde, él y su colega Bernd Gutte describieron por primera vez la síntesis química de una enzima, la ribonucleasa A, con lo que corroboraron definitivamente la naturaleza estrictamente química de las proteínas.
Desde esos inicios hasta que, hace unos años, sus problemas de salud le impidieron continuar trabajando en el laboratorio, Merrifield siguió perfeccionando su invento y demostrando su aplicabilidad a numerosas áreas de investigación en las ciencias de la vida. Otros investigadores han trasladado con éxito el método de la fase sólida a la síntesis de ácidos nucleicos (DNA y RNA), contribuyendo más de lo que en ocasiones se reconoce al espectacular avance de la biología molecular en las últimas décadas. Igualmente, la compleja química sintética de los azúcares ha experimentado también notables avances gracias a las técnicas en fase sólida. El más reciente dividendo de la genial idea de Merrifield ha sido el papel decisivo que la síntesis en fase sólida ha tenido en el nacimiento de la química combinatoria, cuyo impacto en el proceso de descubrimiento de nuevos fármacos es ya una realidad demostrable. Una buena forma de resumir la contribución de Bruce Merrifield a la ciencia contemporánea son las palabras de la propia Academia sueca, que en el acta de concesión de los Nobel de 1984 comparó el impacto del método de Merrifield en el progreso de la química de biomoléculas al que supuso, para la industria del automóvil, la implantación de la producción en cadena por Henry Ford.
Quienes hemos tenido el privilegio de compartir con Bruce Merrifield los años decisivos de nuestra formación recordamos con gratitud no sólo al investigador dedicado, brillante e intuitivo, tenaz y riguroso, de expresión concisa y elegante, sino también al hombre afable, sencillo y entrañable, en quien la adversidad de una admirable lucha de varias décadas contra el cáncer no consiguió mermar la actitud positiva, la curiosidad intelectual y una profunda calidad humana. Le echaremos mucho de menos.
David Andreu es catedrático de Química de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona.
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