Veinte años después
No se preocupen, esto no va de mosqueteros, pero el título de la novela de Dumas me viene que ni pintado. Otra vez se anda a vueltas con el futuro campo de San Mamés, que remiendo tras remiendo nos está saliendo a todos por un ojo de la cara. Se pudo haber pensado el arreglo general, e incluso el cambio de ubicación, cuando el Mundial de Fútbol, pero no se hizo, y se acabó perdonando al club una serie de deudas por parte del Ayuntamiento, que es lo que pasa siempre al final cuando nuestro club acaba haciendo reparaciones. Luego, cuando el Ayuntamiento inició su Plan General bajo la dirección de Ibon Areso, casi todos los que intervinieron en él fueron conscientes de que tanto la Feria de Muestras como el campo de fútbol eran barreras urbanísticas al desarrollo de Bilbao por esa zona.
Se dirigieron los redactores del Plan a ambas instituciones y respondieron que nunca se moverían de allí, y ambas son tan sagradas que a nadie se le ocurrió contestarlas. Hoy la feria está en Barakaldo, porque un día descubrieron que la que tenía no era un buen emplazamiento, y ahora el Athletic, después del intento de la directiva de Arrate de colocarlo en la zona de oportunidad más emblemática y cara -al lado del Museo de Bellas Artes, junto a la Ría-, intenta otra solución más modesta en sus pretensiones, aunque acabará de nuevo costándole a los contribuyentes lo suyo. Pese a que siga suponiendo un obstáculo urbanístico, la propuesta es más porosa que la actual, favorecida con la desaparición de la Feria. Otra cosa es el cálculo del suelo que se pierde para usos residenciales o de otro tipo, pero quizás valga la pena.
No me gusta la encendida defensa del apoyo al Athletic que hace el concejal Basagoiti, me parece demasiado apasionada. Si cuando no dice el Ayuntamiento que va a pagar acaba haciéndolo, es como para ir anunciando que se le va a echar una mano por adelantado. Otros problemas más graves hay. Y que no espere que el Gobierno vasco nos suelte un duro. Existe cierta fobia antibilbaína entre nuestros amados compatriotas; no digamos nada de las otras hinchadas. Todavía mucho nacionalista de fuera de Vizcaya le espetará a la cara lo del viejo himno, compuesto por un bermeano, que decía eso "de la afición, el rey del futbol español", y al Gobierno vasco le van a caer todo tipo de argumentaciones para no dar lo que sí dio en Anoeta y Mendizorroza. Ni un duro vendrá del Gobierno.
Veinte años después, de nuevo a vueltas con el problema del nuevo San Mamés. Pero a pesar de todo hay que echarle una mano al club, porque entre realidades nacionales y estados libres asociados, sólo nos quedan símbolos identitarios reales y verdaderos como el del Athletic. Sus colores sirven mejor como receptores de sentimientos y unión de personas que el plan Ibarretxe, porque nuestra ilusión no está en ser un pueblo en marcha, sino en volver a ver surcar las aguas de la Ría a todo nuestro equipo celebrando un título. (Por cierto, la canción de la gabarra que surcaba el Nervión "con once jugadores del club atxuritarra", era originalmente de los liberales, y dice originalmente "con doce milicianos de la milicia urbana"). Eso es, al final y a la postre, lo que nos une, y por eso habrá que apoquinar. Más caro nos sale toda la Administración autonómica y no dejamos de pagarla, aunque no sirva más que para reinventar la historia.
Estando en unas largas vacaciones pagadas por el Estado, allá por los años setenta en Cáceres, el funcionario nos trajo un día un periódico con la singular noticia. En la rehabilitación de un palacio en Trujillo cuyo antiguo escudo no se conocía cuál era, se le dejó a gusto del cantero la elección del blasón, y éste, como no podía ser de otra manera, esculpió el del Athletic. Entonces había por toda España una gran afición por nuestro equipo, y lo insoportable de aquella prisión de Cáceres -pues no era otro el lugar de dichas vacaciones- era que la mayoría de la plantilla de los funcionarios era del Athletic. Ya ven ustedes la enorme la trascendencia de nuestro club. Después de la desaparición de los altos hornos, es lo que nos queda junto con el Puente Colgante.
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