Gobierno fugaz
Un cometa fugaz. Así es como, a instancias de un periodista, definía yo el Gobierno catalán tres días antes de que su presidente, Pasqual Maragall, firmara el certificado de defunción y confirmara lo que desde CiU hace tiempo que veníamos anunciando: que el tripartito era un Gobierno errático y, para la buena imagen y marcha de Cataluña, debía ser de corta duración. Tan errático que sólo ha dejado réditos en el débito del país. Y tan fugaz que ni tan siquiera ha sido capaz de terminar la legislatura.
Aun cuando hacía dos años y medio que los hechos avalaban nuestras críticas hacia un ejecutivo que nació con graves carencias estructurales que lo han llevado a la autodestrucción, ha acabado siendo la aprobación del nuevo Estatuto la que ha consumado el final definitivo del tripartito y el fracaso tanto de Maragall como presidente como de la apuesta de Esquerra Republicana por un Gobierno nacionalista y de izquierdas.
Maragall debe separar el referéndum de las elecciones fijando cuanto antes la fecha y aclarando si se presentará
Se podrá decir que han sido un cúmulo de errores, desavenencias y carencia de cultura de coalición, en el camino hecho desde 2004, lo que ha llevado al Gobierno a una crisis sin regreso. No nos engañemos: el problema era de concepción. El pacto del Tinell, disfrazado de Gobierno nacionalista y de izquierdas, nacía con el único objetivo de desbancar a Convergència i Unió de la Generalitat y condenarla así al ostracismo político. En la génesis del tripartito primó la estrategia de la destrucción y las cuotas de poder para el PSC, ERC e ICV. Relegada quedó la vocación de construir un nuevo proyecto de futuro para Cataluña. Era un pacto hecho a la contra y cuando la contra desapareció -la victoria de Zapatero fue un regalo envenenado y más tarde CiU centró la escena política por su papel providencial en la negociación del Estatuto- el tripartito no supo resituarse. Así de fugaz.
El resultado, sin embargo, ha sido demoledor en Cataluña, con un descalabro y un deterioro sin límites tanto para el prestigio del país y de sus instituciones como para la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes. Y es que tanto circo gubernamental, con crisis que cada día se superaban y con un presidente incapaz de liderar su Gobierno y de hacerse respetar dentro su propio partido -el PSOE-PSC-, acaba por pasar factura.
Cataluña no se merece ni se puede permitir seguir por este camino. Incluso Maragall, que avaló durante dos meses los vaivenes de ERC sobre su voto en el referéndum del Estatuto, lo sabe y ha acabado expulsando a los republicanos del Gobierno. Al límite del precipicio, Maragall no tuvo más remedio que aceptar que éste es ya un gobierno en retirada que tiene como último objetivo, por responsabilidad institucional, asegurar que Cataluña se dote de un nuevo Estatuto. Y en esto y, ante el estado de provisionalidad y debilidad nacional en que nos encontramos, CiU es la garantía de la estabilidad. Por sentido de país.
Sin embargo, ante el desgobierno que reina hay el peligro que la aprobación del Estatuto y el fin del tripartito se confundan, y nos podríamos encontrar que muchos catalanes quieran castigar el descalabro gubernamental el día del referéndum, aun cuando este no sea el lugar para hacerlo. El 18 de junio toca el sí al Estatut. El no al Gobierno se debe guardar para las elecciones al Parlamento.
En este sentido, es necesario que Maragall separe al máximo los dos procesos. ¿Cómo? Aclarando antes del referéndum la fecha de las elecciones autonómicas y su continuidad o no como candidato. Porque desde el sí sólo podemos allanar el camino al Estatuto. Las piedras en el camino ya bastante que las ponen el Partido Popular, instigando a la confrontación entre territorios ante el potencial de autogobierno del nuevo Estatuto, y Esquerra Republicana, con un no coyuntural que rechaza el texto pactado porque lo que en él se incluye lo ha conseguido CiU.
Ahora hace falta centrarse en el nuevo Estatuto, un texto que, en todas las cuestiones que desde la federación definimos como centrales -reconocimiento nacional, financiación, nuevas competencias y blindaje de las mismas- supone una mejora a la cual no podemos renunciar. El Estatut de 1979 está ya caducado y como nacionalistas no nos podemos negar a dotar a Cataluña de nuevos instrumentos de autogobierno. Tengo claro que un sí al Estatuto pactado en Madrid no supone renunciar al Estatuto del 30 de septiembre surgido del Parlamento catalán; todo lo contrario, implica adelantar hacia aquel horizonte, aunque sea por etapas. En política seria, el todo o nada no es una opción ni valiente, ni madura, ni responsable. Hace falta ser flexible para conseguir lo que es posible según las fuerzas de cada momento y en esto se basa la acción de CiU. Con el proceso del nuevo Estatuto lo hemos vuelto a demostrar y el resultado final ha sido satisfactorio para todos. Por eso el nuestro es un sí sin fisuras.
En Cataluña tan importante es tener un buen Gobierno como un buen Estatuto. Por esto hace falta cerrar con urgencia esta inestable etapa de nuestro país. Entendiendo que para cerrarla se deben celebrar elecciones de las cuales salga un Gobierno fuerte y con un liderazgo capaz de desarrollar la nueva etapa que Cataluña tiene enfrente. Así pues, para el verano un buen Estatuto y para el otoño un buen Gobierno.
Es curioso, sin embargo, ver como estos días, ante el hundimiento en toda regla del tripartito, algunos de los hasta ahora socios de Gobierno salen a toda prisa de la polvareda para anunciar que este experimento tendrá remake. Cuánta vergüenza ajena siento ante actitudes que no son más que un insulto a la ciudadanía. Cataluña no puede volver a ser el laboratorio de pruebas del tripartito. En química hay una normativa muy clara sobre qué sustancias, en contacto entre ellas, son potencialmente peligrosas por su reactividad. Y el tripartito ya ha demostrado que es una mezcla explosiva. ¿Nos podemos permitir repetir el experimento? La lógica dice que no. ¿La alternativa? CiU. Sólo CiU.
Artur Mas es presidente de CiU.
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