_
_
_
_
_

Rosquillas pijas y 'gavilanes'

Miles de madrileños, inmigrantes y dirigentes políticos acuden a la pradera de San Isidro para festejar el día del patrón

"Este año, lo que causa furor son los gavilanes. A 10 euros los tengo". Ana Margarita señala los sombreros de ala ancha, portados por los galanes de una popular telenovela, que este 15 de mayo se han hecho con el mercado en la pradera de San Isidro, desbancando a las castizas parpusas. La gorra propia de los chulapos cuesta la mitad, pero la moda manda. Miles de madrileños acudieron ayer a la pradera de San Isidro a festejar el día del patrón. Y, como en todo, la tradición se mezcló con la novedad.

Junto a los chulos, las chulas y las goyescas de toda la vida -pañuelo al cuello ellos, mantilla ellas, enfrentándose estoicamente al calor-, una marea de niñas chinas vestidas con el traje de lunares y el clavel en el pelo. Junto al tradicional baño de multitudes de los políticos de uno u otro signo, la ineludible actualidad: árboles adornados con lazos verdes en protesta contra las talas. Y, junto a los puestos de rosquillas, lágrimas del santo, chufas, churros y chocolate caliente, las tómbolas repartiendo muñecos del televisivo Neng.

La innovación alcanza al dulce típico: las rosquillas. Están las tontas (con más huevo), las listas (con más azúcar) y, este año, "las pijas". "Son como las listas, pero con un baño de limón. Quedan rubitas, como con mechas, de ahí el nombre", explica Jesús sin parar de vender el producto, a seis euros la docena. "Nada, las únicas auténticas son las del santo", replica Manuela, de 76 años, tocada con la mantilla. ¿Y qué llevan las del santo? "Pues no sé, pero son las auténticas".

Hay una cola de 15 minutos frente a la ermita de San Isidro para besar la reliquia (tres huesecitos de una mano del santo); otra para beber del agua que supuestamente curó de niño a Felipe II y una tercera para coger abanicos gratis.

A las diez de la mañana, un río humano avanza desde la plaza del Marqués de Vadillo. Familias enteras se sientan en la pradera, sacan tortillas o croquetas y dejan jugar a los niños. Hay bebés de meses sudando bajo el traje típico. A Luis, hijo de inmigrantes ecuatorianos, le han calado una parpusa en la cabeza. "Llevamos aquí cinco años, pero hasta ahora no habíamos podido venir a la fiesta", cuenta su madre.

De repente, irrumpe en el parque la comitiva del alcalde. Acompañado por su esposa, Mar Utrera, las concejales Ana Botella y Paz González y el vicealcalde, Manuel Cobo, Alberto Ruiz-Gallardón se lanza a besar mejillas y estrechar manos. "¡El alcalde, el alcalde!", gritan chulos y chulas. Él pasa como una exhalación ante los puestos de rosquillas, pero cuando una señora le extiende un churro para que lo pruebe, ya no puede negarse y lo engulle a la carrera. "¡Bien!", aplauden a coro las goyescas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

"¡Alberto, qué guapo eres, mecachis en la mar!", le suelta una mujer después de dejarle la cara llena de carmín. "Oye, los parquímetros, de puta madre. A mí me han venido de miedo", dice otra agarrándole por el brazo. Y un padre de familia: "A ver si nos dejas Madrid bonito". Pero no todo son parabienes. "Venga usted más por Vicálvaro", le recuerda un hombre. "Donde viven mis padres han pintado todo de azul y no pueden aparcar", le explica otro. Y otro más: "Mire, me he metido por la M-30 para venir aquí y no sabe usted...".

El alcalde se pone a la cola para entrar en la ermita. Sigue estrechando manos y sólo una mujer se la retira. "Menos manos y a ver si quitas los taxímetros esos...", murmura. Por fin, alguien consigue ponerle a Gallardón un gorro de chulapo, que él se quita rápidamente.

También los políticos de la oposición se dan el paseo de rigor. Los socialistas Trinidad Jiménez y Rafael Simancas, vestidos con parpusa y pañuelo él y clavel en el pelo ella. Inés Sabanés y Fernando Marín, de IU, sin aderezos. Todos se centran en criticar la política "arboricida" del alcalde y de la presidenta regional, Esperanza Aguirre.

En la pradera bailan madrileños de muchos orígenes: lo mismo se marcan un chotis que una jota o una sevillana. Se declaran "de Madrid", como el santo, vengan de donde vengan.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_