Buscando al padre
En este libro coinciden dos líneas de actuación literaria; de una parte, el hecho de que Irving es de esa clase de narradores que no se ahorcan por menos de seiscientas páginas; de otra, esa especie de medalla al valor literario que los escritores norteamericanos consideran la culminación de una carrera literaria: el tocho de más de mil páginas. Desde la legendaria figura de Thomas (no confundir con Tom) Wolfe hasta un Pynchon o un Mailer, esa peligrosa lectura que es el tomazo que puede romperte un pie si resbala de tus manos ha sido uno de los trofeos más deseados en el país de las oportunidades. Realmente, sostener sin decaer una narración a lo largo de tal cúmulo de páginas hay que reconocer que es una hazaña. John Irving la ha acometido con Hasta que te encuentre.
HASTA QUE TE ENCUENTRE
John Irving
Traducción de Carlos Milla Soler
Tusquets. Barcelona, 2006
1.022 páginas. 29 euros
La suya es una escritura acumulativa y siente predilección por los problemas familiares
Irving era un candidato claro.
La suya es una escritura acumulativa y siente predilección por los problemas familiares y grupales. Suele elegir familias un tanto extravagantes o propensas a la originalidad, lo cual da mucho juego, y construye sus personajes persiguiéndolos hasta el catre (en esta novela, real y figuradamente). El resultado es una masa compacta de infinitos detalles que se apelmazan hasta convertirse en una novela. La anécdota es típicamente Irving: un niño de cuatro años recorre los puertos del norte de Europa siguiendo a su madre en busca de un padre desaparecido. La madre es tatuadora de oficio, y el padre, organista y tatuado. Con esto ya tenemos un río de información acerca del mundo de los tatuajes y de los organistas, que es la parte exótica del menú. Tras una búsqueda infructuosa, el niño, ya con nueve años, va a parar a un internado femenino para protegerlo de las malas influencias de los masculinos; el esperable resultado es que, a partir de aquí, el protagonista desarrolla una desmedida afición a las mujeres, en especial a las que son mayores que él, con la ayuda de profesoras, asistentas, compañeras, etcétera. Una afición que nos acompañará ya casi toda la novela y donde el pene del personaje ocupa bastante más espacio vital que su pensamiento. Con el tiempo, llegará a ser un actor de renombre, su amiga del alma (mayor que él), una escritora de éxito, su madre un personaje al que se le da la vuelta como a un pulpo y su pene algo a lo que se agarran insistentemente las mujeres; llegará luego el encuentro con la muerte y, por fin, la búsqueda del padre. No adelanto si lo encuentra o no, pero sí adelanto que da lo mismo a esas alturas del partido porque la novela ya se ha convertido en un pastelazo un tanto revenido y bastante indigesto.
El problema de estas novelas
agotadoras es que tienen que ser tan buenas que el lector esté dispuesto a agotarse leyéndolas. Entonces se produce un encuentro mágico. Me vienen a la memoria títulos como El fantasma de Harlot, de Norman Mailer en clave realista, o El arco iris de gravedad, de Thomas Pynchon en clave experimental. Irving pertenece a la sección realista con toque exótico de personajes extravagantes y confía demasiado en la mezcla. Es un escritor que construye ladrillo a ladrillo y de cimiento a tejado; no es un innovador sino un escritor tradicional que se encuentra a caballo entre el libro sólido de entretenimiento y el up-market.
En este libro hay personajes que poseen potencia dramática, como Michele Maher, y otros que parecen tenerla, como Claudia, hasta que la reduce a gracieta ingeniosa en su última aparición. Hay conejos sacados de la chistera cuando la narración ya está boqueando, como Heather, y otros que demuestran que el que tuvo, retuvo y le ayudan a resistir hasta el final, como el personaje de la doctora García. La orfandad y la búsqueda del padre, temas muy Irving, están tratados muy superficialmente, atendiendo más al fuego de artificio que a una verdadera dramatización..., y hay dos temas dominantes: el sexo y la salud, por este orden; el primero es una exhibición de repertorio completo y el segundo se enfoca hacia el envejecimiento y la muerte.
El esfuerzo de Irving por hacer
la "gran novela" es evidente y pone en ello todos sus recursos, que son abundantes aunque todos de la misma cuerda. Pero en este libro se advierte más el esfuerzo que el talento y ahí está el mayor daño. También tiene un aire de "ya visto" del que no consigue desprenderse en ningún momento. Es una pena porque Irving supo sacar a flote otros libros suyos con mayor eficiencia y porque el lector apreciará sin duda el esforzado trabajo del autor. El problema es que en literatura hay que apreciar algo más que el rudo esfuerzo de escribir.
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