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Tribuna
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Recuerdo

Hace unos días, cuando estaba almorzando en una mesita junto a mi ventana, vi un pequeño calendario que tengo en esa mesa y me di cuenta de que ese viernes era el 14 de abril. Vino entonces a mi memoria un 14 de abril de hace más de 70 años, el de 1931, cuando se proclamó la Segunda República española.

Mi mirada iba hacia Central Park que resplandecía bajo el sol. Los viejos arces brillaban con sus hojitas nuevas y por los paseos andaban niños con sus niñeras, paseantes jóvenes haciendo ejercicio y en el camino para caballos cruzaron dos elegantes jinetes vestidos a la inglesa.

¿Habrá por algún lugar un anciano que esté recordando como yo esa República? Esa denigrada República de la que nadie se acuerda, destruida por Franco y sus secuaces, muerta no por su vejez, sino por una oposición que la odiaba. No creo que queden por los pueblos de España gentes que la recuerden.

Yo, que fui niña republicana, la recuerdo ahora. Me acuerdo del entusiasmo del pueblo de Madrid; me acuerdo de la Puerta del Sol llena de gente con banderas tricolores en la mano; me acuerdo de los que fueron prisioneros de la dictadura asomados al balcón del Ministerio de Gobernación y aclamados por el público.

Si Alfonso XIII hubiera sido como su nieto Juan Carlos I, habría dejado que años antes se estableciera un Gobierno reformista, que habría gobernado con la monarquía, pero Alfonso XIII tenía miedo de elecciones, porque las tragedias de Marruecos las habían tapado los generales.

Cuando el pueblo de Madrid proclamó la República y cuando el movimiento se fue extendiendo por toda España, don Alfonso se metió dentro de un coche de sport, no sé de qué marca y se lanzó por la carretera con su ayuda de cámara a toda velocidad hasta que llegó a Biarritz.

La Reina, doña Victoria Eugenia, y todos los hijos durmieron en el Palacio Real vigilados por una cadena humana de obreros socialistas. A la mañana siguiente todos ellos tomaron el tren, en un vagón real, acompañados por el conde de Romanones, que fue en el tren hasta la estación de Torrelodones. No se me olvida la foto del pobre conde en el semanario Estampa con sus bigotes, el sombrero hongo torcido, sentado en el banco de la estación.

La denigrada República quería que España fuese un país como los otros países de Europa: Francia o Inglaterra, con educación gratuita para todos los niños, libertad de cultos, estatutos en Cataluña y en el País Vasco, libertad de prensa, es decir, un gobierno democrático.

Fueron el Ejército y la Iglesia los que le declararon la guerra, junto con los latifundistas de Extremadura y Andalucía que no querían ver destruidas sus enormes dehesas por una reforma agraria.

Mientras comía y miraba al parque pensaba: ¿no es la España actual una república con rey?

Una Guerra Civil de varios años, un Gobierno de Franco de 40 años y al fin volvemos a ser lo que los republicanos quisieron ser. ¡Qué pérdida de tiempo, de vidas, de ciudades! Hoy tenemos las autonomías; un president en Cataluña; tenemos la Junta de Andalucía, la Xunta en Galicia, y otros gobiernos en todas las regiones españolas. La religión en las escuelas se ha vuelto optativa. La televisión tiene programas del culto judío y del protestante todas las semanas. ¿Por qué luchamos?

Hoy un fraile carmelita está haciendo una biografía del llamado "rojo Zulueta", mi padre. Yo estuve fuera de España durante la guerra y no volví hasta los años cincuenta. Entonces oí todos los relatos de muertes, incendios, prisiones, incluso la prisión de mi tío más querido, Julián Besteiro. Hoy hay en Madrid la Escuela Julián Besteiro que le recuerda y le hace homenajes. A los que estuvimos fuera y seguimos fuera como yo, nos publican libros, nos consultan sobre diferentes materias. Mi conclusión es que no hay nada como la paz y siento que hoy siga habiendo una guerra inventada por mi país adoptivo. ¡Menos mal que tengo también un pasaporte europeo!

Carmen de Zulueta, escritora, ha sido profesora de Lengua y Literatura Española en las universidades de Harvard y Nueva York.

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