El guerrillero que dejó de existir 30 años
José Moreno Salazar es el único superviviente de Los Jubiles, un famoso grupo de maquis de Sierra Morena
"Buenos días, soy José Moreno Salazar. No pude aprender a bailar porque mi juventud la pasé luchando y encarcelado". Con un sombrero de paja y un bastón, José Moreno Salazar, de 82 años, se presentó ayer en Córdoba. Venía de Bujalance, donde nació en 1923 y donde vive hoy. Entre su nacimiento y sus 82 años de ahora hay una historia que pone pelos de punta literalmente, una vida dura que esconde detrás de una sonrisa permanente. Sólo deja de sonreír cuando recuerda que su esposa falleció hace un año. Su esposa (aunque no se casó nunca con ella) y su amiga y la compañera que le ayudó a permanecer en la clandestinidad más de 30 años. Pero Victoria Márquez, su pareja, no aparece en la vida de José hasta 1945, cuando ya no era un maqui.
La familia de José se enroló en el bando perdedor durante la Guerra Civil. Muertes, encarcelamientos, torturas... Siendo sólo un niño las vivió en primera persona. El corazón de José estaba en la izquierda y sigue ahí porque asegura que será anarquista hasta que muera. Cuenta que cuando tenía 14 años se encontró en el campo con unos maquis del grupo de Los Jubiles, "los niños bonitos de Sierra Morena", asegura José.
Le pidieron ayuda y no dudó en prestársela. "Me convertí en el enlace de confianza del grupo de los hermanos Rodríguez". Empezó a llevarles comida, medicinas, ropa, calzado. "Además, les daba información sobre donde podían encontrar dinero o armas". José actuó como enlace de Los Jubiles hasta 1942. "Uno de los guerrilleros fue apresado, lo torturaron y me delató". Entonces, se fue al monte: "Me hice guerrillero".
"Aprendí muchas cosas con ellos, me enseñaron mucho, a luchar por mis ideales". Cuenta que, cuando se incorporó, eran unos 30. El grupo lo encabezaba Juan Hernández. "Le llamábamos el gran capitán". Pero no eran más que un puñado de hombres y la Guardia Civil los fue diezmando poco a poco.
En enero de 1943 -recuerda las fechas con una precisión sorprendente-, sólo quedaban siete componentes del grupo. Él era uno de ellos. José y los suyos estaban escondidos en un caserío de Montoro (Córdoba) la mañana de un 6 de enero. La Guardia Civil organizó una emboscada. "Nos pillaron sin armas. Sabían donde estábamos porque se nos infiltró un traidor".
Recuerda el ataque con morteros. Recuerda que sus seis compañeros fueron abatidos y que a él le hirieron. "Estaba enterrado entre los escombros". Lo apresaron y fue trasladado al cuartel de Montoro. Luego le ingresaron en el hospital militar de Córdoba y, una vez recuperado, fue a parar a la cárcel. Allí estuvo un año pendiente de que le condenaran a una muerte segura. El siete de diciembre de 1944. José vuelve a recitar otra fecha. En esta ocasión, se refiere al día que consiguió fugarse de la cárcel. "Un grupo de compañeros fontaneros y albañiles me ayudaron a salir". ¿Cómo? "Por la puerta grande, mezclado entre los albañiles", dice. Junto a José se fugó otro preso político. "Al tiempo, cansado de luchar, se entregó y lo fusilaron".
Cuando escapó del penal, se fue hasta Manzanares (Ciudad Real). Allí le prestaron su ayuda otros compañeros anarquistas. Entre ellos estaba Victoria Márquez. "Era una chiquilla, a su padre lo habían torturado y estaba en la cárcel. Ella nos ayudaba". Ella terminó siendo su compañera, con la que tuvo tres hijos.
Cuando pasó a la clandestinidad, José Moreno Salazar dejó de existir. Pasó a llamarse Antonio Pérez. Así vivió durante más de 30 años. Vivió en media España y trabajó en mil y un negocios. Al instaurarse la democracia de nuevo, recuperó su nombre, aunque por el camino se quedó el de sus hijos, que llevan los apellidos falsos con los que José estuvo en la clandestinidad. También se quedaron por el camino sus cotizaciones. Actualmente, vive con una mísera pensión no contributiva y no ha recibido ninguna ayuda del Gobierno ya que no participó directamente en la guerra.
José contó ayer parte de esta historia en un encuentro en Córdoba. Se llevó bajo el brazo sus memorias: El guerrillero que no pudo bailar (Editorial Silente). "De lo único de lo que me arrepiento es que no pude aprender a bailar", dice.
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