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Columna
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'Urbi et orbi'

Donostia generalmente es un ombligo, pero el otro día el obispo Uriarte la elevó a púlpito con el sermonazo que lanzó sobre un tema que le compete sólo de refilón. Para curarse en salud, antepuso la idea de que la Iglesia "ha de estar dispuesta a quedar mal ante muchos para atender a todos". Pasemos por alto que se arrogue la capacidad de decidir por la Iglesia en vez de, a lo sumo, por la diócesis o lo que según el Derecho Canónico le toque, porque dijo algo muy gordo: que no se puede "discriminar a unas víctimas en aras de otras". Luego, añadió que "hay víctimas inocentes y otras que no lo son". Pero ahí uno ya se pierde, porque ¿cómo puede una víctima no ser inocente por ser víctima? ¿No hubiera sido mejor decir que hay víctimas que sólo son víctimas y asesinos, o sea tipos no inocentes, que, a veces, son víctimas? Sólo que entonces tendría que haber hilado muy fino, porque, efectivamente, ha podido ocurrir que los asesinos hayan sido a su vez víctimas de grupos ultras o de algún policía torturador. Aunque a uno le extraña que, movido por ese afán cristiano y universalizador, no citara expresamente a los sicarios y torturadores entre las víctimas, porque seguro que encontraba algún detalle en sus vidas para hacerlo; como lo encuentran quienes consideran víctimas de las malas prácticas del Estado a los que se accidentan en la carretera o mueren de muerte natural cuando están encausados por terrorismo.

El obispo tiene razón cuando asegura que "no es la verdad y la justicia de la causa lo que les convierte en víctimas, sino el sufrimiento hondo y el daño irreversible", porque, efectivamente, es la violencia la que les convierte en víctimas. Pero no es menos cierto que las víctimas del terrorismo lo fueron debido a la violencia aplicada por unos individuos que no podían tolerar su concepto de verdad y justicia, y, sólo por eso, se sitúan en un plano moral inferior. Cierto, en un momento dado, el obispo Uriarte dijo: "Ninguna idea, proyecto político, derecho individual o colectivo puede sobreponerse al respeto a la vida, a la integridad física, a la conciencia y a la dignidad moral de la persona", pero eso no le llevó a concluir que no pueden ser lo mismo las víctimas que los asesinos. Porque el problema de formulaciones como las del obispo Uriarte está en que dan a entender que todos los asesinos han sido a su vez víctimas, aunque estén en la cárcel sólo por los delitos que cometieron contra esas víctimas. Y hacen eso Batasuna y el lehendakari, que ven, en los presos el colectivo simétrico de las víctimas de quienes hoy están presos (y de algunos que no lo están). ¿Será el obispo Uriarte el confesor secreto de Ibarretxe como lo era Alec Reid de Gerry Adams?

El obispo Uriarte podría tener presente que el propio Cristo salvó en la cruz a uno de los ladrones y al otro no, pese a que ambos estaban siendo víctimas con él de un castigo mortal y desmedido. Si la memoria no me falla, entre las obras de misericordia está la de visitar a los presos, y ahí es donde la Iglesia debería dejar el asunto. Parece coherente que, en aras del amor y perdón universales (aunque en el caso de Euskadi, el obispo Uriarte se permite la salvedad de que igual no hay que exigir que lo pidan los victimarios sólo porque no están dispuestos a ello), la iglesia católica practique la caridad y visite a las víctimas, las reconforte y aliente a hacerlo. Pero es meterse en camisa de once varas peligrosas pontificar sobre ello sin tener en cuenta lo antes apuntado: a) que hay víctimas que sólo son víctimas, b) que hay asesinos que, a veces, muy raras veces, son víctimas, c) que las víctimas del terrorismo son muchísimas más en número que el puñado de asesinos victimizados, y d) que las víctimas del terrorismo no están en el mismo plano moral que los terroristas. Por todo ello y algunas cosas más, sugerir que ambos colectivos representan lo mismo es no sólo muy poco compasivo para con las víctimas del terrorismo, sino tremendamente injusto, ultrajante y, por lo tanto, victimizador.

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