El turco bueno
En el año Mozart, programar, como ha hecho el Teatro Real, El rapto en el serrallo es una buena cosa. No es una de sus óperas de mayor tirón, no es tampoco una rareza -opción de otros coliseos y festivales- y parece que con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en una obra que no desagrada al público pero que tampoco acaba de arrebatarle. No ha tenido la suerte de Idomeneo o de La clemenza di Tito, que crecen en la valoración de programadores, audiencias, cantantes, directores de escena y conductores de foso, quizá por su estructura de Singspiel, es decir, de ópera con partes habladas lo que, es verdad, también sucede en La flauta mágica, aunque ésta posea un atractivo más directo.
El rapto en el serrallo se estrenó en el Burgtheater, de Viena, el 16 de julio de 1782, es decir, el mismo año en que Mozart se casa con Constanze Weber y en la época en la que decide instalarse definitivamente en la capital y convertirse en dueño de su destino como compositor, lejos de las obligaciones de Salzburgo. ¿Quién no recuerda la breve conversación que ha acompañado siempre a esta ópera? Fue la más famosa en vida de su autor y, al mismo tiempo, la que hizo exclamar al emperador: "Demasiado hermosa para nuestros oídos, querido Mozart, demasiadas notas". A lo que el compositor respondió, con el orgullo propio del creador seguro de sí mismo: "Simplemente las necesarias, majestad". Defendiéndose de la imperial acusación, daba su autor en el clavo, pues la pieza es una maquinaria bien engrasada en la que todo está en su sitio.
No sólo el uso de la palabra hablada sitúa El rapto en su época. Igualmente su apelación a lo turco, pues tanto en el libreto de Johann Gottlieb Stephanie como determinados detalles de la música ligan la ópera a esa suerte de terror y atracción que lo otomano inspiraba, por razones obvias, en la Europa de su tiempo. Y en eso, su libretista da un paso importante: presentar la ejemplaridad de la conducta de un musulmán -el pachá Selim- que renuncia a la venganza para convertirse en el redentor de unos enamorados entre los que está Belmonte, el hijo de un Grande de España que es también su peor enemigo. Pero ese componente exótico es sólo una parte del atractivo de una ópera que revela una riqueza orquestadora de primera magnitud y que trata las voces con un virtuosismo y un sentido teatral ya de muchos quilates, sin olvidar la mezcla de géneros, de lo bufo a lo serio, que despliega ante el espectador.
La producción que el Teatro
Real presenta hasta el día 23 a lo largo de ocho funciones procede del Festival de Aix-en-Provence de 2003 y tiene el especial atractivo de los decorados de Miquel Barceló. La dirección escénica corre a cargo de Jérôme Deschamps y de Macha Makeïeff. El director musical será Christoph König, y las dos parejas de enamorados, Desirée Rancatore (Konstance), Eric Cutler (Belmonte), Ruth Rosique (Blonde) y Wolfgang Ablinger-Sperrhacke (Pedrillo). Eric Halfvarson hará de Osmin -el turco malo- y Shahrokh Moshkin-Ghalam del pachá Selim.
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