Cuando Clinton bombardeó Irán
¿Cuál será la respuesta al desafío nuclear?
El 7 de mayo de 2009 figurará seguramente en los libros de historia junto al 11 de septiembre de 2001. El 7-M, nombre con el que inevitablemente pasó a conocerse, fue testigo de inmensos atentados suicidas en Tel Aviv, Londres y Nueva York, además de ataques simultáneos contra las tropas occidentales que aún permanecían en Irak y Afganistán. Se calcula que el número total de víctimas fue aproximadamente de 10.000 muertos y muchos más heridos. Los atentados, entre los que destacó la explosión de una bomba sucia en Londres, los orquestó una organización creada en 2004 para preparar, desde su sede en Teherán, "operaciones de martirio". El 7-M fue la respuesta de la República Islámica de Irán al bombardeo de las instalaciones nucleares del país, ordenado por la presidenta Hillary Clinton en marzo de 2009.
El 7-M fue la respuesta de Irán al bombardeo de las instalaciones nucleares del país ordenado por la presidenta Hillary Clinton en marzo de 2009
A pesar de las protestas masivas en el mundo islámico y en capitales europeas, al principio, la operación militar dirigida por EE UU pareció triunfar
Hasta el líder conservador, David Cameron, consciente de que se avecinaban unas elecciones generales, criticó a Brown por apoyar la actuación de EE UU
A pesar de las protestas masivas en todo el mundo islámico y en numerosas capitales europeas, al principio, la operación militar dirigida por los estadounidenses pareció triunfar. EE UU, con el apoyo de las fuerzas especiales británicas e israelíes, bombardeó 37 instalaciones, entre ellas varias subterráneas en las que se decía que Irán estaba a punto de fabricar un arma nuclear gracias a una versión propia de las centrifugadoras P-2, construidas según un modelo suministrado por A. Q. Khan, el desalmado científico nuclear paquistaní. Las fuerzas estadounidenses aplastaron las defensas antiaéreas iraníes y gran parte de sus fuerzas aéreas. Como era de esperar, hubo víctimas civiles, 197 muertos y 533 heridos según cálculos del Gobierno iraní. Un portavoz del Pentágono insistió en que los "daños colaterales" se habían mantenido en "un nivel aceptable". Aseguró que el programa iraní de armas nucleares "había retrocedido hasta el punto de partida".
La Marina de EE UU también consiguió romper el bloqueo naval que Irán intentó llevar a cabo en el Estrecho de Ormuz, una de las principales arterias petrolíferas del mundo. Un ataque iraní con misiles submarinos causó daños en un buque de guerra estadounidense, pero sin pérdida de vidas. El pánico en los mercados del crudo hizo que los precios subieran a más de 100 dólares el barril, pero el Gobierno de Bush había aumentado las reservas estratégicas de EE UU y la nueva Administración de Clinton pudo hacer uso de ellas. Las economías europeas sufrieron más.
Sin embargo, como habían predicho los expertos, el mayor reto para Occidente consistió en que Irán fue capaz de librar una guerra asimétrica, mediante Hezbolá, Hamás y sus propias brigadas suicidas. La República Islámica llevaba años reclutando abiertamente a terroristas suicidas a través de una organización denominada Comité para la Conmemoración de los Mártires del movimiento islamista mundial. Ya en abril de 2006 había celebrado unas jornadas de reclutamiento en los terrenos de la antigua embajada estadounidense en Teherán, y había declarado que contaba con más de 50.000 voluntarios para operaciones contra "los ocupantes del Quds" (es decir, Israel), "los ocupantes de las tierras islámicas", sobre todo EE UU y el Reino Unido, y el escritor británico Salman Rushdie. Los voluntarios podían apuntarse asimismo a través de Internet (www.esteshhad.com). Aunque Hezbolá y Hamás proporcionaron la infraestructura para los atentados de Tel Aviv, el factor esencial de los ataques en Londres y Nueva York fue la captación de musulmanes británicos y estadounidenses a través de este grupo. El hombre que detonó la bomba sucia en la estación de Euston, Muhammad Hussein, nació en Bradford y se entrenó en secreto en un campamento del Comité para la Conmemoración de los Mártires, al norte de Irán.
En retrospectiva
En retrospectiva, da la impresión de que el momento decisivo se produjo en la primavera de 2006. El presidente iraní, Ahmadineyad, después de proclamar su intención de borrar a Israel de la faz de la Tierra, anunció que su país había logrado enriquecer uranio y dio a entender que poseía la tecnología avanzada de centrifugado P-2. Fueran ciertas o no, estas afirmaciones destruyeron las últimas esperanzas de alcanzar una solución diplomática a través de negociaciones encabezadas por el llamado E3, Francia, Alemania y Reino Unido.
