Foto fija
El PP valenciano ha divulgado un sondeo electoral realizado entre marzo y abril últimos. A tenor del mismo, como acaso sabe el lector, los socialistas siguen quedando malparados. La diferencia entre uno y otro partido, de celebrarse ahora las elecciones autonómicas, sería de 13 puntos, con un PP al alza que revalidaría la mayoría absoluta. Otras conclusiones de la muestra, efectuada telefónicamente sobre un universo de poco más de mil personas, acentúan todavía más la consolidación de la derecha política. No resulta extraño que, ante un panorama tan feliz, haya sospechas de que se trate de un embolado confeccionado al gusto del cliente a modo de una escaramuza más para desalentar al adversario. Tampoco faltan precedentes.
Lo malo de la historia es que, verdadera o falsa, no viene sino confirmar en el País Valenciano la trayectoria electoral de los dos grandes partidos a lo largo de los últimos trece años, incluyendo a Esquerra Unida, que se quedaría como está, y el Bloc Nacionalista, ligeramente a la baja, pero con una sorprendente y positiva valoración de su líder, Enric Morera, que creímos totalmente anónimo. En realidad, de haberse rebajado el listón al 3% tanto su formación como él mismo hubiesen obtenido escaños, lo que debe alentarle, así como al conjunto de la oposición, pues todos siguen vivos a pesar del persistente boicoteo a que son sometidos por parte de casi todos los medios de comunicación, empezando por los autonómicos de titularidad pública.
Esta auscultación demoscópica reitera asimismo cuán gananciosa le está resultando al PP la práctica del victimismo frente al Gobierno de Madrid. En realidad es el nervio principal, si no único, de su discurso, ese que José María Aznar reputaba de "ratonil" y de "lloriqueo", y que en estos momentos se condensa, según aducen los portavoces populares, en la parca o nula financiación de la Copa de América, la política hidráulica, el abandono de la seguridad ciudadana y, en suma, el olvido inversor en el que las finanzas públicas han sumido a la Comunidad, satisfecha como nunca de haberse conocido. Constatación que el partido gobernante airea cuando le conviene, obviando las pretendidas aflicciones.
Este es el panorama, congelado como una foto fija y en sepia, desde que la derecha gobierna la Generalitat. Con el agravante de que la persistente deriva conservadora del País Valenciano le ha llevado a convertirse en el granero de votos del PP, al modo como Andalucía lo es del PSOE, según la observación de un experto en lides electorales. No hay más que ver cómo el azul de las gaviotas ha ido desplazando al rosa en el mapa y calendario electoral indígena. Y ello a pesar del rosario de corrupciones, inepcias sonadas y cainismo que corroen -o sí habría de ocurrir- al partido de Francisco Camps.
Sin embargo, y al margen de que estemos inmersos en un ciclo histórico que se agotará por sí sólo, propiciando la alternancia, lo cierto es que a lo largo de estos años de hegemonía popular no ha habido indicio alguno de que el principal partido de la oposición, el PSPV, podía constituirse en alternativa. Tenía una opción aventurada y lejana, pero la única perceptible, que consistía en vertebrar una plataforma de izquierda a propósito de la reforma del Estatuto y la reducción del listón electoral. Pero la ha desechado, o tal parece, al acomodarse al imperio del PP. Además de su muy tibia predisposición a negociar con EU y Bloc, sueltos o coaligados.
De todos modos, y como hemos constatado estos días, el optimismo cunde en Blanquerías, sede de los socialistas, donde se procede a la formalización de la candidatura para presidir la Generalitat. Incluso se ensueña una solución a la gallega, un prodigio, en suma, que rompiendo todos los pronósticos otorgue el gobierno de la autonomía a Joan Ignasi Pla. Plausible muestra de euforia que convendría aderezar con otros gestos más convincentes en tanto que partido de la oposición con aspiraciones creíbles a dejar de serlo. Un año escaso tiene por delante para persuadirnos de que muestreos demoscópicos como el arriba anotado no irán a misa o son una "burda maniobra", muy repetida y desalentadora, por cierto.
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