Más Europa y menos imperio
De "estrecha y negativa" tilda Martín Ortega Carcelén, en Cosmocracia, la visión del mundo de los apóstoles del fundamentalismo neoconservador. El mundo, afirma este investigador español en el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea, es más complejo y también menos apocalíptico. Empecemos por la complejidad. De atenernos a la visión de los neoconservadores, el grupo hegemónico en la Casa Blanca, los dos principales, casi únicos, problemas de la humanidad son el terrorismo y el acceso de algunos países a las armas de destrucción masiva.
Pero no es así; resulta que, como recuerda Ortega Carcelén, en sintonía con los muchos líderes, analistas y ciudadanos de todo el planeta que no dejan que la ideología les eclipse el sentido común, la pobreza, las enfermedades, la degradación del medio ambiente, la escasez de recursos naturales y el ascenso de los movimientos que reivindican excluyentes vínculos de identidad nacional o religiosa son amenazas tan graves como las que obsesionan a los neocons.
COSMOCRACIA. POLÍTICA GLOBAL PARA EL SIGLO XXI
Martín Ortega Carcelén
Síntesis. Madrid, 2006
302 páginas. 17 euros
Vamos a lo segundo: el mundo no es tan siniestro como lo ven los devotos de la Biblia y el fusil. Al contrario, hoy es mucho mejor que hace veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años, y podemos seguir contando hacia atrás. Ahora hay más países democráticos que nunca, la Unión Europea permite vivir en paz a un continente devastado por dos guerras mundiales hace apenas unas décadas, los tiranos lo tienen cada vez más difícil para violar los derechos humanos en la impunidad y aún más en la oscuridad y la globalización económica está sacando de la pobreza a cientos de millones de personas, y si no que se lo digan a los chinos o a los indios.
Nuestro mundo no sólo está
repleto de amenazas, como proclaman los reaccionarios a partir del miedo, sino también de oportunidades. Así que Ortega Carcelén aborda sus principales temas -la guerra de Irak, el conflicto de Oriente Próximo, la emergencia de China, la situación de la Unión Europea, la reforma de la ONU, las relaciones trasatlánticas- y los interpreta a partir de un nuevo concepto que llama cosmocracia. En su opinión, los ciudadanos van ejerciendo una influencia creciente en los asuntos mundiales a través tanto de los Estados como de actores nuevos, tipo las organizaciones internacionales, las grandes empresas, los medios de comunicación y las ONG. "Podemos actuar sobre la historia con la fuerza de la razón para hacer prevalecer un orden humano", proclama Ortega Carcelén.
El autor presta particular atención a las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea. Siguiendo la tesis del británico Robert Cooper, afirma que la Unión Europea representa un modelo históricamente más avanzado que el norteamericano, un modelo posmoderno, que está intentando superar la fase del Estado nación y el imperialismo en que se ha quedado anclado Estados Unidos. De hecho, las diferencias sobre el conflicto de Irak entre norteamericanos y europeos no son una mera anécdota, sino la expresión de dos visiones diferentes de sí mismos y del mundo. E incluso aceptando la tontorrona imagen de Robert Kagan sobre el Marte norteamericano y la Venus europea, "no puede decirse", escribe Ortega Carcelén, "que el ejercicio de poder haya traído recientemente muchas recompensas a Estados Unidos".
Endeudado hasta las cejas, empantanado en la sangría de Irak, fracasado en la respuesta al huracán Katrina, denunciado por violaciones de los derechos humanos en Guantánamo y otros lugares, Estados Unidos sigue siendo una superpotencia militar, tecnológica y económica, pero hay que remontarse muchas décadas atrás para constatar una tan baja influencia política y moral norteamericana en el mundo.
Quizá haya llegado el mo
mento de abandonar tópicos que fueron útiles en el pasado, en la época de la lucha de las democracias contra los totalitarismos fascistas y estalinistas, y preguntarse abiertamente por las semejanzas y las diferencias entre Estados Unidos y Europa. Cierto es que hay muchas, y muy importantes, cosas en común -sistemas democráticos, economías de mercado, poblaciones de origen mayoritariamente cristiano-, pero también, señala Martín Ortega, "diferencias importantes". Por ejemplo, actitudes distintas hacia la violencia, que provoca en Europa un profundo rechazo y, en cambio, es tolerada en Estados Unidos, como instrumento de política exterior y como elemento de la vida cotidiana, y ahí están las armas de fuego y la pena de muerte.
Con la crisis provocada por los noes francés y holandés al Tratado Constitucional no parece éste buen momento para hacer el elogio de la Unión Europea. Y, sin embargo, no hay otro camino. Ortega Carcelén subraya con razón que el resto del mundo (África, Oriente Próximo, América Latina, Asia) reclama más Europa, no menos Europa. Y podría decirse que lo mismo reclaman muchos europeos, incluidos esos que votaron no al Tratado Constitucional en nombre de una Europa más social. La demanda de Europa es, pues, superior a la oferta, y ya se sabe lo que hay que hacer cuando se comprueba que hay mercado para un producto: desarrollarlo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.