Democracia feminista
La injusticia como tal ofende a todo el mundo, pero señalar sus causas también incomoda a una buena parte de la ciudadanía. Debido a que fijar la injusticia nos produce malestar, los estereotipos y prejuicios cristalizan: son nuestros mecanismos de defensa tanto individual como colectiva. A modo de ejemplo, señalar la pobreza o desigual distribución de la riqueza como causa de injusticia y, por tanto, de conflicto social puede hacer que una buena parte de la ciudadanía prefiera aceptar como pertinente el estereotipo de la "natural pasividad" o "carencia de carácter" de los desfavorecidos de la sociedad.
El estereotipo y el prejuicio se convierten en la tabla de salvación que permite cerrar los ojos ante la injusticia. Pero, en última instancia, pocos son los individuos de las sociedades "ricas" que se vean obligados a convivir con la pobreza o la marginación, de modo que la recurrencia tópica al estereotipo sólo se traduce en cruce de palabras que anima o agria una conversación entre amigos.
Otro caso muy distinto emerge cuando se señala como causa de injusticia y conflicto social la posición desigual y subordinada de las mujeres respecto de los varones. No podemos cerrar los ojos ante la injusticia porque con las mujeres se convive: o bien se es mujer, o bien se es varón rodeado de mujeres. La recurrencia tópica a estereotipos sexuales puede facilitar la vida de una parte de la ciudadanía, pero los modos de vida de muchas mujeres desmienten día a día los estereotipos. Es más, las normas y los estereotipos sexuales presentes en la sociedad no sólo animan o agrían una conversación, sino que son el referente por el cual determinar si nos hallamos ante una sociedad democrática o no, o ante una democracia más o menos avanzada. Las normas y los estereotipos sexuales son sólo la punta del iceberg de una injusticia sexual que, a excepción del feminismo, las teorías políticas y morales se han resistido a nombrar.
La injusticia sexual tiene su origen en la ideología patriarcal. Nombrar e intentar desactivar esta injusticia es causa de conflicto, y no lejano, como algo que les sucede a otros, sino cercano, porque resolverla necesariamente cambiará la vida de todos, mujeres y varones. Por último, no erradicar una injusticia, cuando los medios están dados, por temor al conflicto sería una impostura moral y política.
Pero a día de hoy, gobiernos, credos religiosos, partidos políticos, determinadas ONG, organismos internacionales, plataformas, asociaciones, etcétera, se decantan más por la impostura que por determinar cuál sea la posición de las mujeres en el marco de las religiones, las costumbres, las prácticas culturales, las conductas sexuales, la identidad... Ciertamente, hacer la radiografía social de acuerdo a la variable sexo resulta conflictivo, porque lo que las mujeres son o les cabe esperar, toca la medula de cómo hasta ahora se han ordenado las sociedades. De ahí que para neutralizar el conflicto se prefiera ignorar la injusticia, restando relevancia a la desigualdad de los sexos con juicios tópicos que rezan "ya será menos...", o relativizar la injusticia en aras de la costumbre o la identidad cultural.
Para remover el entramado normativo de la ideología patriarcal, para afrontar la causa de la justicia social y sexual son necesarias las leyes. Todas las leyes sobre colectivos o grupos sociales son proteccionistas, pues tales colectivos o grupos sociales son víctimas: del patriarcado (las mujeres), de la explotación (el proletariado), víctimas del genocidio (las minorías étnicas), de la homofobia (lesbianas y gays)... Sí, las leyes son proteccionistas cuando reconocen derechos, pero si se reconocen esos derechos se deja de ser víctima. Las leyes tienden a cambiar nuestras actitudes respecto del grupo social o colectivo sobre el que se legisla. Una legislación en torno a las mujeres contribuye a que la sociedad en su conjunto tome conciencia de hacia dónde debe ir la educación, de cómo vivir el ocio, de qué entender por familia, de cómo sentir el amor, de cuál sea el mínimo exigible a los medios de comunicación, la creatividad y el saber para no reproducir en el presente y a futuro la desigualdad entre los sexos.
El cambio de actitudes de mujeres y varones no se puede hacer depender del voluntarismo individual y colectivo. Si hiciéramos depender la igualdad de la voluntad de cada quien, nuestra espera sería interminable, porque, triste es reconocerlo, la ideología patriarcal parece más sólidamente asentada que la idea de igualdad entre los sexos. ¿No se debe a la ideología patriarcal que no se perciba como necesaria una transmisión educativa basada en los principios verdaderos y activos de coeducación? ¿Cómo hemos de explicar entonces la resistencia a aceptar nuevos modelos de familia, si no es porque en la idea misma de familia subyace la estructura patriarcal? ¿Qué podemos esperar del concepto del amor cuando sólo un sexo lleva sobre sí la carga del agrado? Nombrar la igualdad no hace que ésta se materialice.
Así que cuando un gobierno, como el actual, promueve leyes en torno a las mujeres ha de esperar focos de reacción no sólo en otros partidos políticos, sino también en el mundo empresarial, en el religioso, en determinadas plataformas y asociaciones "pro...", en la judicatura, en los medios de comunicación, en... La lista es larga. Y también ha de esperar voces femeninas que, paradójicas, a la vez que critican la profusión legislativa del gobierno, demanden regular conductas sexuales propias del orden patriarcal, como la prostitución. Por idéntica razón, cuando el feminismo consigue plasmar en leyes los derechos de las mujeres ha de esperar voces críticas que repitan los viejos tópicos decimonónicos de que las feministas somos vengativas, puritanas, proteccionistas y revanchistas. Sin embargo, y por lo ya hecho y conseguido en el pasado, es difícil argumentar que las feministas seamos vengativas por defender la igualdad de los sexos, puritanas por defender la dignidad de las mujeres, proteccionistas por desear leyes que garanticen derechos y revanchistas por no querer vivir atrapadas en las redes patriarcales.
Alicia Miyares es autora del libro Democracia feminista (Cátedra, 2003).
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