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Por un 'sí' necesario

Quizás éste no acabe de ser del todo el Estatuto al que cada uno aspiró cuando, como catalanistas ilusionados, decidimos reformarlo para aprovechar una oportunidad histórica, pero apostaré claramente por el sí, un convencido e irrenunciable, al texto que los catalanes tendremos que refrendar el 18 de junio.

Si bien muchos hubiéramos deseado que el proceso abierto con el Estatuto se desarrollara mejor y acabara de manera más contundente el ciclo ya agotado de peix al cove que caracterizó los 23 años pasados, cerrando ya el debate identitario y territorial, el Estatuto actual avanza en el autogobierno de Cataluña y perfila ya el inicio de una nueva era de corte federal y multinacional para España hacia la que, entre todos, tendremos que avanzar.

Pero el proceso ha puesto de manifiesto que la política no es una ciencia exacta y racional, sino que los intereses se contraponen, y aquello que sobre el papel parecía un camino claro y diáfano, las circunstancias, las distintas dinámicas partidarias o personales, los errores y la inefable ley de Murphy nos abocan a situaciones más complejas de lo deseado. Y en este camino hacia el Estatuto ideal nos hemos quedado a un paso de la meta. Nos ha faltado la última recta de la carrera, una carrera en la que no hemos podido obviar los obstáculos, algunos de los cuales nos los han puesto, pero muchos otros nos los hemos puesto nosotros. Y hoy nos encontramos frente a un texto estatutario que avanza claramente en competencias y financiación, aunque hayan quedado temas pendientes de rematar o de reorientar en materia de inversiones, grandes infraestructuras o financiación.

A pesar de todo ello, apuesto por el sí, un alto, claro y contundente. ¿Por qué? Porque el Estatuto que aprueba el Senado no impide retomar los temas pendientes, mientras que un no sí lo vetaría: nadie puede pensar que España estaría dispuesta a abrir un nuevo proceso de elaboración del Estatuto catalán a corto plazo, fundamentalmente porque la credibilidad de los catalanes y de sus instituciones quedaría en entredicho, ahondaría las divisiones entre catalanes y españoles, y, encima, nos obligaría a seguir por muchos años con el desfasado estatuto de 1979. Además, un no sería hacer el juego al aznarismo más recalcitrante, ya que nadie diferenciará un voto negativo de otro.

El autogobierno, además de tenerlo, hay que querer ejercerlo. Y lo que hoy se regula aporta instrumentos suficientes para que podamos desarrollarlo y avanzar en una España múltiple, en la que Cataluña pueda desarrollar su propio proyecto y compartirlo con los ciudadanos españoles y europeos. ¿Quiere ello decir que no hemos de seguir batallando por desarrollar o cerrar los temas pendientes? De ningún modo, pero mediante un proceso distinto al seguido hasta ahora: buscando un espacio para el encuentro y para el acuerdo, sin el cual no encontraremos una buena salida a nuestros deseos como no sea la vía de la disgregación de España, que es a lo que aboca un no que se retroalimenta desde los radicalismos independentistas y centralistas, contexto en el que se ha desarrollado, de hecho, el debate estatutario y que ha condicionado también su resultado final.

Por lo tanto, en el punto en el que nos encontramos, creo que todos y cada uno de los ciudadanos de Cataluña deberíamos tomar conciencia de la situación, y que del resultado del referéndum depende la credibilidad de nuestro país y la posibilidad real de avanzar hacia mayores cotas de autogobierno, tanto en competencias como en financiación, que nos permitan acabar de cerrar el ciclo.

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Invitaría a los partidos catalanes a enterrar las hachas tácticas y a no mezclar el debate estatutario con el debate electoral o de gobierno, el cual, sin embargo, tendría que apoyar sin ambages el sí, tal como ha recalcado su presidente. Cataluña se juega mucho. Así, el Estatuto no ha de ser el aperitivo de unas elecciones anticipadas ni un plebiscito al tripartito, al presidente de la Generalitat o al pacto Mas-Zapatero, sino la decisión de los catalanes sobre un texto que regula un mayor autogobierno. Al contrario, apelaría a los partidos catalanes, incluso a ERC y, por qué no, al PP catalán a arrimar el hombro para desarrollar y cerrar, de manera conjunta, los temas pendientes, con la fuerza que un contundente nos puede dar.

Finalmente, creo que de todo este proceso debe salir una mayor estabilidad política, por lo que, a diferencia de lo que parece un clamor popular, no estaría a favor de elecciones anticipadas como primer objetivo, ya que sumergiría a la sociedad catalana en un impassse electoral que se alargaría, como mínimo, hasta más allá del verano de 2007, teniendo en cuenta que las elecciones municipales sucederán a las autonómicas de otoño, y que debería añadirse a los dos años y medio ya de dragon-khan o turmix del tripartito, tal como lo han denominado algunos de sus consejeros.

Creo que el presidente tendría que intentar buscar primero la estabilidad mediante un pacto entre aquellos que apoyen un con distintos matices, cuanto más amplio mejor (desde los más convencidos hasta los más críticos), aprovechando la oferta de CiU, pero que se alargara más allá del referéndum. Los ciudadanos quieren disfrutar de estabilidad y de las primeras ventajas del Estatuto con un equipo más cohesionado y abordando, si es necesario conjuntamente, la negociación de los temas pendientes apoyados en la sociedad civil, buscando los espacios comunes para el diálogo y el acuerdo también con el resto de los españoles, con su propia sociedad civil, aunando los intereses comunes desde la libertad de acción y, sobre todo, con un nuevo proyecto ilusionante para Cataluña, que mejore las condiciones de vida de sus ciudadanos, que mire a la vez a Europa y a España, y se proyecte al mundo.

Teresa Sandoval es miembro de Ciutadans pel Canvi.

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