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Columna
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El humor cambiante de la coyuntura

Joaquín Estefanía

Stephen Roach es, desde hace muchos años, el economista jefe del banco de negocios Morgan Stanley. Sus análisis sobre la marcha de la economía suelen ser tan pesimistas que en muchas ocasiones deprimen a los mercados. Aunque lo respetan, sus colegas le critican esa visión negra y a veces discrepan abiertamente de sus puntos de vista. Por eso ha sorprendido que en una de las últimas notas enviadas a sus clientes haya pasado del negro al rosa en sus perspectivas de evolución de la economía mundial, justo cuando la mayor parte de los coyunturalistas abordan con suma incertidumbre el alza del precio del petróleo. A pesar de ello, dice Roach, "por primera vez en años, debo confesar que ahora mismo tengo mejores sensaciones sobre el futuro de la economía mundial...".

Con frecuencia, los análisis de la coyuntura son tan contradictorios que parecen motivados en buena parte por el humor de los que los hacen. Cuando Galbraith criticaba la "sabiduría convencional" se refería entre otras cosas a esto, y por ello sacaba de quicio a los gurús que se toman demasiado en serio sus muchas veces aleatorias -y equivocadas- proyecciones sobre el futuro, y a los catastrofistas que a fuerza de intentar convencernos de que en economía cuantos más sacrificios mejor, llegan a la conclusión de que los tratamientos de rigor mortis terminan por tener efectos benéficos... a los que sobreviven a los mismos.

Todo esto viene a cuento de la acumulación de datos, aparentemente antagónicos, sobre la economía española durante los últimos 15 días. La penúltima semana fue pródiga en desastres: la Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre del año anunciaba una fuerte subida del paro, que alejaba a España de la media de los países de la UE (9,07% de la población activa en paro, frente a un 8,3% de media comunitaria); pérdida de competitividad de la economía española por el fuerte deterioro de la balanza por cuenta corriente; resistencia de la inflación a disminuir (3,9% de incremento de los precios en abril, frente a un 2,4% en la zona euro): y subida del Euríbor -el indicador más usado para referenciar las hipotecas de los ciudadanos- al porcentaje más alto desde octubre de 2002 (el 3,221%) y un punto más que hace un año, mientras el Banco Central Europeo augura una nueva subida del precio del dinero para el mes de junio. Resultante, panorama negro: la economía está enferma.

Siete días después llegaba el bálsamo. La producción nacional seguía creciendo durante el primer trimestre a un ritmo anual del 3,5%, mucho más que nuestros vecinos, y con una composición un poco más ortodoxa de ese crecimiento (menor dinamismo de la demanda interna, pero también menor aportación negativa del factor exterior por una pequeña recuperación de las exportaciones). La tasa del paro registrado del mes de abril era la mejor desde que se tienen datos de ese registro, con casi 200.000 nuevos afiliados a la Seguridad Social y un 11% de contratos indefinidos. Y se llegaba a un acuerdo entre la patronal, los sindicatos y el Gobierno para una reforma laboral, con el objeto de reducir la tasa de temporalidad de los empleos (más de un 30%, la más alta de nuestro entorno económico y geográfico). A los que demandaban un mercado laboral más libre de normas reguladoras y con un despido más barato, y a los que una semana antes pronosticaban la hecatombe inmediata, les contestaba un poco medido ministro de Trabajo, Jesús Caldera: esos datos "son tan buenos que son los mejores que nunca ha tenido España, los mejores de su historia y los mejores de Europa".

Ni tanto ni tan calvo. El presente de la coyuntura española es correcto y su crecimiento robusto, pero los nubarrones acechan en forma de falta de competitividad, resistencia a la inflación y alta tasa de paro. La conducción de la política económica no se ha equivocado, pero adolece de un cierto automatismo y de falta de correcciones. De poco sirve tener más crecimiento si también se tiene más paro, pues ello cuestiona la distribución de los beneficios del primero entre grupos sociales y el propio modelo de desarrollo. Hay que volver a leer el programa electoral con el que el PSOE llegó a la Moncloa.

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