¿Cuánto nos costará el Palau de les Arts?
Preguntaba Josep Torrent el martes pasado en éstas páginas dónde está el dinero de Terra Mítica que se ha pagado por obras nunca hechas, y hoy mismo está previsto que el presidente Francisco Camps conteste en las Cortes valencianas una pregunta de Ignasi Pla acerca de los sobrecostes del mencionado parque. El jefe del Consell -sugerimos nosotros- podría aprovechar la oportunidad y meter en la misma respuesta la Ciudad de la Luz, los centros escolares que construye Ciegsa o la Ciudad de las Artes y la Ciencias. También vendría al pelo una reflexión sobre los escandalosos desvíos presupuestarios que se producen en casi toda obra civil, ya sea por cálculos deficientes o agios consentidos. Que sea una corruptela generalizada no nos consuela nada.
De los citados pufos inexplicados hay uno que consideramos apremiante tanto por sus precedentes como por el importe que puede acabar alcanzando la factura. Nos referimos, concretamente, al Palau de les Arts que, en sintonía con la Ciudad de las Ciencias, en la que está inserto, invalida una y otra vez, y siempre al alza, las previsiones sobre su coste. Una característica muy notable y constante del arquitecto que lo ha concebido, el valenciano universal Santiago Calatrava, extraordinario sin duda, pero más predador de los presupuestos inicialmente aprobados que una plaga de langosta para un sembrado.
Qué pagaremos finalmente por el citado Palau es algo imprevisible. Por ahora lleva las mismas trazas que el conjunto de edificios emblemáticos que propusieron los socialistas en 1989 y que se denominó sucesivamente Ciudad de las Ciencias y Tecnología, término este último que después se sustituyó por Comunicaciones. Las obras, recordaremos, se evaluaron entonces en 33.000 millones de pesetas, que cinco años después se habían duplicado, dando pie a que el PP, ganador el gobierno autonómico en 1995, tratase de cancelar el proyecto por excesivamente gravoso para las arcas públicas. No lo hizo, porque no pudo. Se limitó a modificarlo para borrar en lo posible la impronta socialista y añadir la suya. En el año 2000 se habían gastado ya 100.000 millones de pesetas.
Pero entonces nadie hablaba en la Generalitat de desmadres económicos o desviaciones presupuestarias en la Ciudad que, definitivamente, sería de las Artes y de las Ciencias, más bien recreativas. Todos los esfuerzos y la retórica se condensaban en el Palau, ese hito novedoso en forma de mero descomunal o de extraño yelmo destinado, en todo caso, a convertirse en un referente de la melomanía mundial. Pero, ¿a qué precio? Ni se sabe. Eso debe ser un secreto de Estado. Consta que su primer presupuesto de obra fue de 83 millones de euros, pero el año pasado ya había superado los 340 y hoy sería temerario mencionar una cifra. Según los enterados, las rectificaciones en curso son más vastas de lo previsto -por no aludir a otros defectos acaso irreversibles- y, como el trabajo del matalafer, todo es un hacer y deshacer que tiene inoperativas tres de las cuatro salas del coliseo y al coliseo mismo.
No ha de chocarnos que desde la oposición, la portavoz del PSPV para asuntos culturales, Ana Noguera, despotrique contra la "ineficacia, despilfarro y oscurantismo" en la ejecución de este icono arquitectónico. Responde así a su función fiscalizadora, pero, de paso, devuelve la pelota a los populares por las críticas que vertieron en su día, cuando, con tal de borrar el estigma socialista, pretendían instalar un géiser, el llamado "chorrito" del consejero José Luis Olivas, un arboretum y hasta un supermercado. Ignoramos si mejor, pero sí hubiera sido más barato.
Y a todo esto, no se ha hablado apenas del sostenimiento de este colosal teatro, colmo de la megalomanía. De 60 o 70 millones de euros anuales se ha comentado, si bien depende de qué se pretenda. Pueden ser escasos para exprimir las posibilidades de tal marco, o demasiados si priman las presentaciones falleras y otros folclores. Es probable que los números y la programación cobren color cuando se ventilen a la directora artística, Helga Schmidt, contratada con el mismo fundamento que se la licencia: ninguno. ¿Será por dinero, siendo ajeno?
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