Después vino una larga y tortuosa vía diplomática, al final de la cual, China y Rusia aceptaron que la ONU impusiera unas sanciones mínimas a Irán, incluida la negación de visados a miembros escogidos del régimen. Estas medidas tuvieron escasas repercusiones en el programa nuclear iraní, pero el régimen las explotó para alimentar el victimismo nacional, que ya estaba muy asentado. Al mismo tiempo, la revelación sobre cómo se había canalizado torpemente la ayuda económica del Gobierno estadounidense, a través de una organización monárquica en el exilio con sede en California hasta un grupo estudiantil en Ispahán, sirvió de pretexto para tomar una serie de medidas brutales contra todos los grupos sospechosos de ser disidentes. Se organizaron diversos juicios por "traición" pese a las protestas internacionales. Y la consecuencia fue un endurecimiento aún mayor que la política de Estados Unidos en los últimos años del mandato de Bush. En la campaña para las elecciones presidenciales de 2008, la candidata demócrata, Hillary Clinton, se sintió obligada -tal vez en contra de su propia opinión- a utilizar el problema de Irán para demostrar que podía ser más dura que cualquier John McCain en materia de seguridad nacional.
Cuando tomó posesión ya se había comprometido a impedir que Irán obtuviera un arma nuclear, recurriendo a medios militares en caso necesario. Mientras tanto, el régimen iraní había abandonado toda contención a la hora de perseguir su objetivo, con la idea de que sus mejores posibilidades de supervivencia se las daría la adquisición de armas nucleares, lo antes posible, para utilizarlas como fuerza disuasoria. En febrero de 2009 llegó a Washington un inquietante informe que sugería que a Teherán le faltaba mucho menos de lo que se pensaba para obtener una bomba, utilizando una cascada secreta de su versión de la centrifugadora P-2. En una serie de reuniones de crisis, la presidenta Clinton, su nuevo secretario de Estado, Richard Holbrooke, y su nuevo secretario de Defensa, Joe Biden, decidieron que no podían esperar más. La Operación Paz en el Golfo, para la que el Pentágono disponía de planes detallados desde mucho tiempo atrás, se puso en marcha el 6 de marzo de 2009.
Washington aseguró que contaba con autorización legal, en virtud de las resoluciones aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU en las que se sancionaba a Irán por no respetar los acuerdos nucleares, pero China y Rusia contradijeron a los estadounidenses. Tampoco respaldó la operación la mayoría de los países europeos, lo cual generó una nueva brecha transatlántica. No obstante, presionado por sus mejores amigos entre los demócratas norteamericanos, el primer ministro británico, Gordon Brown, decidió dar su aprobación, aunque a regañadientes, y permitió el despliegue simbólico de un pequeño grupo de las fuerzas especiales británicas con una función de apoyo. Esto provocó una revuelta en las filas laboristas -encabezada por el ex ministro de Exteriores Jack Straw- y una manifestación de más de un millón de personas en el centro de Londres. Hasta el líder conservador, David Cameron, consciente de que se avecinaban unas elecciones generales, criticó a Brown por apoyar la actuación de Estados Unidos. Brown pospuso las elecciones, que estaban fijadas de forma provisional para mayo de 2009. Y, en vez de unas elecciones, el país vivió una tragedia.
Ante nuevas elecciones
También el presidente Ahmadineyad se enfrentaba a unas elecciones generales en junio de 2009. Ahora bien, a diferencia de Brown, él se encontraba en plena oleada de solidaridad nacional. Incluso los muchos millones de iraníes desilusionados por el incumplimiento de sus promesas materiales y los que se desesperaban por el aislamiento internacional de su país se sentían obligados a agruparse en torno a su líder en tiempos de guerra.
Destacados estadounidenses criticaron la acción militar de su Gobierno. Algunos aseguraron saber de buena tinta que el marido de la presidenta, Bill Clinton, estaba de acuerdo con ellos en privado. Pero el doctor Patrick Smith, de Comité para un Mundo Mejor, una organización con sede en Washington que llevaba muchos años defendiendo la propuesta de bombardear Irán, preguntó a los más críticos: "¿Cuál era su alternativa?".
Para leer este borrador del capítulo perteneciente a The history of the future visiten http://commentisfree.co.uk/timothy_garton_ash. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia
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