Volcados en la visita papal
Nadie lo había cuestionado, pero nuestras autoridades, por boca del vicepresidente del Consell, Víctor Camps, y de la alcaldesa, Rita Barberá, han asegurado que no se escatimará un solo euro en la financiación de la visita del Papa, el próximo mes de julio. Ni dinero ni esfuerzo, como demuestra el compromiso y dedicación del Gobierno autonómico al buen fin de este empeño. Del presupuesto apenas se ha dicho nada cierto, no obstante la proximidad de las fechas. Entre 40 y 60 millones de euros han aventurado, pero bien puede doblarse esa partida, que siempre podrá aducirse que resulta irrelevante comparada con la dimensión histórica del acontecimiento y los beneficios, sobre todo inmateriales, que conlleva.
En este aspecto, se ha subrayado la proyección mediática del evento. Los cientos o muchos cientos de millones de personas que lo seguirán en todo el mundo, lo que supone por sí sólo un input publicitario de imponderable valor para la ciudad. Eso, sin contar el millón y medio de fieles que acudirán a Valencia para recibir sin mediación alguna la pastoral de Su Santidad. Un aluvión humano que pondrá a prueba la capacidad logística y organizativa de nuestros gobernantes autonómicos y municipales, sobre todo de estos últimos, atareados en la puesta a punto simultánea de la Copa del América. Después de tantas aparentes frustraciones y marginación en estos momentos se les apila la faena. Por fortuna para ellos, la experiencia del festejo fallero anual ha de serles muy útil para gestionar esta concentración multitudinaria.
Por ahora apenas se ha dicho nada acerca del meollo doctrinal o espiritual del Encuentro Mundial de las Familias. Los responsables civiles y eclesiásticos de este magno suceso parecen más atentos a los aspectos materiales del mismo, como son los problemas de intendencia -seguridad, sanidad, hospedaje- y la ejecución de las instalaciones públicas requeridas para los actos masivos previstos. En realidad, condensan todo su interés, y se comprende, en la presencia del Papa, movilizadora por ella sola al margen del motivo en que se ampara, decimos del citado pretexto familiar.
Parece obvio que, bien por inercia o costumbre, el Consell y el Ayuntamiento se hayan volcado sin la menor reserva en los preparativos de la visita papal. Podemos dar por sentado que, a su entender, es eso lo que exactamente les incumbe, aunque una lectura atenta de la Constitución debiera recordarles que "ninguna confesión tendrá carácter estatal", por más que la católica conserve su estatus privilegiado. Claro está que establecer los límites de tal privilegio depende de la cultura democrática, tan confusa como anacrónica todavía en este capítulo, muy especialmente para la derecha política.
De ahí la aventurada afirmación de que "todos los valencianos, católicos o no", hemos de sentirnos honrados con la visita papal y, en consecuencia, pacientes con los fastidios provocados en el tránsito rodado, por no hablar de los que se producirán con la súbita sobrepoblación estival. Y así habría de ser, ciertamente, pero por mero civismo, tolerancia y ánimo hospitalario, al margen de la opción religiosa de cada cual. Algo que la mayoría de las autoridades, imbuidas aún del ideario totalizador del viejo régimen, no han tenido en consideración. Siguen pensando que todo el monte es orégano y que la sociedad valenciana huele a velorio y sacristía, a pesar de que los sondeos sociológicos y los cambios del censo revelen las creencias y orígenes plurales del vecindario.
Hubiera bastado un "perdonen las molestias". Todo el mundo habría comprendido que los gobernantes y el mismo catolicismo indígena preparan su gran fiesta, pero que ni aquellas pecan de arrogancia y parcialidad, ni éste de apisonadora. Pero está visto que, en punto a sensibilidad religiosa, seguimos anclados en la predemocracia. Y lo más chocante es que, ya sean eclesiásticos o bien políticos del PP, ponen cara de estupor cuando se les señala el exceso. Tantos siglos de hegemonía sin fronteras requieren larga convalecencia.
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