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Columna
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Grandes simios

Cuando la pasada semana se desató la polémica sobre el trato a los grandes simios no pude dejar de acordarme de esta fotografía. Tal vez si no hubiera leído el pie de foto, esta imagen no me hubiera impresionado tanto. Se trata de una de las fotografías de Adolfo Beretó presentadas en la exposición Fragments d'un any, que la Unió de Periodistes ha organizado en el Museo de la Ciudad. Cuando el día de la inauguración la vi por primera vez, me acordé lógicamente de Coco, el chimpancé abatido a tiros hace un año cuando intentaba huir con su familia del zoológico de Valencia. En ese primer momento pensé en la tristeza de un mono ante el cadáver de un miembro de la familia. Pero no, luego, al leer el pie de foto, comprobé que la imagen tenía más enjundia, porque quien sale en la foto no es Coco, sino su compañera, Mirinda, que tumbada no parece reaccionar cuando su hijo intenta consolarla por la muerte del padre de la familia. No se trataba pues de una reacción primaria, ya de por si muy enternecedora, sino de algo más profundo, un dolor interiorizado y compartido.

Ahora a la mona Chita, que tiene 74 años le han dado el Calabuch, el premio del Festival de Peñíscola. Al acordarnos de las películas de Tarzán de nuestra infancia, nos viene a la memoria las primeras veces que vimos a los monos de carne y hueso, cuando les mirábamos a los ojos en el zoo, e intuíamos que eran casi humanos. Luego los científicos han demostrado que compartimos con ellos el 99% de los genes y muchas personas se han organizado para reivindicar sus derechos.

Francisco Garrido, un diputado verde integrado en el PSOE, presentó la semana pasada en el Congreso una proposición no de ley sobre la protección de chimpancés, orangutanes, gorilas y bonobos que ha provocado alguna reacción airada. La propuesta pretende que el Gobierno se comprometa a proteger el hábitat de estas especies que está en peligro de extinción, eliminar el maltrato el comercio internacional y la tortura en la investigación, además de "reconocer", dice Garrido, "cierto principio de autonomía derivado de la similitud genética y etiológica con la especie humana". El objetivo a largo plazo es conseguir una declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los Grandes Simios Antropoides y a partir de ahí, defender el establecimiento de territorios protegidos para que los chimpancés, gorilas y orangutanes puedan seguir viviendo como seres libres por sus propios medios.

Joaquín Araujo, presidente en España del proyecto Gran Simio que impulsa esta iniciativa internacional, lo ha dicho de otra manera. "Le duela a quien le duela, los seres humanos somos grandes simios", la protección de estos primates es "una responsabilidad ética". En su comparecencia de la semana pasada los representantes del Proyecto Gran Simio insistieron en que los científicos han demostrado que los grandes simios tienen capacidades que antes se consideraban exclusivas del ser humano. Y entre estas citaron el establecimiento de relaciones familiares estables y duraderas (hasta niveles madre-hijo-nieto), la planificación del futuro, el sufrimiento por el dolor o la pérdida de seres queridos, así como el mantenimiento de relaciones sexuales no promiscuas. Según explican en su página web (www.proyectogransimio.org) se han hecho descubrimientos sorprendentes; como demostrar que tienen su propia cultura, que son capaces de trasmitírsela a sus hijos, que conversan entre ellos, que tienen pensamientos privados, imaginación, recuerdos temporales, autoconciencia, empatía, capacidad de engañar, curiosidad, sentido del humor, sentido del tiempo, consciencia de la muerte y son capaces de mantener una amistad que dure toda la vida.

No parece entenderlo así la Iglesia. En declaraciones a la cadena COPE, el arzobispo de Pamplona y Tudela, Fernando Sebastián, aseguró que "por ser demasiado progre se puede caer en el ridículo". Según Sebastián, quien lamentó que se reconozca a los monos lo que se niega a los embriones, "pedir derechos humanos para los simios es como pedir derechos taurinos para los humanos".

Tampoco han faltado voces que han venido a decir que habiendo tantas violaciones de los derechos humanos, preocuparse por los derechos de los grandes simios sería poco menos que marear la perdiz. Algo que no se acaba de entender muy bien, porque no son ni incompatibles ni excluyentes. La explotación no hace distingos. El teólogo de la liberación Leonardo Boff lo ha recordado estos días: "La misma lógica que explota a las personas, a las clases, a los países, explota también a la naturaleza".

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