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Reportaje:

Nueve semanas y media de poesía

Recital en el Marès de los poetas Vicente Gallego, Joaquim Horta, Biel Mesquida, Pere Rovira y Juan José Téllez

La Setmana de Poesia de Barcelona cumple este año su décima edición, y así van nueve semanas y media de poesía, y de poetas, que son hombres y mujeres que, en cuanto pueden, se presentan en el trabajo en manga corta y llevan con ellos el polen sin peso de las palabras. Esta tarde del viernes 12 de mayo ha arrancado el espectáculo de recitales y lecturas, y los organizadores han traído una rondalla de labradores o pescadores o artesanos del delta del Ebro que, con sus camisas blancas como la flor del albaricoquero, y con el tres por cuatro de sus guitarras, y con sus clarinetes y sus trompetas, han recorrido el Verger del Museo Marès y han improvisado para la concurrencia sus jotas nacidas a las sombras de los naranjos y las higueras.

Las ha cantado aquí uno de sus últimos conocedores, el viejo Teixidor, que llega con una voz antigua de terrón de tierra, y que es también un poco de terrón de sal. La gente toma el fresco en las sillas plegables que han puesto en el patio del museo y escucha a la rondalla, y la aplaude al final de cada estrofa, y Lo Teixidor va animándose cada vez más a tejer sus versos, y le lanza ahora unos a una muchacha pelirroja de Tortosa, y otros se los canta al poeta Francesc Garriga, que le contempla con su traje azul marino y su insignia del Barça, y también le ofrece su aguinaldo lírico al septuagenario poeta Jaume Sisterna, que anda aquí lleno de su poesía pacifista y con su irónica convicción de que la nuestra, la catalana, es una sociedad conservadora hasta la médula. Una madre occidental con su hija oriental en el regazo sigue el compás de la rondalla, y los fotógrafos encaramados a los poyos y a las piedras del recinto hacen su trabajo, y unos turistas jubilados, que ya están como salmonetes, acaso de los del delta del Ebro, lo observan todo boquiabiertos. Y mientras el agro canta, la ciudad y la cultura dan palmas.

La rondalla descansa de su jota de chaleco campesino y de puños arremangados, y recitan sus versos los poetas del delta, y el tortosino Andreu Subirats, que es un poeta de vaqueros doblados y de patillas largas, habla de su pueblo con socarronería popular, y toca un mirlitón de metal, y declama neojotas hechas de "sexe, jota y drogues dures", pero lo que lleva en las venas este poeta es una apisonadora de lirismo y una apisonadora de pasos dejados por las desconsoladoras aceras de Barcelona. Al acabar el evento, o lo que sea, la rondalla se vuelve a su tierra con sus jotas, y los poetas de Barcelona continúan la peregrinación de lectura en lectura, y ahora, en el coro de la catedral, la poeta Ester Xargay homenajea a Foix y, en una pared del coro, santa Eulalia arde desnuda en su helado mármol de Carrara. La catedral es una loba solitaria que en la noche amamanta a gárgolas y a poetas.

A las diez y de nuevo en el Marès, se inaugura ahora en plan oficial la Setmana con un recital de los poetas Vicente Gallego, Joaquim Horta, Biel Mesquida, Pere Rovira y Juan José Téllez, y ninguna autoridad municipal hace acto de presencia, y así queda olvidado el vínculo íntimo que hay entre civismo y poesía. Este cronista consulta al respecto a David Castillo, que es director del festival, y que anda de un lado al otro del patio saludando afectuosamente a quien se pone a tiro, y que, al mismo tiempo, contempla el ambiente como un pintor que examina su pintura recién acabada. Castillo comenta distraídamente que el concejal anterior sí que venía y que en esta ocasión ha puesto 300 sillas en el patio, y continúa abrazando cordial al personal. Se ha llenado la inauguración con parejas de todas las edades, que entraban cogidas de la mano, y también se ha llenado con gente que llega sola, porque hay poesía para enamorados como hay poesía para corazones solitarios.

Gerardo, de 50 años, argentino, ilustrador, ha venido con Ana, su pareja, de 38, española, psicóloga, y cuentan que se regalan poesía y que a un amigo de Buenos Aires le han mandado un compacto con Gil de Biedma recitando. Una mujer que lleva un chal de hermosas flores blancas tejido a mano espera sentada el inicio del recital, y otra deambula de brazos cruzados solitaria. Pasa junto a un surtidor un señor normal y corriente, con la americana abotonada baja y los zapatos recién lustrados, y uno se pregunta si este hombre será acaso un poeta y si estará quizá toda Barcelona llena de poetas de incógnito.

En la tarima, Horta lee sentado a la mesa, y los otros poetas fuman y le escuchan. Y Téllez recita en pie y se despide con su libro abierto sobre el corazón. Y Rovira también lee de pie y hace bajar a las sombras de esta noche la sombra desterrada de Antonio Machado. Y Gallego lee su poema Esperma, y dice que tenemos que "querernos como se quieren los muertos", y recita a Luis Rosales de memoria. Y luego llega Mesquida y reparte besos y reparte versos y homenajea a la República, como lo han hecho los poetas que le han precedido, y recuerda que la poesía y la República anduvieron muy juntas su camino, y también canta, y sigue recitando. La gente mira a los poetas con los ojos y el alma abierta como ventanas, y en la calle brilla el agua de la acera recién regada, y da vueltas la luz azul de un coche de policía.

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