Recordar los sentimientos

En la primera secuencia de este absorbente drama de fuerte arraigo teatral, la enérgica Diana (Glenn Close) recuerda que "el problema de hoy es que no nos acordamos de cómo se manifiestan los sentimientos". Directora teatral, actriz cotizada y especialista en Shakespeare, Diana hace girar su oficio en torno a esos mismos sentimientos que también a ella la corroen: se está haciendo mayor, ya no tolera los devaneos sexuales de su marido; mantiene una relación afectuosa aunque distante con su hija; y por si fuera poco, sus dotes para el flirteo parecen debilitarse.

Todo parece ordenarse alrededor de ese personaje poderoso, pero lo cierto es que En la cumbre, basada en un drama teatral de sólo dos personajes, convertidos en un auténtico abanico de ellos en su versión fílmica, alterna múltiples protagonismos y, como querría ese subgénero contemporáneo del drama que es el filme de personajes que se entrecruzan. Y como no podía ser de otra manera, el azar está llamado a cumplir no un rol importante, sino el principal: todo lo que aquí ocurre tiene que ver, de alguna manera, con la irrupción de lo inesperado.

Esto, es bien sabido, garantiza la atención del respetable, además de permitir la constante entrada y salida de nuevos personajes. Descripción más que plausible del mundo del gran arte en la Nueva York de ahora mismo, la película apunta una sólida carpintería de construcción, aunque también pequeñas trampas que afean la tersa superficie por la que se deslizan los dramas cotidianos: no es la menor el hacer de los hombres prácticamente los únicos malvados (o débiles, o traidores, o insensiblemente promiscuos) de la función. Pero se deja ver con gusto; y por si fuera poco, las actuaciones son todas soberbias, en especial (es lógico, visto lo que se cuenta) las mujeres, con una impresionante Glenn Close a la cabeza.