Los herederos
Ando por aquí limpiando la casa mientras escucho El hombre invisible, de Kiko Veneno, y de pronto me doy cuenta de que antes soñaba con los fantasmas del pasado y ahora sueño con los monstruos del futuro. Para el proceso de globalización hacía falta un hombre nuevo: un ser más insolidario, consumista y fundamentalmente individualista; sólo asociativo en los eventos ya programados y en el proceso de producción; aliñado ideológicamente con los grandes encuentros deportivos, macrobotellonas, operaciones triunfo, la boda de don mengano con doña zutana y el nacimiento del vástago de ambos; propenso a la caridad del siglo XXI canalizada a través de las ONG.
El hombre y la mujer flexibles, disponibles las 24 horas del día, superpreparados, los chicos Bio, los casi mileuristas (no llegan), ahí están. Nosotros, los de la transición, les hemos dado un futuro de hipotecas a 180.000 euros por 40 metros cuadrados, 20 horas de trabajo semanales ocho meses al año, 80 o 100 empresas diferentes en su vida laboral y un mundo global y localmente inestable: lo contrario de lo que queríamos para nosotros.
La materia humana es la misma, lo que ha cambiado son las condiciones históricas. Ellos son nuestro fruto y el de sus circunstancias: mucha presión psicológica para unas generaciones que se han criado a su bola, con la llave de casa en el bolsillo. A nosotros se nos pasó por la mente que aquí estaba todo hecho, que la evolución iría satisfaciendo las necesidades materiales y espirituales. Nuestro posibilismo nos alejó de la utopía y en ese tránsito nos olvidamos de ellos. Lo importante era el presente y con ello dinamitamos el futuro que, por ende, sería su presente. Nos deben más bien poco, aun cuando nosotros pensemos lo contrario, y además han madurado lo suficiente para darse cuenta. Pero a pesar de todo, estamos condenados al encuentro si queremos otro mundo más humano. Ahí está el reto.
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